Adivinos, números y economía
“¿No es extraño? Los mismos que se ríen de los adivinos se toman en serio a los economistas”. Este magnífico aforismo de autor desconocido nos hace un verdadero llamado de atención. La economía, los economistas, con sus predicciones, anuncios y estadísticas nos envuelven en su fraseología con pretensiones de conocimiento científico cuando cualquier feriante sabe analizar sus ganancias y pérdidas mejor que un académico y, con frecuencia, satisface sus necesidades propias y familiares sin tener que recurrir a Adam Smith, David Ricardo, Keynes o Samuelson. Cuantas veces escuchamos a los especialistas decir que los números no mienten cuando todos saben que los que manejan los números pueden manipularlos y mentir a su gusto. Basta con escuchar las cifras de desempleo, salud, educación, niveles de corrupción y otros aspectos relacionados con la población y el gobierno y luego observar la realidad para poner en razonable duda tales guarismos. Desde tiempos muy antiguos los hombres sabían que hay momentos de vacas gordas y vacas flacas, que en los primeros hay que guardar para soportar los segundos. La historia nos muestra casos de sujetos ignorantes que acumularon enormes fortunas y hombres cultos e inteligentes que vivieron en la pobreza o la estrechez material. De modo que si de sobrevivir se trata más pueden la iniciativa y la voluntad. En cuanto a los adivinos, como en todas las profesiones y oficios, los hay buenos, regulares y malos.
Decía Thoreau que el tiempo es la corriente donde se inclinaba a pescar; es una bella metáfora, sobre todo comparada con la tiranía del reloj. El hombre ha inventado toda clase de mecanismos para torturarse, entre ellos uno de los más terribles es el reloj, ese infernal aparato que nos hace saltar por las mañanas sin ninguna compasión. Como si eso fuera poco, el ingenio humano ha diseñado nuevos mecanismos para perfeccionar la tortura cronológica con variados sonidos artificiales que destrozan el plácido sueño del desdichado mortal que debe salir de las tibias sábanas para correr al baño, luego al desayuno, después a vestirse y salir disparado a la calle para llegar temprano a la oficina. Relojes a cuerda, relojes a pila, relojes digitales, relojes en el televisor, relojes en el computador, relojes por todas partes marcando el tiempo con sus duros martillos, luces y números. Ese tiempo inventado por el mismo hombre. Los pájaros, las mariposas, los peces y los cangrejos no necesitan relojes para despertar; las flores no usan relojes para abrir sus pétalos y exhalar su perfume; el sol no requiere ningún reloj para alumbrar por las mañanas y la semilla no necesita un reloj para convertirse en roble. Solo los hombres nos encadenamos a tiempos exactos, medidos, rítmicos, monótonos, despiadados.
¿Qué sería del hombre sin la vaca? Este noble animal, de tosco aspecto y cara de imbécil, ha prestado extraordinarios servicios a la humanidad. Leche, queso, mantequilla y yogurt provienen de la vaca. Su leche ha servido de alimento a generaciones enteras de hombres y mujeres. Sabios y necios, soldados y civiles, santos y criminales se han nutrido con la leche de las vacas. Es cierto que la vaca no tiene la belleza de un antílope, la gracia de la nutria o la voz de un mirlo, pero es útil de los cuernos a la cola. Además de la leche, su carne y su cuero son otro aporte a la sociedad humana. Cinturones, carteras, zapatos y tantos otros artículos tienen en el cuero de vaca la materia prima. Su carne, preparada de mil maneras diversas y con los aderezos adecuados, deleita los paladares de las más variadas poblaciones. Por otra parte, también ha servido de inspiración para cuentos infantiles y canciones, como aquella que dice: “Tengo una vaca lechera. No es una vaca cualquiera. Tilín, tilón”. Aunque, como ya se ha dicho, carece de gracia y belleza, como amante muestra gran disposición cuando el toro la acomete empujado por incontenible pasión. La vaca nunca se niega con disculpas tales como: “Estoy cansada, tengo sueño, me duele la cabeza”. Por todo lo anterior: ¡Viva la vaca!
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