El desagravio a Barreda se llevó a cabo pocos días después de que El imparcial reprodujera la entrevista que Díaz dio al periodista estadounidense James Creelman y que tomó por sorpresa a la clase política. El homenaje a Barreda tuvo, como casi todo lo que sucedía en aquel momento en el país, una dimensión electoral. Lo que estaba en juego en ese momento era el proyecto político del grupo de los científicos en caso de que Díaz dejara de ser presidente en 1910. Por ello, era importante salir a la defensa de Barreda y del positivismo porque eso equivalía a defender la base intelectual del proyecto de los científicos. Y por eso mismo, las críticas que Reyes y Batalla hicieron a los científicos en el evento causaron tanta mella, ya que mostraron que el grupo que apoyaba la candidatura de Bernardo Reyes a la vicepresidencia no iba a permitir que los científicos se apropiaran del legado de Gabino Barreda y, en general, del liberalismo crítico de la segunda mitad del siglo XIX.101
Por otra parte, era importante que los científicos entendieran en ese momento que los peligros a los que se enfrentaba el país no podían ser conjurados por el solo hecho de poner en práctica el proyecto científico de desarrollo nacional, sino que era indispensable realizar un trabajo político que diera solución al descontento que ya desde entonces se sentía. Mi lectura del “Panegírico” es que Sierra hace en él una llamada de atención a aquellos que pensaban que era posible tener un porfirismo sin don Porfirio, sin hacer cambios de fondo en la política gubernamental; es decir, que lo único indispensable para preservar la pax porfiriana era solucionar el problema de la sucesión. Esta advertencia de Sierra, sin embargo, cayó en oídos sordos. La apuesta del grupo de los científicos para 1910 fue apoyar la candidatura a la vicepresidencia de Ramón Corral, para que a la renuncia o a la muerte de Díaz, aquél garantizara desde la presidencia que los científicos pudieran organizarse en la forma de un partido político que compitiera en las elecciones de 1916.
En “Pasado inmediato” Alfonso Reyes afirmó que en el orden teórico amaneció la Revolución mexicana en el homenaje a Barreda.102 ¿Pero cuál era ese orden teórico? Según Henríquez Ureña, el “Panegírico” de Sierra marcó el inicio de la crítica al positivismo en México basada ya no en el catolicismo, sino en la filosofía europea de su tiempo.103 ¿De dónde parte Sierra para su crítica a Barreda? Sierra conocía a los autores que llevaron a los ateneístas a separarse del positivismo: William James, Émile Boutroux, Friedrich Nietzsche (a quien incluso cita en el “Panegírico”). Sin embargo, Sierra no adopta como suyas las filosofías de estos autores, como sí lo hicieron los ateneístas. Esto se ha explicado diciendo que Sierra era un positivista heterodoxo, es decir, alguien que sin abandonar la doctrina positivista aceptaba ideas de otras filosofías.104 De acuerdo con esta lectura, la posición de Sierra sería semejante a la que había defendido, años atrás, Ramón Manterola, influido, a su vez, por el eclecticismo de Victor Cousin.105 Hay otra interpretación de la posición de Sierra, que fue sugerida por Antonio Caso y luego desarrollada y matizada por Edmundo O’ Gorman. Según Caso, Sierra fue un escéptico y eso explica el uso repetido que hace de la frase “Dudemos” en su “Panegírico”.106 Pienso que sería más correcto describir a Sierra como un falibilista: no duda porque piense que nada pueda conocerse, sino porque reconoce los límites del conocimiento. Esto último lo advierte O’Gorman.107 Él afirma que Sierra dejó de creer en el positivismo porque se percató de su caducidad y, en general, de la de todas las filosofías. Según O’Gorman, Sierra se queda a un paso del historicismo, pero a mí me parece que su relativismo es de otra índole. Una lectura cuidadosa del discurso de Sierra nos hace ver que la duda que él invoca procede de su adopción de la tesis —muy difundida en la segunda mitad del siglo XIX— de la relatividad del conocimiento. Veamos cómo formula Sierra sus razones para dudar. Dice:
Dudemos; en primer lugar, porque si la ciencia es nada más que el conocimiento sistemático de lo relativo, si los objetos en sí mismos no pueden conocerse, si sólo podemos conocer sus relaciones constantes, si ésta es la verdadera ciencia, ¿cómo no estaría en perpetua evolución, en perpetua discusión, en perpetua lucha?108
Esta formulación de la tesis relativista procede de Spencer. En sus First Principles, obra de 1862, él sostuvo que entre los objetos y las sensaciones no hay una relación de equivalencia y que, por lo tanto, nuestras representaciones del mundo son todas relativas y siempre están sujetas a revisión. De esta tesis, Spencer infiere que, a fin de cuentas, la ciencia y la religión son compatibles en tanto que las dos han de aceptar que existe lo incognoscible, la naturaleza última de lo que se nos manifiesta.109 Según Spencer, en el argumento de que todo conocimiento es relativo se asume que existe lo no relativo, lo Absoluto incognoscible. Este relativismo tenía una dimensión política. A diferencia de aquellos filósofos, como Hegel, que intentaban justificar el poder del Estado en el conocimiento del Absoluto, Spencer, el liberal radical, pensaba que el Absoluto era incognoscible y que, por lo tanto, no podía buscarse en él la justificación del poder absoluto.110 El discurso de Sierra de 1908 puede leerse, entonces, como una crítica desde la teoría de la relatividad del conocimiento de Spencer a la interpretación política que hizo Barreda del positivismo de Comte. De ser correcta esta interpretación, el discurso de Sierra caería dentro de una tradición relativista y antiautoritaria del pensamiento del siglo XIX, en el que se inscriben autores como Herbert Spencer y Alexander Bain.111
Como veremos, los miembros del Ateneo de la Juventud llegaron casi al mismo tiempo, a algunas conclusiones semejantes a las de Sierra. Pero ellos ya no defienden el relativismo epistémico de Spencer, ya no piensan que haya un abismo entre el sujeto y sus objetos. Los ateneístas dejan el positivismo por influencia de autores como Charles Renouvier, Émile Boutroux y Bergson, que reivindicaban el libre albedrío y la voluntad creadora. Y esto marca una gran diferencia entre el discreto anticomtismo de Sierra y el más enfático antipositivismo de los ateneístas.
1.8. La formación del Ateneo de la Juventud
De acuerdo con una versión de la historia de la filosofía en México, el Ateneo de la Juventud fue el responsable del ocaso del positivismo.112 A decir verdad, la reacción de los jóvenes en contra del positivismo —y de todo lo que éste significaba en términos culturales y vitales— comienza antes de la fundación del Ateneo, en el grupo formado alrededor de la revista Savia Moderna, en el que participaban varios de los futuros ateneístas, como Pedro Henríquez Ureña, Caso y Reyes, pero en donde destacaban, sobre todo, Alfonso Cravioto, Rafael López, Roberto Argüelles Bringas, Luis Castillo Ledón y Ricardo Gómez Robelo. No puede entenderse al Ateneo de la Juventud sin tomar en cuenta sus antecedentes en aquel grupo de jóvenes intelectuales conformado a principios de 1906.113
En sus precoces Memorias, escritas en 1909, Pedro Henríquez Ureña cuenta cómo, a pesar de todas sus lecturas filosóficas y literarias, él aún era un positivista a principios de 1907. Lo que empezó a hacerlo cambiar fueron las reseñas que Andrés González Blanco y Ricardo Gómez Robelo hicieron de su libro Ensayos críticos, en las cuales lo juzgaron por ser demasiado optimista y positivista.114 Henríquez Ureña siguió discutiendo acerca de estos temas con Gómez Robelo y con Rubén Valenti, hasta que una noche, a mediados de 1907, Antonio Caso y él por fin fueron convencidos por Valenti de que el positivismo era irrescatable. Los autores en los que Valenti basó su alegato fueron Boutroux, Bergson y James y, por lo que cuenta Henríquez Ureña de que al día siguiente Caso y él corrieron a las librerías para buscar obras de estos autores, se puede colegir que no los habían leído.115 De lo anterior podemos concluir que si bien Caso efectuó la crítica más resonante al positivismo entre 1908 y 1910, Gómez Robelo y Valenti comenzaron, años atrás, la difusión entre los jóvenes de las nuevas ideas contrarias a esta doctrina.116
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