Bernadette Atuahene - ¡ Queremos lo nuestro!

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En el libro ¡Queremos lo nuestro!, la profesora Bernadette Atuahene desarrolló por primera vez, de manera sistemática, los que se han convertido en sus aportes conceptuales más relevantes en la literatura relacionada con el tema de las expropiaciones y lo referente al movimiento de derecho y sociedad en Estados Unidos. Se trata de los conceptos «expropiación de la dignidad» y «restauración de la dignidad». La autora usa un amplio y detallado trabajo de campo en ciudades de Sudáfrica y logra mostrar que la expropiación de la que fueron víctimas miles de personas durante el apartheid, además de despojarlas de su propiedad, las privó de su dignidad. Aunque múltiples regímenes constitucionales amparan las expropiaciones que llevan a cabo los Estados con el objetivo de alcanzar fines importantes y legítimos, cuando estas deshumanizan o infantilizan a quienes las padecen, debe otorgarse un remedio que permita restaurar la dignidad «expropiada». Dicho remedio, de acuerdo con la profesora Atuahene, debe ir más allá de la compensación económica y permitirle a la persona despojada convertirse en parte de la comunidad política con voz y agencia.

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La infantilización es una forma de privación de la dignidad distinta a la deshumanización. La «infantilización» es la restricción de la autonomía individual o de un grupo con base en la falta de reconocimiento y respeto por su capacidad total de razonamiento. Aunque se reconoce la humanidad de una persona, su capacidad de autogobernarse racionalmente es negada 115. Con frecuencia, la infantilización comporta tratar a los adultos como si fueran menores, y por lo tanto ubicarlos bajo la autoridad de otro. El contrato social requiere el consentimiento de un individuo para ser gobernado, así que hasta que los niños logran desarrollar las facultades mentales necesarias para consentir, son ciudadanos desiguales. En varios puntos de la historia, las sociedades han considerado que las mujeres adultas y los adultos de color no tienen las facultades mentales necesarias para convertirse en miembros de la comunidad política y por lo tanto, como a niños, se les ubica bajo la autoridad de otro.

La tradición filosófica europea está plagada del dogma supremacista blanco que infantiliza a las personas de color. Charles Mills anota que los grandes filósofos consideraban a los no blancos como una especie separada de salvajes sin la capacidad de razonar. Mills se refiere a:

Las especulaciones de Locke sobre las incapacidades de las mentes primitivas, la afirmación de David Hume de que ninguna raza salvo la blanca había creado civilizaciones valiosas, los pensamientos de Kant sobre las diferencias de racionalidad entre los blancos y los negros, la conclusión poli-genética de Voltaire de que los negros pertenecían a una especie distinta y menos hábil, el juicio de John Stuart Mill de que esas razas «en su minoría de edad» solo eran aptas para el «despotismo» 116.

La supuesta racionalidad atrofiada de los no blancos justificó la dominación europea y su autoridad sobre ellos. Aun siglos después, estos ideales de supremacía blanca florecieron y sirvieron como base para el apartheid en Sudáfrica. La política racial opresora del régimen del apartheid fue predicada afirmando que «era el deber cristiano de los blancos el actuar como guardianes sobre las razas no blancas hasta el momento en que alcanzaran el nivel necesario para decidir sus propios asuntos» 117.

Las mujeres también fueron infantilizadas rutinariamente debido a su supuesta capacidad limitada de raciocinio 118. Bajo protección, las mujeres blancas fueron ubicadas bajo la autoridad de sus padres y luego de sus esposos porque la creencia social dominante era que las mujeres tenían las facultades mentales de un niño. Y por eso, aun como adultas, las mujeres casadas no podían tener propiedad independiente, contratar o demandar sin el permiso de sus esposos 119. Las mujeres estaban bajo la autoridad de los hombres blancos en un estado interminable de minoridad.

Como se muestra en el Cuadro 1.2, la sub-personalidad tiene varias dimensiones. Bajo el colonialismo y el apartheid en Sudáfrica, los blancos consideraban a los negros como sub humanos (no civilizados, salvajes) y creían que era el deber de los blancos cristianos cuidar a esta gente infantil 120. En consecuencia, los negros fueron tanto deshumanizados como infantilizados. Otros fueron infantilizados pero no deshumanizados. Por ejemplo, bajo protección, las mujeres eran tratadas como niñas, así que aunque su humanidad nunca fue puesta en duda, su habilidad para autogobernarse fue negada 121. Por otra parte, ciertas clases de personas han sido deshumanizadas pero no infantilizadas. Igualar a los judíos a plagas y a los tutsis a cucarachas les niega su humanidad y facilita que la gente ordinaria participe en su exterminio 122. Finalmente, ciertos grupos no son deshumanizados ni infantilizados, y los hombres blancos que tenían propiedad en los primeros años de Estados Unidos son un ejemplo perfecto. Mientras que los hombres blancos eran considerados adultos racionales y civilizados, solo aquellos con derechos de propiedad recibían los derechos de voto y ciudadanía completa 123.

Cuadro 1.2. Dimensiones de la sub-persona

Deshumanizado No deshumanizado
Infantilizado Negros en Sudáfrica bajo el régimen blanco «Salvajes» «Como niños» Mujeres blancas en la Inglaterra del siglo XVIII «Con facultades mentales disminuidas»
No infantilizado Víctimas de los genocidios judío y de Ruanda «Plaga» “Cucarachas» Varones blancos propietarios en los primeros años de Estados Unidos «Racional» «Adulto» «Civilizado»

Si la evidencia revela que un Estado se enfocó en un individuo o grupo y confiscó o destruyó su propiedad sin infantilizar o negar su humanidad puede que haya ocurrido un daño pero no constituye una expropiación de su dignidad. La retórica de un Estado o sus políticas –como se revela en el discurso de los agentes del Estado, documentos oficiales, historias orales o archivos– pueden proveer evidencia de que un Estado deshumanizó o infantilizó a un segmento de la población.

Sin pagar compensación justa o sin un propósito público legítimo

Hay un debate robusto en la literatura de la propiedad sobre lo que constituye compensación justa y lo que se califica como propósito público 124. Una expropiación de la dignidad, sin embargo, es una expropiación más radical donde el Estado no paga nada que se aproxime al valor de mercado de la propiedad; o cuando la expropiación es parte de un intento más grande de deshumanizar o infantilizar al grupo que se está despojando en vez de cumplir un propósito público legítimo. Puede haber, sin embargo, una situación en la que el Estado paga, de hecho, una compensación justa, la cual tiene el efecto de reconocer que las personas despojadas son ciudadanos con derechos. Pero cuando la expropiación es parte de una estrategia mayor de deshumanización o infantilización, no hay tal reconocimiento, y en estos casos decimos que ha ocurrido una expropiación de la dignidad 125.

En el siguiente capítulo, la idea de expropiación de la dignidad es examinada en el contexto sudafricano. Dejo a otros académicos la exploración empírica de si este concepto ayuda a entender mejor casos históricos tales como la confiscación de propiedad a los judíos por parte de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial; la expropiación por parte de Estados Unidos de la propiedad japonesa durante su internamiento; el apoderamiento estadounidense, canadiense y australiano de la propiedad de los nativos; la usurpación europea de la propiedad de los nativos durante el colonialismo y el apartheid ; el exilio de las personas de ascendencia india de Uganda por parte de Idi Amin y la confiscación de su propiedad; y el decomiso de la propiedad de los kurdos en Irak por parte de Saddam Hussein.

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