—Es que en eso de navegar, Amadeo, y ambos somos de ciudades de secano, pocos hay que nos igualaran en siglos. ¡No dábamos abasto para todo lo que se llegaba a anotar en las cartas náuticas! Desde el llamado Tornaviaje, la ruta hacia el Este lograda por Urdaneta, hasta el descubrimiento de nuevos continentes, como el de la Antártida por Gabriel de Castilla, o el de Australia por Juan Jufré de Loaiza. ¡Pero no había suficiente hombre para poder hollar tanta tierra!
—Y todo eso, en el siglo XVI, y con aquellos barcos. ¡Ya tiene mérito, ya!
¡No dábamos abasto paratodo lo que se llegabaa anotar en las cartasnáuticas! Desde el llamadoTornaviaje, la ruta hacia elEste lograda por Urdaneta,hasta el descubrimientode nuevos continentes,como el de la Antártida porGabriel de Castilla, o el deAustralia por Juan Jufréde Loaiza. |
—Méritos, conocimientos y lo que hay que echarle. ¡Valor, Amadeo, valor! Pero ya veis… Tantos navegantes y descubridores, y apenas nadie ya se acuerda de ellos, ni saben dónde andarán sus huesos para ser honrados. Juan de la Cosa (¡qué gran mapa dibujara!), Alonso de Ojeda, Antón de Alaminos (el primero en navegar por la corriente del Golfo), García Jofré de Loaysa, López Villalobos, Juan Fernández (que seguramente descubriera Nueva Zelanda pese a lo que dicen los holandeses), Menéndez de Avilés…
—Ese fue el que fundara la ciudad más antigua, San Agustín, en lo que es hoy esa potencia norteamericana, ¿no?
—¡Ese mismo! Y el que hiciera una Acción de Gracias con los indios antes de que esos puritanos del Mayflower llegaran a lo que no hacíamos más que explorar y cartografiar desde hacía décadas.
—No podemos negar que no aportara nuestra España grandes cosas al mundo…
—Desde luego que no. Y muchas bien que fueron aprovechadas por todos. Desde el conocimiento que se irradiara desde la casi desconocida Escuela de Toledo, con el impulso que le diera el bien llamado Sabio Alfonso, el Décimo. El pensamiento griego, romano y andalusí traducido para que las nuevas universidades, diera igual Bolonia que París u Oxford, asentaran las bases de una red basada en el conocimiento. ¡Pero qué decir de las expediciones científicas y botánicas, que tanto ayudaron a la nueva farmacopea!
—Aquí en este monasterio —interrumpió Amadeo, que ya había dado buena cuenta de los picatostes y del chocolate— había una de las más importantes del mundo.
—Así es. El gran Felipe, impulsor de esta octava maravilla, promovió la expedición de Francisco Hernández de Toledo en 1570 para llevar botánicos, naturalistas, médicos, geógrafos y pintores para dejar recogido todo, guardándose tal material aquí mismo, querido primo. Heredera de esa fueron unas cuantas, pero nada como la del gaditano, el curilla Celestino Mutis, ya en tiempos de Carlos III, de cuya sapiencia y trabajo quedaron anonadados científicos y exploradores como el sueco Linneo o el alemán Von Humboldt.
—Desde luego, quien diga que no hubo ciencia en España es que no conoce tantas cosas e inventos que hicieron grandes hombres de estas tierras… ¿Cómo se llamaba el que inventara la máquina de vapor? ¡Siempre se me olvida su nombre!
—Te refieres al navarro Jerónimo de Ayanz. Qué grandes cosas les dieron a los Felipes que me precedieron… Recuerdo a mi abuelo contándome cuando en Valladolid, a donde había llevado la Corte, presentó un traje de buzo que probara en el mismo Pisuerga. ¡Decenas de inventos patentaría! Hasta un aire acondicionado para enfriar una mina. ¡Qué cabeza tenía! Creo que hasta inventó un serio precedente del submarino en 1600…
—La verdad es que costaría elegir algún hecho histórico del que sentirnos más orgullosos por encima de otros.
—Pues a mi mente ha venido rápidamente —respondió como por un resorte Carlos II, tras servirse más chocolate, al que era algo adicto— la expedición de Balmis, de Salvany y de esa enfermera, Zendal, llevando la vacuna de la viruela por todo el mundo. No he de recordaros que entre mis muchas enfermedades tuve que pasar por la maldita viruela, que no conoce de reyes o de plebeyos, atacando a todos por igual, y lo que hicieron comenzando el siglo XIX por mandato de mi tocayo Carlos el cuarto; la verdad es que creo que es de lo que más tendríamos que estar orgullosos. No nos importó llevar el procedimiento con la vacuna incluso a nuestros enemigos a costa de la salud de los propios expedicionarios. Que recordarás que el bueno del catalán Salvany llegaría a morir llevando la vacuna hacia el sur. La gallega Zendal, la primera enfermera de la historia, acompañaría al alicantino Balmis todo lo que pudo, y no cabe duda de que pocas cosas superan este acto de filantropía.
—Más que cierto. Pero a mí no se me quita de la cabeza la labor de llevar hospitales, la imprenta y decenas de universidades al Nuevo Mundo y a las Filipinas. Creo que indubitablemente pocas naciones han contribuido tanto al desarrollo y difusión de la cultura por las tierras que hacía suyas. ¡Incluso publicando las gramáticas de las lenguas originales antes que países europeos tuvieran las suyas!
—Y tenemos incluso una pléyade de médicos cuyas aportaciones, no cabe duda, han sido beneficio para la humanidad.
—¿Te refieres a Miguel Servet, Dolors Aleu, Ramón y Cajal…?
—También, también. Pero hay uno que me parece increíble que, con una aportación tan universal y cotidiana, apenas se le conozca: me refiero al médico militar oscense Fidel Pagés, descubridor e inventor de la anestesia metamérica. O, más popularmente, la anestesia epidural. ¡Eso sí que fue un gran invento y un acto de humanidad!
La verdad es quecostaría elegir algúnhecho histórico del quesentirnos más orgullosospor encima de otros. |
—Pues como acto de humanidad, creo que no podemos, querido primo, dejar de mencionar a mi descendiente Alfonso XIII y su Oficina Pro Cautivos, durante la Primera Guerra Mundial, que supondría un empeño personal suyo, y que estuvo a punto de suponerle el Premio Nobel de la Paz. Una labor solo equiparable a la que llevara a cabo el Comité Internacional de la Cruz Roja, con muchísimos más medios. Nada mal para un monarca que luego acabara con tan mal recuerdo en el imaginario de su pueblo…
—Pero hablando de guerras, la labor realizada por los diplomáticos españoles durante la salvaje Segunda Guerra Mundial sí que es merecedora de orgullo para con unos compatriotas que supieron dar la vuelta a una situación en medio de la locura genocida nazi (¡eso sí que fue un genocidio!), salvando la vida de decenas de miles de judíos por toda Europa. Miguel Ángel de Muguiro y Ángel Sanz Briz en Hungría iniciando el proceso gracias a la consideración de españoles que los sefardíes podrían acreditar. ¡Qué cosas del destino que ambos se llamaran «Ángel»! Eduardo Popper de Callejón y Bernardo Rolland de Miota, en Francia; José Rojas Moreno, en Rumanía; Sebastián Romero, en Grecia; Julio Palencia, en Bulgaria; Juan Schwartz Díaz-Flores, en Austria. Y en el mismo Berlín, José Ruiz Santaella. ¡Increíble!
—Así es, querido colega… ¡Qué de personajes notables de nuestra historia! No sabría con cuál quedarme.
—Pues a mí hay uno que siempre me pareció de lo más interesante. Un dominico. Inquisidor para más señas.
—Caramba. ¡Me dejáis sin habla! De otro tal vez lo hubiera imaginado. Pero de vos… —contestó algo zumbón.
—¡Seguro que habéis oído hablar de él! Fue del tiempo de mi abuelo, Felipe III, y era un burgalés llamado Alonso de Salazar y Frías. Y tras un proceso que se hizo muy popular, el de las llamadas brujas de Zurragamurdi, estuvo estudiando y recorriendo todas las tierras del valle del Baztán, y gracias a su ahínco personal, fuimos el primer lugar donde se dejó de perseguir y de promover las matanzas de mujeres, hombres y hasta de niños que en tan gran número llevaron a cabo en Alemania, Suiza o Inglaterra. Un adelantado a su tiempo, aunque la verdad sea dicha, en nuestros reinos, querido Amadeo, pocas se ajusticiaron afortunadamente. Que nuestros pecados fueron otros, pero no se nos ponga este en nuestro debe.
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