Aiden Thomas - Los chicos del cementerio

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¡BESTSELLER! N.º 1 DEL NEW YORK TIMES + N.º 1 EN INDIEBOUND.Yadriel ha invocado a un espíritu y ahora no puede librarse de él.En el mundo de Yadriel, los nahualos liberan espíritus y las nahualas tienen la capacidad de sanar. Cuando su familia latina se muestra reticente a aceptar su identidad, Yadriel decide demostrarles que es un auténtico nahualo. Con la ayuda de su prima Maritza, realiza su ceremonia de quince años e invoca a su primer espíritu.Pero el espíritu resulta ser Julián Díaz, el chico malo del instituto, y Julián no piensa cruzar tranquilamente al más allá: quiere saber qué ocurrió y atar algunos cabos sueltos antes de marcharse. Yadriel accede a ayudarlo… pero cuanto más tiempo pasa con Julián, menos ganas tiene de que se vaya.– Selección del National Book Award (2020). – Nominado a dos categorías de los Goodreads Choice Awards (2020). – Nominado al premio Locus (2021)

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A pesar de que se devanó el cerebro, no lograba encontrar las palabras adecuadas. Nunca había tenido que explicar quiénes eran los nahuales ni qué hacían, más que nada porque era un secreto sagrado importantísimo que dedicaban sus vidas a proteger.

Mierda.

—Somos nahuales y… podemos ver espíritus. Los nahualos les ayudan a cruzar al más allá —explicó Yadriel.

—Y las nahualas sanan —añadió Maritza.

—Ajá, conque practican hechicería, ¿no? —dijo Julián con escepticismo.

Yadriel sacudió la cabeza:

—No, no es eso.

—Pues, por el aspecto que tienen, lo parece.

Maritza ahogó una risotada y Yadriel se miró a sí mismo: llevaba vaqueros negros, sus botas militares favoritas y una sudadera negra que le quedaba muy grande. Seguramente, el bol ardiendo delante de él y los discos que llevaba en los lóbulos no ayudaban mucho.

—Somos nahuales —lo corrigió con las mejillas coloradas—. Lo de la hechicería es…

—¿Despectivo? —supuso Julián con una media sonrisa de suficiencia.

Aquel comentario cambió las tornas y fue Yadriel el que acabó con el ceño fruncido. Julián se dirigió a Maritza:

—Entonces, ¿tú puedes curar a la gente?

—Ah, no, yo no sano —dijo ella tan tranquila—. Para sanar hay que usar sangre de animal y yo soy vegana.

—Ajá. Y tú parece que puedes invocar fantasmas y enviarlos al más allá, que a saber qué significa eso.

—Sí… Bueno, no —titubeó Yadriel tratando de explicarse—. Lo de liberar aún no lo hice…

—Guau. —Los ojos de Julián iban del uno a la otra—. Son ustedes unos ineptos en esto de la hechicería, pues, ¿no?

La indignación se apoderó del nahualo:

—Oye, es mi primera vez, ¿lo entiendes?

Julián parpadeó lentamente, casi con indiferencia.

—A veces, los espíritus como tú se quedan atrapados entre la tierra de los vivos y la de los muertos —continuó Yadriel.

—Ajá. —Julián puso cara de aburrido.

—… y se enlazan a un ancla que los une a este mundo —explicó levantando el colgante—. Así que, para ayudarlos a cruzar al otro lado, tengo que destruir…

—¡Ni se te ocurra! —exclamó Julián sacudiendo los brazos—. ¡Ese colgante me lo dio mi papá!

Intentó arrebatárselo a Yadriel de nuevo, pero lo único que agarró fue un puñado de aire. Maritza se rio por lo bajo.

—Calla y escucha —dijo Yadriel.

Tomó su portaje y Julián puso una mueca burlona, una reacción que el joven nahualo no esperaría de una persona cuerda a la que le sacan un arma.

—¿Qué vas a hacer? ¿Apuñalarme? —bromeó Julián dándose golpecitos en la sien con el dedo—. ¡Si ya estoy muerto!

Aunque la idea era cada vez más tentadora, Yadriel dijo:

—No, no te voy a apuñalar. Voy a usar la daga para destruir el enlace que te une a este mundo. —En cuanto vio que Julián abría la boca, lo interrumpió—: ¡Que no voy a hacerle nada al colgante! Tan solo voy a cortar el enlace que te une a él para que puedas cruzar al más allá y estar en paz, ¿de acuerdo?

—No, no estoy de acuerdo.

Yadriel gruñó exasperado. Por supuesto que el primer espíritu que había invocado no quería irse voluntariamente. Le había tenido que tocar uno difícil, cómo no.

—Los fantasmas debemos ocuparnos de los asuntos que tengamos pendientes antes de ir al más allá, ¿no? Bueno, pues yo tengo asuntos pendientes —dijo Julián con gesto serio—. Quiero ver a mis amigos; estaban conmigo cuando morí. Necesito saber que están bien.

Con una expresión que indicaba enfado y algo similar a la preocupación, añadió como de pasada:

—Y a lo mejor ellos saben quién me mató.

A Yadriel le dio un poco de pena, pero no tenía alternativa, así que dijo:

—Yo te tengo que liberar ahora mismo. Todavía tenemos que buscar a Miguel y, además, si te quedas demasiado tiempo, te convertirás en algo oscuro y violento y acabarás haciendo daño a la gente.

A pesar de lo perfectamente razonable que era su explicación, Julián se cruzó de brazos:

—No.

Yadriel se volvió hacia Maritza en busca de apoyo, pero ella se encogió de hombros. Como no veía otra salida, Yadriel se enderezó y agarró con fuerza su daga:

—Mira, no quería llegar a esto. No nos gusta liberar a los espíritus por la fuerza…

Julián arqueó una de sus pobladas cejas:

—¿No habías dicho que esta sería tu primera vez?

—… pero no me dejas elección.

Yadriel alzó aún más el colgante en el aire. Aunque Julián permaneció inmóvil y desafiante, sus ojos iban y venían entre el rostro de Yadriel y su ancla hasta que el nahualo gritó:

—¡Muéstrame el enlace!

El portaje de Yadriel resplandeció con fuerza y bañó la iglesia con un cálido fulgor que los obligó a los tres a cerrar los ojos. En el aire apareció un hilo dorado que iba desde la medalla de San Judas hasta el centro del pecho de Julián. El espíritu intentó apartarse, pero la línea lo siguió.

Yadriel respiró hondo, listo para decir las palabras sagradas:

—¡Te libero a la otra vida!

Julián cerró los ojos, preparándose para lo que fuera que iba a ocurrir.

Yadriel alzó su portaje para dirigir el tajo correctamente, pero, en vez de cortar el hilo dorado, el filo de su arma chocó contra él. El contacto causó que saltaran chispas y que la daga le vibrara en la mano. El hilo ni siquiera se doblegó.

Por el rabillo del ojo, Yadriel vio cómo la postura de Julián se relajaba. Casi podía notar su odiosa sonrisilla, pero no pensaba rendirse, así que levantó el brazo y probó a cortar el hilo de nuevo. Esta vez, la fuerza del choque fue como un rayo que le irradió hasta el hombro. Intentó serrarlo, pero lo único que logró fue que saltaran más chispas.

La luz de su portaje se fue apagando hasta que el acero volvió a ser gris, y el nahualo se dejó envolver por una gran decepción.

—Mierda.

—No naciste para esto, ¿eh? —dijo Julián encantadísimo consigo mismo.

Yadriel se volvió hacia Maritza; se notaba el pulso en los oídos, la garganta se le iba cerrando y sintió de repente tal dolor en el pecho que creyó que lo consumiría.

—¡Oye! —Maritza se acercó a él, lo agarró por los brazos y, con voz tranquila y reconfortante, dijo—: No te preocupes, no es culpa tuya. Seguramente es demasiado tozudo como para obligarlo a cruzar al más allá.

—¡Eh! —se quejó Julián.

—Igual que Tito, ¿sabes?

—Puede… —murmuró Yadriel, colorado por la vergüenza. Podía ser una explicación, pero ¿y si no lo era?

Julián dio un paso al frente:

—Escucha, estoy dispuesto a pasar esto por alto y hacer un trato.

Los nahuales se volvieron hacia él; se le veía mucho más tranquilo, con la mirada clavada en el hilo dorado que le emergía del pecho:

—Si me ayudas a encontrar a mis amigos y a asegurarme de que están bien, dejaré que hagas tus hechizos y que me envíes al más allá o donde sea. —Julián toqueteó con curiosidad el hilo que ya había empezado a desvanecerse, abrió los brazos y fijó los ojos en Yadriel—. ¿Trato hecho?

Yadriel miró a su prima. Ya estaba metido en una situación bastante peliaguda, y algo le decía que la cosa no iba a ser tan fácil como la planteaba Julián.

—No creo que tengamos otra opción —dijo ella.

O ayudaba a Julián y lo solucionaba todo por su cuenta, o le contaba a su papá lo que había ocurrido. Si Enrique llegaba a enterarse de que su hijo se había escabullido a sus espaldas para desafiarle y faltar al respeto a sus antiguas tradiciones, Yadriel acabaría metido en un apuro monumental.

Y, lo que era aún peor: jamás le permitirían participar en el aquelarre.

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