En todo análisis el paciente revive sus objetos internos centrales, ligados fundamentalmente a la figura de sus padres. El amor, el odio hacia ellos, los sentimientos de ser deseados, amados, los que prohíben o permiten, los que gratifican y frustran, la envidia y la gratitud se reviven en el aquí y ahora del vínculo analítico por medio de la transferencia y la contratransferencia.
Además, da una importancia central a la interpretación: destaca las reacciones del paciente ante esta actividad del analista, si es aceptada, asimilada o rechazada. Aquí se juegan, a su entender, los vínculos profundos del analizando, desde donde surgirá el amor, ligado a la gratitud y el odio, en armonía con la envidia. Para ello, otorga un lugar centrado en la contratransferencia del analista y propone dos aportes centrales e innovadores a la teoría de la técnica sobre este tópico. Distinguirá dos modalidades contratransferenciales, las que poseerán un vínculo estrecho con las identificaciones del analista y del analizado: en la urdimbre y el caldeo del intercambio en sesión surgirán la identificación concordante del analista (que tendrá su origen y se ubicará desde el vértice del Yo y el Ello del analizante) y la identificación complementaria , que “resulta de la identificación del analista con los objetos internos del analizado.” 16Si el analista incorpora a su pensamiento estas dos modalidades contratransferenciales podrá hacer un insight más profundo de cómo y porqué intervino de esa manera y podrá integrar a su torrente de pensamiento el origen de tales formulaciones.
Heinrich Racker enriquece la teoría y la técnica psicoanalítica, como asimismo a sus usuarios, quienes obtienen de su enseñanza otra mirada sobre la tarea que implica recibir las radiaciones transferenciales de los pacientes, los que se precipitan sobre la figura del analista, quien reacciona desde su contratransferencia con todo este bagaje técnico y lo conduce a la interpretación. Todo este entramado de operaciones mentales se pone en escena en el escenario de la situación analítica.
Por su parte, José Bleger introduce nuevas consideraciones sobre el encuadre y hace aportes interesantes al estudio dentro del campo psicoanalítico. Sus ideas abrevan en S. Freud, M. Klein y E. Pichon Rivière; W. y M. Baranger, D. Winnicott y D. Liberman; L. Wender, E. Jacques, D. Lagache, M. Little, entre otros. Concibe al sujeto humano como portador de una simbiosis originaria con el objeto, diferenciándose de S. Freud y M. Klein. Por eso postula que “el fenómeno mental es una modalidad de conducta, inclusive de aparición posterior a las otras” y que “las primeras estructuras indiferenciadas, sincréticas, son relaciones fundamentalmente corporales.” 17Esto se pone en funcionamiento en todo proceso analítico desde el inicio y durante su desarrollo. Madura una diferencia con M. Klein: para ella hay relación objetal desde el comienzo de la vida y el mecanismo central es la identificación proyectiva ; para él no hay diferenciación al inicio de la vida. Por eso propone una relación simbiótica a la que denomina posición Glischrocárica : constituida por una ansiedad confusional, se relaciona con un objeto aglutinado, ambiguo y los mecanismos centrales de defensa son el clivaje, la fragmentación y la inmovilización. Su fijación conduce a la persona que la padece a estados confusionales. La confusión
“se produce por una regresión de los niveles neuróticos de la personalidad a los niveles psicóticos (regresión a la posición Glischrocárica ), por una pérdida de la discriminación de la posición esquizo-paranoide, es decir, por un restablecimiento de la primitiva fusión, que es la existencia normal de los primeros estadios del desarrollo.” 18
Esta propuesta será central para pensar el encuadre y sus vicisitudes, sobre todo respecto a la fusión, la que, a su entender, remite a los primeros momentos de vida de todo sujeto humano. No la ve como patológica en sí sino como producto de la evolución; sin embargo, cuando se fija, sí es patológica.
Para desarrollar el tema del encuadre, J. Bleger propone el concepto de situación . Pensar sobre situación es un argumento que lo convoca tempranamente, cuando hace un estudio exhaustivo sobre la conducta. Allí afirma que remite a un “conjunto de elementos, hechos, relaciones y condiciones, constituye lo que se denomina una situación, que cubre siempre una fase o un cierto período, un tiempo.” 19
Tiene una postura materialista y dialéctica del concepto. Lo toma del filósofo J. Dewey, quien daba importancia a lo contextual. Ningún problema puede plantearse o siquiera adquirir sentido si no es en forma situacional. Entonces, pensar sobre el encuadre remite a situación y J. Bleger la denomina psicoanalítica , es decir que, con las categorías epistémicas desarrolladas en el psicoanálisis, se ocupa del tema que nos interesa desarrollar: una situación psicoanalítica incluye un proceso y un encuadre.
José Bleger define como situación psicoanalítica “a las constantes de un fenómeno, un método, una técnica y el proceso al conjunto de variables.” 20Para él podrá ser investigada cuando se mantienen las mismas constantes. El proceso analítico incluye el rol del analista, el conjunto de factores que son parte del espacio temporal y ambiental. Tiene que ver con una técnica, que remite al contrato analítico formulado oportunamente por el analista y aceptado por el analizando: establecer y mantener horarios, honorarios, interrupciones por vacaciones, enfermedades graves, etcétera. A su vez, como analista, estudia porqué le resulta sumamente interesante el psicoanálisis del encuadre psicoanalítico. Esto conduce a posibles rupturas y distorsiones que el paciente provoca y que es pasible de ser observado en cualquier análisis. Tal como se haya cimentado la estructura patológica del paciente, se podrán observar diferentes rupturas y distorsiones (un brote psicótico, un exagerado cumplimiento desde una neurosis obsesiva, un acting out o una represión). Además, analiza “el mantenimiento idealmente normal de un encuadre”, que puede adquirir formas permanentes o esporádicas, pero debería ser pasible de integrar a la corriente interpretativa del analista. Señala que el encuadre “se convierte en fondo de una Gestalt de figuras”, lo que nos transporta a la idea de temporalidad, necesaria para que se desarrolle el proceso. Presta atención al ideal de encuadre, su manteamiento sin ningún tipo de cambios, donde todo lo pautado oportunamente en el contrato analítico se cumpla a rajatabla. Por eso alerta: cuando algo no ocurre y nada cambia, el encuadre adquiere condiciones de ideal. Debemos prestarle atención, dado que, para él, una institución tiene aspectos profundos ligados a la identidad (total o parcial), de ahí que realiza un parámetro con una institución, porque brinda, al sujeto que la compone, la pertenencia a un grupo, a una ideología, podríamos decir una corriente psicoanalítica, una forma de pensar el psicoanálisis institucionalizado; es decir, una identidad.
En este sentido sostiene que “las instituciones funcionan siempre en grado variable como los límites del esquema corporal y el núcleo fundamental de la identidad.” Prosigue pensando el encuadre desde este último modelo como una invariable, ligado a la simbiosis, dado que es muda y pertenece a la organización más primitiva e indiferenciada del sujeto humano. Esto alcanza a la instancia psíquica y ejecutiva del sujeto humano que es el Yo, que se sustenta por las relaciones objetales estables con objetos e instituciones, integrando las experiencias ligadas a frustraciones y gratificaciones ulteriores con los mismos. Por eso, si durante el proceso analítico el encuadre permanece ilusoriamente sin modificaciones, inmovilizado, pasa a ser como una prótesis y si algo no lo rompe, porque no hay una buena percepción de lo que está ocurriendo, el proceso analítico se detiene. Se cumple con el contrato, pero no produce cambios. Sí ocurre cuando algo falla (cuando “llora”, como dice Bleger) y da lugar al no-Yo y se rompe la simbiosis. En este momento el analista, si lo ha detectado, acompaña al paciente a prestar atención a esta parte fusionada, indiscriminada de su personalidad y que, sin darse cuenta, repite la fase de fusión con el objeto del comienzo de su vida.
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