Las distintas actividades humanas generan efectos sinérgicos cuyos impactos combinados son mucho mayores a la suma de sus impactos individuales. Un ejemplo común es cuando las actividades humanas restringen la distribución de una especie o cuando alteran el clima local y regional. Las actividades antropogénicas han causado que un mayor número de especies ahora sean raras o escasas, lo que las hace más vulnerables que sus ancestros a la perturbación climática, desastres naturales y demás perturbaciones. Estas especies han sido llamadas “zombis” o muertos vivientes. Han sobrevivido a la disminución de sus poblaciones o al cambio climático, pero no lograrán sobrevivir a ambos.
Las vastas llanuras del Serengueti en África oriental poseen la mayor biomasa (peso vivo) de mamíferos en la Tierra. El apropiado nombre significa en lenguaje masái “planicie infinita”. Ir a visitar el Serengueti le permite a uno regresar al Pleistoceno, cuando agrupaciones similares de mamíferos grandes eran mucho más comunes, incluso en América. El turismo en esta llanura es un motor importante de la economía de Kenia y Tanzania. Hoy las inmensas migraciones se encuentran amenazadas por planes de infraestructura de carreteras al servicio de empresas mineras.
Si bien es cierto que las extinciones de poblaciones y especies son procesos naturales y han ocurrido a lo largo de la historia, es importante destacar que las tasas de extinción actuales son extraordinariamente altas, especialmente cuando se comparan con las tasas de evolución de nuevas especies. Es decir, no hay manera de que las extinciones sean balanceadas con la evolución de nuevas especies. Lamentablemente no hay suficientes biólogos profesionales u observadores amateurs para documentar todas las extinciones que están ocurriendo, aun cuando se trate de grupos de organismos bien conocidos, como las aves y los mamíferos. La tarea de registrar la aniquilación de poblaciones es aún más grande y complicada. Además, algunas personas afirman que la seriedad de la crisis de extinción está sobreestimada, lo que es equivalente a decir que una playa que está erosionándose ante nuestros ojos no está desapareciendo porque hay en ella un gran número de granos de arena o porque el número de granos que está desapareciendo no ha sido contabilizado. Es arriesgado y hasta deshonesto generar estas dudas, pues si la actual ola de extinción sigue acelerándose, no sólo será un presagio del trágico declive de la variedad de seres vivos que habitan este planeta, sino del fin de la civilización humana y la prematura muerte de miles de millones de personas. Como menciona el personaje de caricatura estadunidense Pogo: “Hemos conocido al enemigo y somos nosotros”. A pesar de nuestra inteligencia y de lo mucho que comprendemos los ecosistemas, nos comportamos de manera absurda. Ya sea desde una perspectiva ética o de interés personal podemos ver que el camino que estamos siguiendo es el erróneo y, aun así, nos comportamos como los moscovitas de Tolstoi con Napoleón en la puerta: bailando alegremente mientras la destrucción se acerca.
La isla de Guadalupe frente a las costas de Baja California, México, se consideraba un paraíso biológico a mediados del siglo XIX. Desafortunadamente, como en muchas otras islas en todos los océanos, animales introducidos como cabras, gatos y ratas diezmaron sus aves y plantas endémicas. Los exitosos esfuerzos de erradicación de los invasores han permitido la recuperación de muchas de sus plantas y animales.
4. CANTOS SILENCIADOS
Al visitar la Academia de Ciencias de California, localizada en el Golden Gate Park en San Francisco, se puede aprender sobre las tragedias que han experimentado algunas especies de aves extintas como resultado de las actividades humanas. Para llegar a la sección donde se encuentran las colecciones científicas uno debe recorrer, cual explorador, estrechos y laberínticos corredores, hasta llegar a la Colección de Ornitología. Entre innumerables gabinetes se encuentra uno con un letrero que dice “aves extintas”. Al abrirlo y mirar el interior se experimenta un terrible impacto al ver muchos ejemplares de una gran cantidad de especies que ya no existen. Se pueden observar especies como el carpintero imperial que habitaba la Sierra Madre Occidental y el petrel de la isla de Guadalupe, ambos de México. Cada una de las especies está cuidadosa e irónicamente preservada; no fue hace mucho tiempo que fallamos en asegurar su conservación mientras vivían. A medida que se observan esos especímenes inertes, el horror se convierte en tristeza, pues son sólo muestras de lo que alguna vez fueron criaturas animadas. Las estadísticas tienen, sin duda, cierta capacidad para desconcertarnos, pero el hecho de ver las reminiscencias de tantas especies de aves debería tocar algunas fibras sensibles y propiciar un compromiso.
Más allá de África
Hasta hace aproximadamente 60 mil años, sólo las aves y otros animales de África habían tenido la experiencia de interactuar con los humanos. Miles de especies de aves en el hemisferio occidental, la mayoría de Asia, Australia y las islas oceánicas, habitaban tierras y aguas jamás visitadas por seres humanos modernos. Incluso en África los humanos eran pocos y habitaban sólo algunas partes del continente; pero luego empezaron a propagarse por todo el mundo. Primero comenzaron por Eurasia, luego ocuparon algunas islas del suroeste del Pacífico para finalmente llegar a Australia e invadir el hemisferio occidental. Las aves se enfrentaron a esta especie que no era como ninguna otra. Estos inteligentes, sociales y hambrientos primates, nuestros ancestros, sometieron a las aves con cacerías al estilo blitzkrieg. Al enfrentarse a esa versión temprana de las guerras relámpago, muchas aves ingenuas nunca tuvieron oportunidad de sobrevivir, pues la diáspora de los humanos fue tan rápida en términos evolutivos que había pocas oportunidades para que las aves valoradas como alimento o por sus plumas evolucionaran en respuesta adaptativa a la depredación de nuestros antepasados.
La caza fue tan sólo uno de los aspectos de la conquista de los humanos. Los cambios sin precedente en los hábitats y las introducciones accidentales o deliberadas de animales como gatos, ratas, cabras y cerdos a menudo causaron más destrucción que la caza directa. De acuerdo con registros fósiles y otras evidencias, alrededor de 2 mil especies de aves fueron orilladas a la extinción solamente en las islas del Pacífico después del establecimiento de los humanos hace unos 2 mil a 3 mil años. Muchas de estas aves estaban en desventaja porque, al no tener depredadores terrestres, sus alas eran vestigiales y no podían escapar volando de los humanos o de las ratas; y aquellas aves que sí podían volar eran más propensas a irse de las islas hacia un destino incierto. Antes de la aparición del Homo sapiens, las aves que no hacían una inversión metabólica en el uso funcional de sus alas invertían esa energía en aspectos más importantes de su sobrevivencia.
Hace relativamente poco, desde el siglo XVI, por lo menos 132 especies de aves se han extinto en las islas mencionadas, otras 15 especies están posiblemente extintas y cuatro más sobreviven sólo en cautiverio. Muchas otras extinciones han ocurrido en todos los continentes, como la del pato cabeza rosada y la de la codorniz del Himalaya, ambos oriundos de la India; y las del avión ribereño asiático de Tailandia, el chipe de Bachman de Estados Unidos, el zanate del río Lerma de México y el pato poc o zampullín del lago Atitlán en Guatemala. Actualmente un gran número de especies en peligro de extinción se encuentra en regiones tropicales como Madagascar, Australia, Filipinas, India, China, el sureste asiático (incluyendo Vietnam y Camboya), Sumatra y Borneo en Indonesia, Brasil oriental y los Andes en Ecuador y Perú, donde la pérdida de los hábitats y otras causas han llevado a incontables especies al borde de la extinción. Estados Unidos, México, Brasil, Egipto, Tanzania, Angola y Sudáfrica también poseen un gran número de especies y poblaciones en peligro de extinción. Es muy probable que el número exacto de extinciones sea mayor, ya que no hay duda de que muchas especies desaparecieron antes de ser conocidas por la ciencia, mientras que otras, al ser extremadamente raras, no han sido observadas desde hace mucho tiempo y probablemente ya estén extintas.
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