Pero Diego simplemente asintió y le dijo a Julián:
—Bien, le diré a mi papá que ya miraron allá. —Volvió su atención a Yadriel y añadió—: Será mejor que vuelvas a casa antes de que la abuelita se enfade.
Yadriel asintió con las mejillas ardiendo y, en cuanto Diego y Andrés se marcharon, soltó un gran suspiro.
—¿Quiénes son esos payasos? —preguntó Julián arrugando la nariz.
—Mi hermano y su amigo —contestó Yadriel pasándose el dorso de la mano por la frente—. Al menos ni él ni mi papá están en casa, así que solo tenemos que evitar que te vea la abuelita. —Se volvió a Maritza y dijo—: Quizás deberías irte a casa.
Los rizos rosas y morados de Maritza rebotaron cuando se echó a reír y, con un puño en la cadera, sentenció:
—Ni hablar, ¡yo quiero ver cómo acaba esto!
—¿No se enfadará tu mamá? —preguntó Yadriel, tratando de no tomarse a mal que, para ella, su crisis fuera una fuente de diversión.
—Ya le envié un mensaje; le dije que necesitas apoyo moral después de pelearte con tu papá.
Yadriel frunció el ceño:
—Vaya, gracias.
—De nada. —Ella rio con sarcasmo—. Además, se te da fatal mentir y hacer cosas sin que nadie se entere. La única persona que puede conseguir que Casper llegue a tu cuarto sin que te descubran…
—¡Eh, que te estoy oyendo! —interrumpió Julián.
—… soy yo —concluyó Maritza.
—¿Y cómo lo meteremos en casa sin que lo vea la abuelita? —preguntó Yadriel al borde de un ataque de nervios.
—Sigilosamente —dijo ella meneando los dedos, pero dejó caer las manos cuando Yadriel se la quedó mirando hecho una furia—. Es muy tarde; seguro que ya se quedó dormida viendo Telemundo.
Al parecer, la conversación aburrió a Julián, pues se acercó a una lápida e intentó recoger, sin éxito, la flor de cempasúchil que la adornaba.
Yadriel sabía que su prima seguramente tenía razón, pero había varios factores que no estaba teniendo en cuenta:
—Sí, bueno, mi papá y mi hermano ahora están buscando a Miguel, pero acabarán volviendo a casa. ¿Qué haré entonces?
—¡Calma, Yads! ¡Primero una cosa y después la otra! Por ahora, subámoslo a tu cuarto y ya mañana nos preocuparemos del resto.
Julián volvió hasta ellos con rostro dubitativo y, señalando a Yadriel con el pulgar, preguntó:
—Entonces, ¿me voy a quedar con ella?
—«Él» —lo corrigieron ambos nahuales al unísono.
—¿Él? —Mirando a Yadriel, parpadeó con las cejas fruncidas, como si quisiera aclararse la vista.
Yadriel empezó a sonrojarse ante el escrutinio. Se puso recto para parecer más alto; cerró los puños sudorosos, tensó los músculos y levantó la barbilla con un gesto de determinación (o así quería él que se interpretara).
—¿Algún problema? —preguntó Maritza con los brazos cruzados y una ceja arqueada.
Julián no respondió con la rapidez suficiente, así que Maritza chasqueó los dedos para llamarle la atención. Con una expresión confusa a la par que ofendida, el espíritu contestó:
—Ninguno.
—Perfecto, ¡vamos! —Y Maritza se dirigió hacia la casa con una sonrisa alegre.
Yadriel se frotó la cara. ¿Cómo se había metido en un lío tan inmenso en tan poco tiempo? De repente, el agotamiento lo atropelló como un camión.
A su lado, Julián se balanceaba sobre los talones, mirando en derredor, hasta que finalmente se aclaró la garganta:
—Bueno, em… ¿Dónde está tu casa?
Yadriel suspiró y empezó a seguir a Maritza por el camino flanqueado de mausoleos bajos. Señaló hacia la iglesia que se veía en la distancia con un gesto de cabeza y dijo:
—Allí. Vivimos en una casa pequeña no muy lejos de la iglesia.
—¿Vives en un cementerio? —preguntó Julián perplejo.
Yadriel se recolocó el peso de la mochila. La gente del instituto siempre reaccionaba con caras extrañadas y risas cuando se enteraban de que él era el rarito que vivía en el cementerio. Entre eso y ser abiertamente trans, estaba muy acostumbrado a las miraditas y los chistes.
—Sí —dijo esperando una reacción similar.
Pero, en vez de eso, Julián sonrió y asintió con aprobación:
—Qué chévere.
Yadriel se echó a reír de la sorpresa y observó a Julián con curiosidad mientras este empezaba a dirigirse hacia la iglesia. Tenía una belleza clásica de cejas pobladas y nariz recta; parecía una de las estatuas de piedra que adornaban los nichos de la iglesia. La reencarnación de un guerrero azteca.
Cuando Julián se dio cuenta de que Yadriel lo estaba mirando, el nahualo apartó los ojos rápidamente.
—¡Oh! —Julián se acordó de algo—. En tu casa hay comida, ¿verdad? Que lo de que tengo hambre lo decía en serio.
Yadriel soltó un suspiro irritado:
—Primero tenemos que meterte en casa sin que te vea mi abuela, pero sí, hay comida; se pasó el día entero cocinando.
—¿Comida casera de tu abuela? —exclamó Julián, incapaz de contenerse.
—¡Chsss!
—Ah, perdón.
Yadriel notó una sensación fría en la nuca cuando Julián se le acercó y, con gran preocupación, le preguntó al oído:
—¿Los fantasmas pueden comer?
Santa Muerte, llévame pronto.
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