Desde luego, como dice Dummett, la tesis de la prioridad se convirtió en un dogma explícito y ampliamente aceptado de la filosofía analítica hasta el momento en que llegamos al Tractatus , donde Wittgenstein, como es sabido, escribió: “Un pensamiento es una proposición con sentido” (Wittgenstein, 1921: §4, p. 19).
Sin embargo, en el Tractatus, no solo encontramos una aceptación explícita a la tesis de la prioridad, sino que también tenemos al giro lingüístico como la idea de que el análisis lógico del lenguaje es el método que debe ser adoptado para hacer filosofía de un modo riguroso: “El [ Tractatus ] se ocupa de los problemas de la filosofía, y demuestra, creo, que la razón por la que se plantean estos problemas es que se malinterpreta la lógica de nuestro lenguaje ” (Wittgenstein, 1921: Prefacio, p. 3; las cursivas en la cita son nuestras).
Como hemos visto en §4, la posición de que la aparente forma lógica de una proposición P podría no ser la real se le debe a Russell. Y, por lo tanto, si, al seguir el camino filosófico que conduce al nacimiento de la filosofía analítica, tenemos la intención de ir desde Frege hacia Wittgenstein, necesitamos utilizar un escalón intermedio, e inevitable, representado por el diagnóstico de Russell sobre la causa principal detrás de la formación de pseudoproblemas o paradojas en lógica, y en filosofía en general: el malentendido de la forma lógica de determinadas proposiciones.
En este punto de nuestra discusión crítica sobre la reconstrucción racional de algunas de las raíces de la filosofía analítica, existe un interrogante que se presenta a la vista como consecuencia de las dificultades de la aproximación fregeana a la filosofía del pensamiento. Este interrogante pregunta sobre la necesidad de creer que los pensamientos son entidades abstractas, si es que aspiramos a salvaguardar su objetividad y comunicabilidad.
Como es bien sabido, el Wittgenstein tardío, Quine y otros respondieron el anterior interrogante mediante un claro y resonante “no”. Y, como consecuencia de ello, decidieron adoptar una actitud hacia el lenguaje y el pensamiento caracterizada por una posición común antiplatonista. Pero, habiendo establecido esto, es importante notar que, mientras la estrategia de Wittgenstein al luchar contra la metafísica platonista tiene como objetivo conducir a palabras tales como “conocimiento”, “ser”, “objeto”, “yo”, “proposición”, etc. desde su uso metafísico hacia su uso ordinario, 19la de Quine consiste, por su parte, en una exhortación a estudiar el conocimiento, la mente y el significado “con el mismo espíritu empírico que anima a la ciencia natural” sin dejar lugar para una filosofía prioritaria. 20Es asunto de un considerable interés histórico observar que ambas estrategias antiplatonistas anteriormente mencionadas tuvieron importantes consecuencias en filosofía. Wittgenstein, pues, proporcionó un caldo de cultivo ideal para lo que, en años posteriores, llegó a conocerse como “filosofía del lenguaje ordinario”; mientras que Quine engendró el naturalismo filosófico, todavía hoy muy influyente.
Dummett comparte la hostilidad de Wittgenstein y Quine hacia el enredo de la metafísica platonista en la filosofía del lenguaje/pensamiento, pero termina desarrollando una visión sobre cómo asegurar la objetividad y la comunicabilidad de los pensamientos que difiere de la de Wittgenstein y la de Quine. Para observarlo, consideremos que para Dummett:
Si el acercamiento a la filosofía del pensamiento a través de la filosofía del lenguaje ha de servir el propósito de salvaguardar la objetividad del pensamiento sin una mitología platónica, el lenguaje debe ser concebido como una institución social, como la posesión común de los miembros de una comunidad (Dummett, 1993: p. 213 de este volumen).
En efecto, si por un lado creemos, con el Wittgenstein tardío –para quien en la mayoría de los casos, el significado es el uso– que el significado de una expresión E perteneciente al lenguaje ordinario se fija mediante el uso público que un miembro competente de la comunidad hace de E; y si, además, también compartimos su creencia de que aprender cómo usar E es el resultado de una instrucción basada en una práctica pública, observable, de hablantes competentes (la instrucción puede incluir reacciones positivas o negativas); entonces, se sigue que no es necesario apelar a entidades abstractas o a pensamientos que son inaccesibles para otros hablantes, para considerar la objetividad del significado de las expresiones pertenecientes al lenguaje ordinario.
Aunque Dummett sea muy compasivo con la estrategia de Wittgenstein dirigida a hacer filosofía del lenguaje sin la metafísica platonista, lo que no puede aceptar es la visión poco sistemática de Wittgenstein sobre el lenguaje como una colección de juegos de lenguaje libremente relacionados. Para Dummett, es posible producir una teoría sistemática del significado que podría considerarse no solo para que las expresiones del lenguaje ordinario tengan el significado que tienen, sino también para aclarar en qué consiste la comprensión de tales expresiones por parte del hablante individual –el idiolecto individual. 21
Un segundo punto en el que Wittgenstein y Dummett no están de acuerdo es que, mientras parece que, para Wittgenstein, el dominio de un lenguaje consiste en la posesión de habilidades prácticas, para Dummett, en cambio, implica mucho más que eso.
Para observar cómo Dummett argumenta al respecto, considérense las preguntas “¿Puedes nadar?” y “¿Puedes hablar castellano?”. El hecho de que resulte apropiado responder “No lo sé, nunca lo he intentado” a la primera, pero que sea absurdo responder lo mismo a la segunda muestra, para él, que, si saltar sobre un río puede interpretarse correctamente como una habilidad práctica, hablar un lenguaje no puede ser interpretado del mismo modo. 22
Al margen de la hostilidad generalizada que Dummett siente en torno a lo que hemos denominado “naturalismo filosófico”, la diferencia principal entre su punto de vista sobre la filosofía del lenguaje y la de Quine se refiere a la relación entre el idiolecto y el lenguaje privado. En la filosofía del lenguaje de Quine (y en la de Davidson), el idiolecto tiene un papel primario, donde el lenguaje ordinario no es más que la superposición de los distintos idiolectos de los hablantes. En particular, la comunicación entre el hablante X y el hablante Y es vista por Quine como el resultado de la traducción del idiolecto de X en el idiolecto de Y , y viceversa . 23Sin embargo, la idea de comunicación entre dos hablantes que tiene Quine y su punto de vista de que no hay ningún hecho sobre el significado y la referencia, tomados juntos generan dos problemas formidables. Ellos son los problemas bien conocidos de la indeterminación de la traducción y la inescrutabilidad de la referencia. 24En marcado contraste con la posición de Quine (y Davidson) sobre este asunto, de acuerdo con Dummett, el lenguaje ordinario es primario, mientras que el idiolecto es simplemente visto por él como la comprensión (parcial) del individuo del lenguaje ordinario. Dentro de un marco de referencia dummettiano, la comunicación entre los hablantes X e Y no tiene nada que ver con traducir o interpretar (en el sentido de Davidson). Se trata de un diálogo guiado por el estándar objetivo áureo provisto por el lenguaje ordinario, cuya naturaleza no es ni psicológica ni abstracta.
Es importante advertir que, dentro de la visión dummettiana del lenguaje, como una consecuencia de la existencia de un estándar objetivo áureo provisto por el lenguaje ordinario, no podríamos tener anomalías que afecten a la comunicación, como la indeterminación de la traducción y la inescrutabilidad de la referencia. Además, no habría peligro de desviarse hacia el psicologismo, como ocurre, en cambio, dentro del marco de comunicación quineano donde el hablante X , carente del estándar objetivo áureo provisto por el lenguaje ordinario, debe “leer la mente” del hablante Y para producir una teoría sobre cómo el hablante Y va a tomar las cosas que está a punto de decir, y viceversa. 25
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