—¡Mi querido primo!
—Carissimo Carolo, ¿cómo vas?
—¡Bah, nada nuevo! Aquí, viendo pasar el tiempo…
—Vamos, vamos, ¡ya me gustaría a mí haber podido estar aquí enterrado con todos vosotros! ¡Que esto es gloria pura! —contesta zalamero siempre el turinés.
—¿Te hace una jícara de chocolate calentito en el refectorio de los Agustinos? —invitó el Austria—. Ya sé que no nos hace falta bocado, pero si como reyes vivos pudimos hacer lo que quisimos, ¡no sé por qué no lo vamos a hacer ahora muertos!
Rio Amadeo mientras cogía por el bracete a su predecesor en el trono mientras encaminaban sus almas hacia los picatostes que el hermano Tarsicio hacía tan buenos, y que nunca se explicaba por qué siempre le faltaban más de los que freía.
—En cualquier caso, caro Carlo, poco pude hacer yo en esta España con tan buenos mimbres, pero con tan mala leche a veces.
¡Qué historia la deEspaña! No creo quese encuentren muchascosas parecidas entrelas naciones. |
—¡Dímelo a mí, Amadeo! Que con todas las reformas que hice y las que dejé preparadas para los nuevos, al final he acabado pasando a la historia como «hechizado», y más loco que el Felipe que me sucedió, ¡que ese sí que acabó como unas maracas de las Indias! Menos mal que está en La Granja y no tenemos que ver sus extravagancias.
—¡Ah, estos franceses…! —Aunque al final no fue tan a favor de Francia como su potente abuelo Luis XIV había imaginado o tramado.
—Es este país, Amadeo, que al final no sé qué tiene, pero se te mete en el tuétano. Mira mi tatarabuelo y tocayo. Que más flamenco no podía ser, y acabó trayendo la cerveza, que era lo único que echaba en falta. Tanta lata con el sacro imperio de marras y ya ves. ¡Retirado en Yuste que acabó y dedicándose a sus relojes como un jubilado de esos germanos que vienen a tostarse a las Baleares!
—Desde luego —reflexionó Amadeo dando buena cuenta de un picatoste bien empapado del espeso chocolate—, ¡qué historia la de España! No creo que se encuentren muchas cosas parecidas entre las naciones.
—Pues mira, primo, yo creo que por más que se empeñaran en lamentar lo que fuimos a finales del XIX, entiendo que les doliera España, como dijo ese Unamuno que por aquí estuvo, por cierto, que San Lorenzo de El Escorial siempre ha atraído a gente con el seso bien puesto. Pero era un lamento porque, ¡con lo que fuimos…! Una pena. Lástima ese siglo que nos llevó a tantas guerras entre hermanos, y a que perdiéramos esas otras Españas que cada una le daba una cadencia especial a la forma de hablar castellana, haciendo del español una lengua universal.
»Si me preguntaran, bien podría decir que nuestro paso por la Tierra fue una historia de éxito más que de fracasos. ¡Que también los hubo, no seamos lilas! Que no es nuestra la palabra chovinismo, aunque sí hemos hecho del orgullo una seña de identidad. Y quién sabe si por haberlo tenido tan herido, al final parece que nosotros mismos no supiéramos reconocer lo que otras naciones luego incluso se apropiaron.
—Me imagino que hablas de nuestro adversario más persistente: el inglés.
—¡Sin duda! No parece sino que todo lo descubrieran ellos, nominaran ellos, y hasta dado la primera vuelta al mundo. Que así lo creen otorgando el timbre de gloria que le corresponde a Juan Sebastián de Elcano a un pirata como el tal Francis Drake. Y tras el saqueo de Manila, bien que se aprovecharon de las cartas náuticas que habíamos ido haciendo, desde el Atlántico, a todo ese «Lago Español», como se conoció al océano Pacífico.
—¡Y encima nos hicieron quedar como los «malos» de la película!, como se decía en el siglo XX. Ya tiene delito…
—La maldita leyenda negra, Amadeo, que si cosas malas hicimos, pues no somos los españoles sino hombres con nuestros defectos y debilidades, ¡diantre!, también hicimos cosas buenas. Pero los méritos se los han llevado muchas otras naciones habiendo cometido unas barrabasadas que de vez en cuando me acerco a la puerta del infierno que este monasterio tapa para ver si les están dando bien de tridentazos a quienes tanto mal nos hicieron.
—También hicimos cosas malas, caro Carlo… —le señaló Amadeo con una mirada de amargura.
Si me preguntaran, bienpodría decir que nuestropaso por la Tierra fue unahistoria de éxito más quede fracasos. |
—También. Pero al menos quisimos poner orden y remedio a los desmanes que se producían. Que se produjeron. ¡Las guerras no saben de la bondad más que cuando los heridos llaman a sus madres! Pero intentamos que fueran siempre acordes a la ley, y con normas justas para el vencido.
—En eso he de darte la razón. ¡Cuánto me hubiera gustado poder conocer a aquellos hombres de la Escuela de Salamanca, que en tantos siglos se adelantaron en sabiduría y en bonhomía! Francisco Suárez, Luis de Vitoria, Domingo de Soto, fray Luis de León, Tomás de Mercado, Azpilicueta… España fue la cuna del derecho internacional humanitario. ¡Pusimos las bases para eso en el siglo XVI! Y no contentos estos frailes con ello, sentaron las bases de la ciencia económica moderna. ¡Quién lo hubiera imaginado!
—Bueno, Amadeo, ¡no se le llamó a mi padre Felipe IV «el Rey Planeta» por nada! Era normal que, rigiendo de uno a otro lado del orbe, tuviéramos que regular tanto las nuevas leyes como todo lo relacionado con el comercio. Que mucho llevarse la fama de nuevo los anglos, pero el real de a ocho fue la primera divisa internacional de la historia. Y que acabaría siendo recogido su anverso en el símbolo del famoso dólar norteamericano. Y de leyes… Las leyes de Burgos, las Nuevas de Valladolid, todo un cuerpo legislativo para que no hubiera hemisferio donde no primara la ley.
—De hecho, Carlo, fue durante vuestro reinado que se compilaron por primera vez todas las que hasta la fecha se habían publicado. Nueve libros y más de 6300 leyes si mal no recuerdo.
—Cierto, cierto. ¡Buena memoria! Pero es que la labor iniciada por la reina Isabel con su testamento, prohibiendo maltratar y esclavizar a los que consideraba tan suyos como los de Toro o Segovia, y que luego continuaría el rey Fernando, su marido, debería ser de estudio en todo el mundo.
España fue la cuna delderecho internacionalhumanitario. ¡Pusimoslas bases para esoen el siglo XVI! Y nocontentos estos frailescon ello, sentaron lasbases de la cienciaeconómica moderna. |
—¿Y qué me dices de las Cortes de León de 1188? Que hasta estas modernas instituciones globales, como la UNESCO, la recojan como la cuna del parlamentarismo hace que me sienta muy orgulloso de esos Decreta. Al fin y al cabo, fueron las Cortes quienes me eligieron rey. Y es que en eso hay que ver cómo el Parlamento ha tenido tanta fuerza en estos reinos que aún sigue la fórmula por la que al rey de España se le proclama ante él como representación del pueblo. Y si no cumpliera lo jurado, ¡puerta! Que aquí no se casan con nadie, ¡bien lo sé yo! Ja, ja, ja —rio Amadeo, evocando cuando tuvo que finalmente marchar dejando la Corona con la que iba a empezar una nueva dinastía.
—¡Así somos! Pero esas leyes permitieron el mestizaje, un mundo global por primera vez tras haber dado la vuelta al mundo en unas naos que lograron algo no igualado hasta que se llegara al satélite que ronda por las noches. ¡Qué epopeya la de Elcano! Porque Magallanes, buen piloto era, pero ganas o intención de circunnavegar el mundo… ¡nada de nada!
—Ese mundo cuya forma comprobó otro marino, siglos más tarde, ese intrépido Jorge Juan, gracias a una expedición y a sus cálculos, haciendo realidad lo que otras grandes mentes, como Newton o Hulley, solo pudieron imaginar. Ahí estaba otro español para en pleno siglo XVIII llevar a cabo un hito de esa Marina ilustrada: la de las grandes expediciones, como la de Malaspina y Bustamante. Un trabajo científico de difícil parangón.
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