Aiden Thomas - Los chicos del cementerio

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¡BESTSELLER! N.º 1 DEL NEW YORK TIMES + N.º 1 EN INDIEBOUND.Yadriel ha invocado a un espíritu y ahora no puede librarse de él.En el mundo de Yadriel, los nahualos liberan espíritus y las nahualas tienen la capacidad de sanar. Cuando su familia latina se muestra reticente a aceptar su identidad, Yadriel decide demostrarles que es un auténtico nahualo. Con la ayuda de su prima Maritza, realiza su ceremonia de quince años e invoca a su primer espíritu.Pero el espíritu resulta ser Julián Díaz, el chico malo del instituto, y Julián no piensa cruzar tranquilamente al más allá: quiere saber qué ocurrió y atar algunos cabos sueltos antes de marcharse. Yadriel accede a ayudarlo… pero cuanto más tiempo pasa con Julián, menos ganas tiene de que se vaya.– Selección del National Book Award (2020). – Nominado a dos categorías de los Goodreads Choice Awards (2020). – Nominado al premio Locus (2021)

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Rebuscó en su mochila para sacar el bol de arcilla, donde vertió el tequila que quedaba en la botellita y un poco de sangre de pollo, y agarró la caja de cerillas. Después, se puso en pie y trató de respirar hondo, pero estaba tan exaltado que prácticamente temblaba. Le costó encender la cerilla con las manos sudorosas, pero al final lo consiguió.

Miró a Maritza, y esta le dio ánimos con un gesto de cabeza. Yadriel había visto a su papá invocar espíritus, así que sabía lo que tenía que hacer y cómo hacerlo. Solo debía recitar las palabras.

La llama se le acercaba lentamente a los dedos; no había tiempo para dudar. Extendió el brazo y la medalla que colgaba de la cadena giró sobre sí misma, resplandeciendo a la luz tenue.

—Te… —Yadriel se aclaró la garganta para deshacer el nudo que se le había formado—. ¡Te invoco, espíritu!

Y dejó caer la cerilla en el bol, que crepitó durante un segundo en la sangre y el alcohol antes de explotar en una oleada de calor y de luz dorada. Yadriel dio un brinco hacia atrás y tosió a causa del humo.

El fuego que ardía tranquilamente en el bol bañaba de luz anaranjada a un chico: estaba de rodillas ante la estatua de la Dama Muerte, aferrándose el pecho.

—¡Funcionó! —dijo Yadriel medio incrédulo.

El espíritu tenía una mueca retorcida en la cara y los dedos agarrados a la camiseta. Llevaba una chamarra bomber negra de cuero con capucha, una camiseta blanca, vaqueros desgastados y zapatillas Converse.

—No es Miguel —trató de susurrar Maritza, pero hablar en voz baja nunca se le había dado bien.

Yadriel gruñó y se pasó la mano por la cara. Lo bueno era que había logrado invocar a un espíritu de verdad. Lo no tan bueno era que había invocado al espíritu equivocado.

—Ya lo veo —siseó.

No podía apartar la mirada de aquel chico que jadeaba para recobrar el aliento. Tenía los músculos del cuello tensos y, al igual que todos los espíritus, los bordes de su cuerpo eran algo translúcidos. De repente, el muchacho miró a ambos nahuales con una cara muy enfadada (y guapa); su expresión de dolor se había tornado en otra más bien de desdén.

—Bueno, al menos no es un espíritu maligno —comentó Maritza.

El chico se puso en pie con esfuerzo, pero se le veía inestable:

—¡¿Quién demonios son ustedes?! —rugió. Tenía unos ojos oscuros y brillantes como la obsidiana.

—Em… —Fue lo único que logró pronunciar Yadriel, incapaz de formar una frase coherente.

—¿Dónde estoy? —El espíritu echó la cabeza hacia atrás y miró a su alrededor—. ¿Estoy en una iglesia ? —Se volvió hacia Yadriel y Maritza con una mirada acusadora—. ¿Quién me metió en una iglesia?

A Yadriel la mente le iba a mil: le sonaban ligeramente aquellas facciones fuertes y aquella voz potente y ronca, pero no lograba ubicarlas.

—Bu-bueno, verás… —tartamudeó.

No sabía cómo explicarle al muchacho la situación en la que estaban, pero este tampoco le dio oportunidad. El chico fijó la mirada en la cadena que aún colgaba de la mano de Yadriel y dio zancadas hacia él con los hombros encorvados, tenso de ira:

—¡Eh! ¡Eso es mío!

Trató de arrebatarle el colgante, pero su mano lo atravesó. Lo intentó una segunda vez y, cuando ocurrió lo mismo, se quedó helado, parpadeó y pasó la mano por el colgante una y otra vez. Entonces, soltó un grito ahogado con los ojos como platos y se apartó con pasos inseguros.

—¿Q-qué…? —balbució. Su mirada iba de su mano a los nahuales—. ¿Qué demonios pasa aquí?

—Uf, qué incómodo es esto —dijo Yadriel rascándose la nuca.

A Maritza se la veía bastante menos preocupada y, mientras caminaba con interés alrededor del joven, dijo:

—Bueno, al menos ahora está claro que eres un nahualo.

El espíritu la miró con el ceño fruncido.

—¿Quiénes son ustedes y por qué tienen mi colgante? —exigió volviéndose hacia Yadriel.

—Em… Lo usamos para invocarte —contestó.

—¿Invocarme? —El muchacho arqueó una de sus gruesas cejas.

—Sí, pensábamos que era de Miguel. —¿Cuál era la forma más delicada de decirle a alguien que estaba muerto?

—Un primo nuestro —especificó Maritza.

Al chico no parecía interesarle lo más mínimo quién era Miguel.

—Es mío —insistió con un gruñido, doblando los dedos en un gesto de exigencia—. Tiene mi nombre, ¿lo ves?

Yadriel le dio la vuelta a la medalla y, efectivamente, había un nombre grabado en la parte de atrás.

—Oh. —Parpadeó sorprendido al ver las letras grabadas: JULIÁN DÍAZ. A Yadriel casi se le salieron los ojos de las órbitas y volvió a fijar la mirada en la cara del muchacho—. Oh .

Julián Díaz. Conocía a Julián Díaz. Bueno, más bien sabía de él porque habían ido al mismo instituto. A pesar de que allí asistían más de veinticinco mil alumnos, Julián se había labrado toda una reputación. Faltaba mucho a clase, pero era difícil no darse cuenta de su presencia cuando iba por los pasillos. Hablaba a voces, pocas veces se tomaba algo en serio y solía meterse en problemas. Era de ese tipo de personas que no pasan desapercibidas, que llaman la atención de todo el mundo sin ni siquiera intentarlo. Un chico atractivo con cara en forma de diamante, una barbilla estrecha que le daba un aspecto terco y una voz intensa que siempre parecía destacar sobre las demás.

—¿Qué quisiste decir con lo de «invocarme»? —preguntó de nuevo Julián. Tenía la vista fija en sus manos semitransparentes y les iba dando la vuelta como si tratara de resolver un rompecabezas.

—¿Sabes cómo llegaste hasta aquí? —preguntó Yadriel tratando de abordar el tema delicadamente.

Julián lo miró lleno de ira:

—¡No! Yo iba por la calle con mis amigos… —Observó a su alrededor, como si esperara encontrarlos en aquella fría iglesia, y frunció el ceño tratando de recordar—. Y entonces, alguien… algo… ¿pasó? No sé, me caí al suelo. A lo mejor me asaltaron. —Julián se frotó distraídamente el pecho—. Cuando quise darme cuenta, estaba en esta iglesia con ustedes dos.

Pasaron unos instantes y, de golpe, Julián puso los ojos como platos:

—Morí, ¿verdad? —La ferocidad lo había abandonado y su voz no fue más que un susurro débil—. ¿Estoy muerto?

Yadriel hizo una mueca y asintió:

—Pues… sí.

Julián dio unos pasos hacia atrás, trastabillando, y su cuerpo fluctuó durante un momento como si una cámara estuviera tratando de enfocarlo.

—Oh, Jesús… —Se llevó ambas manos a la cara y gruñó—: Mi hermano me va a matar .

—Diría que ya va tarde —dijo Maritza atravesando el hombro de Julián con un dedo.

—¡Para! —Julián apartó el brazo y se volvió hacia Yadriel—. Entonces, ¿qué? ¿Soy un fantasma?

Yadriel no sabía qué pensar de aquel chico: no parecía ni enfadado ni consternado, sino más bien molesto, como si morirse no fuera más que un inconveniente.

—Un espíritu.

—¿Cuál es la diferencia? —preguntó Julián mientras espantaba con la mano a Maritza, que no dejaba de rondarlo como una mosca.

—No lo sé, la verdad —trató de explicarse Yadriel, jugueteando con el colgante—. Creo que la palabra «fantasma» es un poco… ¿despectiva?

Julián tenía la mirada fija en él, con los labios apretados y una ceja levantada, así que Yadriel trató de elaborar:

—Nosotros usamos la palabra «espíritu».

—¿Y quiénes son «nosotros»?

—Ah, ella es Maritza —dijo Yadriel señalándola. Su prima meneó los dedos en forma de saludo y Julián se apartó aún más de ella—. Yo me llamo Yadriel y, em…

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