42. ¿Acaso te he dejado faltar alguna cosa desde mi salida del mundo? ¿No te hice el don de mi cuerpo y de mi sangre como alimento de vida237? ¿No padecí la muerte por tu causa238, a fin de salvarte? ¿No te manifesté el misterio celestial239, para hacer de ti mi hermano y mi amigo? ¿No te he dado el poder de pisar serpientes y escorpiones y todo poder sobre el enemigo (Lc 10,19)? ¿No te he dado múltiples remedios de vida240 con los cuales puedes salvarte: mis portentos, mis signos, mis milagros, con los cuales me revestí en el mundo como con una armadura de guerra241? Te los he dado para que te ciñas y derrotes a Goliat242, es decir el diablo. ¿Qué cosa te falta ahora, por qué te me has convertido en un extraño? ¡Sólo tu negligencia te precipita en el abismo infernal!”.
43. Hijo mío, estas cosas y otras peores nos dirán si somos negligentes y no obedecemos (el mandamiento) de perdonarnos mutuamente243. Vigilemos sobre nosotros mismos y cuáles son las potestades de Dios, que vendrán en nuestro auxilio en el día de la muerte; aquellas que nos guiaron en medio de la dura y terrible guerra, aquellas que harán resurgir nuestras almas de entre los muertos244.
Se nos han dado, ante todo, la fe y la ciencia para expulsar de nosotros mismos la incredulidad, se nos han dado, después, la sabiduría y la prudencia para discernir los pensamientos del diablo, huirles y detestarlos. Se nos ha predicado el ayuno, la oración, la templanza, que otorgan la calma al cuerpo y la quietud a las pasiones. Se nos han dado la pureza y la vigilancia, gracias a las cuales Dios habitará en nosotros. Se nos han dado la paciencia y la mansedumbre. Si custodiamos todo esto, heredaremos la gloria de Dios.
44. Se nos han dado la caridad y la paz, poderosas en la lucha; el enemigo, en efecto, no se puede acercar al lugar donde se encuentran éstas. Respecto a la alegría, se nos ha ordenado combatir con ella la tristeza. Se nos han dado la generosidad y la disposición para el servicio. Nos han dado la santa oración y la perseverancia que colman de luz el alma. Se nos han dado la modestia y la simplicidad, que desarman la maldad. Ha sido escrito para nosotros que debemos abstenernos de juzgar245, para vencer la mentira, perverso vicio que está en el hombre, porque si no juzgamos no seremos juzgados en el día del juicio. Se nos ha dado la paciencia para afrontar el sufrimiento y las injusticias, para que no nos oprima el desaliento.
45. Nuestros padres han transcurrido sus vidas en el hambre, en la sed y en innumerables mortificaciones246, hasta conquistar la pureza; sobre todo han huido del hábito del vino, que nos colma de todos los males247. Las turbaciones, los tumultos y los desórdenes en nuestros miembros son causados por el abuso del vino248. Esta es una pasión llena de pecados, es la esterilidad y la podredumbre de los frutos. La insaciable voluptuosidad entenebrece el entendimiento, hace impúdica la conciencia y rompe el freno de la lengua. Hay alegría plena cuando no se entristece al Espíritu Santo249 y no está atontada la voluntad. El sacerdote y el profeta , está escrito, fueron atontados por el vino (Is 28,7). El vino es licencioso, insolente la ebriedad. Quien se abandona a él no estará limpio de pecado (Pr 20,1). Cosa buena es el vino, si se bebe con moderación250. Si vuelves tus ojos a las copas y a los cálices, caminarás desnudo como un necio (Pr 23,31). El que se haya preparado para hacerse discípulo de Jesús, que se abstenga del vino y de la ebriedad.
46. Nuestros padres, conociendo cuántos males provienen del vino, se abstuvieron. Bebían poquísimo, en caso de enfermedad. Y si le fue concedido un poco a Timoteo, ese gran trabajador, eso sucedió porque su cuerpo estaba lleno de enfermedades251. Pero a quien hierve de vicios en la flor de la juventud, en quien se acumulan las impurezas de las pasiones, ¿qué le diré? Tengo miedo de decirle que no beba (vino) por temor de que alguno, despreciando la propia salvación, murmure contra mí. En nuestros días, en efecto, para muchos este lenguaje es duro. Además, queridos míos, es bueno vigilar y es útil mortificarse, porque quien se mortifica pondrá en un lugar seguro su nave, en el buen y santo puerto de la salvación, y se saciará de los bienes del cielo252.
47. Pero lo que es todavía más grande que todo esto: nos ha sido dada la humildad; ella vela sobre todas las otras virtudes, tal es la gran y santa fuerza de la cual se revistió Dios cuando vino al mundo253. La humildad es el baluarte de las virtudes, el tesoro de las obras, la armadura de la salvación254, el remedio para toda herida. Después de haber fabricado las telas finas, los ornamentos preciosos y todos los adornos para el tabernáculo, se lo revistió con una tela de cilicio255. La humildad es cosa mínima delante de los hombres, pero preciosa y estimada delante de Dios. Si la adquirimos pisaremos todo el poder del enemigo (Lc 10,19). Está escrito, en efecto: ¿A quién miraré, sino al humilde y al manso? (Is 66,2).
48. No concedamos reposo a nuestro corazón en este tiempo de carestía, porque si se ha multiplicado la jactancia y la vanagloria, se ha multiplicado la avidez, reina la fornicación por causa de la saciedad de la carne, ha prevalecido el orgullo. Los jóvenes no obedecen más a los ancianos, los ancianos no se preocupan más por los jóvenes, cada uno camina según los deseos de su corazón256. Éste es el tiempo de gritar con el profeta: ¡Ay de mí, oh alma mía! El hombre que teme a Dios ha desaparecido de la tierra y el que es recto entre los hombres no vive más según Cristo; cada uno oprime a su prójimo (cf. Mi 7,1-2)257.
49. Queridísimos míos, luchen porque el tiempo está cerca y los días se han acortado258. Ya no hay un padre que enseñe a sus hijos, no hay un hijo que obedezca a su padre259, han desaparecido las vírgenes rectas260; los santos padres han muerto doquiera. Han desaparecido madres y viudas. Hemos llegado a ser como huérfanos261; se pisa a los humildes y se golpea la cabeza de los pobres262. Por esto, todavía un poco y vendrá la ira de Dios263, y estaremos en la aflicción sin que haya nadie para consolarnos264. Todo esto nos ha sucedido porque no hemos querido mortificarnos.
50. Queridos míos, luchemos para recibir la corona que ha sido preparada265. El trono está listo266, la puerta del reino está abierta267; al vencedor le daré el maná escondido268. Si luchamos y vencemos las pasiones, reinaremos para siempre, pero si somos vencidos tendremos remordimientos y lloraremos con lágrimas amargas. Combatámonos a nosotros mismos mientras esté a nuestro alcance la penitencia. Revistámonos con la mortificación y así nos renovaremos en la pureza269. Amemos a los hombres y seremos amigos de Jesús, amigo de los hombres.
51. Si hemos prometido a Dios la vida monástica, 270, caridad, virginidad, pero no sólo del cuerpo, sino aquella virginidad que es (escudo) contra todo pecado. En el evangelio, en efecto, algunas vírgenes fueron rechazadas a causa de su pereza; aquellas, en cambio, que vigilaban valerosamente entraron en la sala de bodas271. ¡Qué cada uno de nosotros pueda entrar en ese lugar para siempre272!
52. El amor al dinero: por su causa somos combatidos. Si quieres amasar riquezas, que son la carnada para el anzuelo del pescador, sobre todo mediante la avaricia o con el comercio, o bien con la violencia o con el engaño, o con un trabajo excesivo, al extremo de no tener tiempo para servir a Dios, o por cualquier otro medio; si has deseado amasar oro y plata, recuerda aquello que se dice en el evangelio: ¡Insensato! Esta noche te será quitada la vida y aquello que has amontonado, ¿para quien será? (Lc 12,20). Y también: Amontona tesoros, sin saber para quién los amontona (Sal 38 [39],7)273.
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