Las palomas pasajeras consumían grandes cantidades de semillas de encinos, hayas y castaños y formaban colonias de anidación densas que se extendían hasta 23 kilómetros. Se decía que el solo peso de las aves anidando llegaba a quebrar las ramas de grandes árboles y derribaba los arboles pequeños ¿Cómo desaparecen 5 mil millones de aves? El exterminio comenzó en la costa oriental de Norteamérica principalmente por la destrucción de los bosques. Después, al terminar la Guerra Civil, los ferrocarriles llegaron hasta territorios del medio oeste donde las palomas eran más abundantes. Ahí se instalaron líneas de telégrafos y gracias a ellas los cazadores profesionales podían informarse rápidamente sobre la localización de colonias. La tecnología, el creciente apetito urbano de carne y los numerosos cazadores se combinaron en lo que resultó ser una despiadada matanza. Los suculentos pichones eran enviados a los mercados de las ciudades orientales de Estados Unidos, mientras que los adultos eran capturados y usados como blancos en los campos de tiro. En 1878 un solo cazador envió tres millones de palomas de Michigan a los mercados del este del país. Un artículo en la revista Forest and Stream describió lo que sucedía en Pennsylvania en 1886: “Cuando aparecen las aves todos los habitantes varones del vecindario dejan su habitual ocupación como granjeros, leñadores, exploradores de petróleo y holgazanes, y se unen a la tarea de capturar y comercializar a las aves. La ley en Pennsylvania claramente prohíbe la caza de palomas en sus sitios de anidación, sin embargo, nadie la respeta y las aves han sido asesinadas por decenas de miles.”
La paloma pasajera es quizás el símbolo mejor conocido de la extinción. John James Audubon, el primer gran artista de vida silvestre, plasmó a estas elegantes aves en este lienzo pintado a mano.
El final de esas superabundantes aves llegó sorprendentemente rápido. Aunque la cacería cesó cuando ya no era rentable y todavía quedaban algunos miles de palomas habitando en grandes extensiones de hábitat, la especie decayó velozmente. Las causas de su extinción aún son un misterio. La mejor hipótesis es que estas aves requerían agruparse en colonias gigantes para reproducirse con éxito. Dado que de manera individual eran bastante vulnerables ante los depredadores, es posible que esta estrategia de reproducción les ayudara a evadirlos, pues al reproducirse rápidamente su población incrementaba considerablemente y las pérdidas por depredación no eran tan significativas. No obstante, conforme las colonias fueron reduciéndose, la cantidad de depredadores aumentó proporcionalmente y, finalmente, las pocas aves restantes desaparecieron en las fauces de sus enemigos.
El último individuo vivo de la especie fue una hembra llamada Martha, la cual murió en el zoológico de Cincinnati en 1914. Martha se encuentra disecada en el Museo Nacional de Historia Natural del Instituto Smithsonian de Estados Unidos y el recuerdo de su especie se encuentra conmemorado en una de las ilustraciones más evocadoras de John James Audubon. Pero este no es el final de la historia. Al consumir millones de semillas, derribar árboles y depositar vastas cantidades de excremento cada verano, estas aves configuraban la dinámica ecológica de los bosques caducifolios del este de Estados Unidos. Se considera que las multitudes de palomas dejaban un reducido número de semillas disponibles para los ratones de campo, por lo que cuando las palomas desaparecieron, la población de estos ratones se vio enormemente beneficiada, particularmente los años en que los encinos produjeron más bellotas. Además, como se mencionó, los ratones son vectores de la enfermedad de Lyme que actualmente es un problema de salud para las comunidades humanas. ¿Será esa la venganza de la paloma pasajera?
Los carpinteros más grandes
El declive de la paloma pasajera es quizá la extinción aviar más famosa de Norteamérica. Otra historia bien conocida trata del inmenso carpintero real. El ave era (algunos dirían que quizá sigue siendo) habitante de los bosques pantanosos del sureste de Estados Unidos y de los bosques vírgenes de Cuba. Hace 150 años Audubon describió con vehemencia su hábitat en América:
Quisiera describir la extensión de esos profundos pantanos, eclipsados por millones de cipreses oscuros y gigantescos, extendiendo sus robustas ramas cubiertas de musgo como para advertir al hombre intruso a hacer una pausa y reflexionar sobre las muchas dificultades que debe afrontar si persiste en aventurarse más allá en sus casi inaccesibles recovecos, extendiéndose por kilómetros ante él, donde sería interrumpido por enormes ramas, troncos masivos de árboles caídos y en decadencia y miles de plantas de innumerables especies arrastradas y retorcidas.
De casi 50 centímetros de longitud de cabeza a cola, esta gran ave se ha considerado extinta desde hace mucho tiempo, aunque algunos albergan la ilusión de que el carpintero real sobreviva en algún área remota del sureste cubano. Hace algunos años la esperanza revivió cuando un grupo de científicos del famoso Laboratorio de Ornitología de la Universidad Cornell en Arkansas reportaron haber observado al “Ave Señor Dios” (llamada así por las reacciones que ocasionalmente acompañaban las primeras observaciones del ave). Pero las búsquedas posteriores y el análisis de la evidencia han generado dudas acerca de estas afirmaciones. Hoy se piensa que el ave observada en ese entonces por los investigadores era un carpintero similar y más común: el carpintero imperial.
Lamentablemente en México también hay historias de pérdidas similares. El todavía más grande carpintero imperial habitaba los bosques de pino y encino de la sierra Madre occidental y tenía una longitud de 56 centímetros. Al igual que su pariente el carpintero real, la tala fue una de las causas que lo llevó a la extinción, pues requería grandes extensiones de bosque continuo. El antropólogo noruego Carl Lumholtz observó a esta especie en las montañas de Chihuahua en 1902 y dejó escrito: “Un mexicano llamado Figueroa apareció una mañana con tres magníficos carpinteros; eran unos ejemplares extraordinariamente grandes de Campephilus imperialis. Esta ave espléndida mide 60 centímetros de altura, su plumaje es negro y blanco y el macho porta una cresta roja en su cabeza que resalta particularmente en la nieve”.
Es triste que la única buena fotografía que existe de un carpintero imperial (aparte de pieles disecadas) sea ésta, un magnífico ejemplar destinado a la cazuela. Aunque existen reportes ocasionales —y dudosos— de carpinteros imperiales y carpinteros reales, si alguien quisiera tener una idea de cómo era el más grande de los carpinteros tendría que viajar a los bosques templados andino-patagónicos de Sudamérica, tener suerte y observar a un carpintero negro, una especie similar cuya longitud es casi tres cuartos de la que tenía el carpintero imperial.
Además de la tala, la caza también llevó al carpintero imperial al camino de la extinción, no sólo por su carne (los polluelos eran considerados una exquisitez), sino también por sus plumas, las cuales eran sumamente valoradas como ornato. Una de las últimas observaciones fue realizada en 1958 por W. L. Rheim, un dentista y observador de aves aficionado. Él documentó haber visto a un tepehuano (cuya etnia es famosa por su rebelión contra los españoles) cargando un carpintero imperial muerto y quien lo describió como “un gran pedazo de carne”.
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