En el capítulo V, dedicado a la moral espírita, Madero declara que la felicidad radica en el mandamiento de Jesucristo: “Amaos los unos a los otros”. Al igual que Kardec, Madero sostiene que mientras más se extienda el radio de dicho amor: a la familia, la comunidad, la patria, la humanidad entera, mayor será la felicidad. Para ello, se tiene que evitar el egoísmo, la vanidad, la ira, la pereza, el alcoholismo. Las personas también tienen que ocuparse de las cosas públicas, es decir,
…. que procuren tomar parte directa o indirectamente en ella por medio de su voto y se den cuenta de la importancia trascendental de que sean respetadas las leyes y los derechos de cada quien, porque cualquier atropello contra algún miembro de la colectividad puede serlo contra cualquiera de los otros y desde el momento en que un gobernante no respeta la ley, no tiene otra regla a qué sujetar sus actos sino sus propias pasiones.82
He aquí la puerta que comunica el espiritismo de Madero con su lucha política. En una tiranía, las personas no tienen libertad para ocuparse de los asuntos públicos y, por ello, no pueden extender sin estorbos el radio de sus acciones orientadas por el amor al prójimo. Sin libertad política, los pueblos no avanzan en su desarrollo espiritual, porque aunque cada quien posea libre albedrío, las condiciones de sometimiento, ignorancia y pobreza no permiten que la mayoría de la población pueda avanzar en el perfeccionamiento de su conciencia. Por otra parte, sin libertad no florece la virtud, sino el vicio. En las tiranías se forman pesadas redes de corrupción que hunden a los pueblos en la degeneración moral. Pero para Madero, su actividad política no sólo estaba fundada en su creencia —digamos teórica— en la moral social de la filosofía espírita. Lo que era excepcional, lo que todavía hoy nos sigue asombrando, es que él estaba convencido de que su lucha por la democracia era un mandato de la Providencia. Así se lo habían hecho saber con toda claridad los espíritus más elevados que se habían comunicado con él para informarle que había sido elegido para la salvación de México. Madero tenía que cumplir con esta misión, incluso si ello le costaba la propia vida. Todo esto lo sabemos porque él mismo se lo hizo saber a su padre en una serie de cartas escritas a finales de 1908 y principios de 1909.83
Repito: no se puede entender la conducta de Madero, el hombre público, si no conocemos las creencias de Madero el espiritista.84 Sin embargo, no hay que caer en el error de sostener que no se puede entender al maderismo sin el espiritismo. El movimiento político encabezado por Madero adoptó valores sociales compartidos por millones de mexicanos que no eran espiritistas. En la defensa pública que hacía Madero de estos valores no hubo jamás una mención explícita de la doctrina espírita (tanto así que muchos de sus colaboradores cercanos no supieron de su espiritismo). Y además, esos mismos valores, como la libertad o el altruismo, también fueron enarbolados por otros opositores al régimen, por ejemplo, los anarquistas y los católicos. Por eso podemos hablar de un clima de ideas en el cual brotó el movimiento revolucionario. Y en la conformación de ese clima, la filosofía mexicana tuvo una participación destacada.
1.6. El ascenso del maderismo
La sexta reelección de Porfirio Díaz en 1904 generó un amplio debate acerca del futuro de México. El célebre discurso de Francisco Bulnes ante la Cámara de Diputados resume de manera brillante los temores frente al hecho de que la reelección fuese el único recurso para preservar la tranquilidad política y el desarrollo económico.85 Bulnes sostiene que el reto, una vez que se reeligiera Díaz por sexta ocasión, era crear instituciones, estructuras estables, para ya no depender de un gran hombre, ni de ningún otro hombre, que seguramente sería menos grande que don Porfirio. El país tenía que transitar de un orden basado en la autoridad personal del caudillo a uno basado en instituciones políticas estables. El diagnóstico era preciso y la ruta clara. Para ahorrarse otro proceso electoral en 1908 y dar tiempo a la preparación de la transición estructural, el periodo presidencial se extendió de cuatro a seis años. Además, el sistema se blindó ante la eventualidad de que Díaz muriera o quedara discapacitado en el poder: se creó la vicepresidencia, que fue ocupada por Ramón Corral.
Los científicos pensaban que era indispensable crear un partido oficial que pudiera garantizar la realización de un programa de gobierno de largo plazo. Este partido no podría ser único, pero sí tendría que ser hegemónico, pues sólo así se garantizaría la continuidad en las políticas: una especie de PRI avant la lettre. Sin embargo, Díaz, que siempre se cuidó de no darle todo el poder a los científicos, no aprobó la creación de ese partido político. Tal parece que don Porfirio era incapaz de entender la política más allá de los nombres propios. Y los nombres que manejaba para el tema de la sucesión eran muy pocos y todos con objeciones: Limantour, Reyes, acaso Teodoro Dehesa. El tiempo pasó sin que se hiciera nada en serio y la elección de 1910 empezó a aparecer en el horizonte. Quien alebrestó el gallinero —para usar una metáfora avícola como las que a él le gustaban— fue el propio Díaz. En una entrevista concedida al periodista estadounidense James Creelman a finales de 1907, Díaz aseguró que México estaba listo para la democracia y que él vería con buenos ojos la formación de grupos políticos. El impacto de la entrevista en la opinión pública fue fulminante. De repente, pareció que se abría el juego político. Fue entonces que muchas miradas se volvieron hacia Bernardo Reyes. De inmediato surgieron clubes de apoyo para su candidatura a la vicepresidencia. Pero él no declaraba sus intenciones. Como alguna vez dijera Madero, Reyes era valiente con los débiles pero cobarde con los poderosos. No se atrevía a lanzarse sin el apoyo de Díaz y cuándo éste no se lo dio, no rompió con él y con los científicos para buscar el poder por su cuenta. De manera humillante, aceptó un insignificante encargo oficial y salió rumbo a Europa. La desilusión entre sus simpatizantes, que no eran pocos, fue mayúscula. Muchos de ellos se pasaron al bando de Madero. Las redes ya estaban hechas, lo que faltaba era alguien que se atreviera a usarlas.
Madero transformó la política mexicana desde antes de la Revolución. La creación del Partido Nacional Antireeleccionista en 1909 marca el nacimiento de la democracia moderna mexicana. Éste era un partido basado en principios, no en la promoción de una persona o un grupo. Era también un partido nacional, es decir, que abarcaba no sólo todo el territorio nacional, sino todas las clases sociales y grupos de otra índole: regionales, sindicales, religiosos. Con la creación del Partido Nacional Antireeleccionista en tan poco tiempo y con tan pocos recursos, para no hablar ya de los obstáculos a los que se enfrentaba, Madero demostró ser un político visionario, hábil, un líder de proyección nacional. La labor de Madero fue frenética: se entrevista con las principales personalidades de la oposición, negocia con ellos, hace pactos, viaja por el país, forma grupos de simpatizantes en cada ciudad que visita, da discursos, es una máquina de hacer política en un país que vivía adormecido. De la nada, en unos cuantos meses, funda un partido con presencia en la mayor parte de la República. En este periodo, Madero atrae a su causa a opositores al régimen que luego serían personalidades destacadas de la historia de México como Aquiles Serdán y José María Pino Suárez, por mencionar sólo a dos de una larga lista. También logra que se le unan intelectuales respetados como Francisco Vázquez Gómez, Fernando Iglesias Calderón, Toribio Esquivel Obregón y otros intelectuales más jóvenes pero que luego ocuparían un sitio destacado en la historia de México como José Vasconcelos, Luis Cabrera, Félix Palavicini, Roque Estrada y Moisés Sáenz.
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