Guillermo Hurtado Pérez - La Revolución creadora - Antonio Caso y José Vasconcelos en la Revolución mexicana

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La Revolución creadora: Antonio Caso y José Vasconcelos en la Revolución mexicana: краткое содержание, описание и аннотация

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Esta investigación tiene dos propósitos intercalados. El primero de ellos es ofrecer una nueva versión de la historia de la filosofía mexicana durante la Revolución, en particular, del pensamiento de Antonio Caso y de José Vasconcelos. El segundo propósito es entender el efecto que tuvo la revolución sobre la filosofía del periodo y el que ésta tuvo sobre aquélla.

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Hay otro elemento del discurso de Sierra que hay que subrayar y es que, sin usar el término, defiende una idea de la universidad como autónoma frente al Estado que asume para sí el deber de mantenerla.133 La universidad, para Sierra, se entiende como un espacio de libertad, de creación, de descubrimiento. Esto la distingue de la universidad virreinal, en la que no había lugar para la discusión, en donde las verdades estaban fijas para siempre por decreto eclesiástico y monárquico. Dice Sierra:

…aquí, por circunstancias peculiares de nuestra historia y de nuestras instituciones, el Estado no podría, sin traicionar su encargo, imponer credo alguno; deja a todos en absoluta libertad para profesar el que les imponga o la razón o la fe.134

No puede haber, entonces, una filosofía o una ideología oficial en la universidad; ni el positivismo, ni ninguna otra en el futuro. Ésta es la lección que luego Antonio Caso reformularía en su polémica con Vicente Lombardo Toledano. Y podría decirse que cuando la Universidad alcanza su autonomía en 1929, lo que se logró no fue sino la materialización del ideal de libertad que expresó Sierra en el discurso inaugural. Es desde esta perspectiva que hemos de entender el agradecimiento final a Porfirio Díaz en el discurso de inauguración. Cuando Sierra se dirige a Díaz, no sólo le habla al hombre, sino que también le habla a la personificación del Estado mexicano. Lo que agradece Sierra es que, al autorizar la creación de una universidad definida desde su origen como un entorno de libertad, el Estado se desprende voluntariamente de un espacio público que queda fuera de su control, a pesar de que es el propio Estado quien lo sostiene. Lo dice así Sierra:

….el Estado espontáneamente se ha desprendido para constituirla, de una suma de poder que nadie le disputaba, y vos no habéis vacilado en hacerlo así, convencido de que el gobierno de la ciencia en acción debe pertenecer a la ciencia misma.135

Para un régimen como el de Porfirio Díaz, en el que no sucedía nada importante sin su conocimiento y autorización, semejante concesión no podía dejar de tener trascendencia.136 No olvidemos que Porfirio Díaz era el mismo a quien se atribuía la tenebrosa frase “mátelos en caliente”, un hombre al que no le temblaba la mano para mandar matar o callar de otras maneras a quien se opusiera a su poder.137 Cuando Sierra le agradece al presidente por haber permitido la creación de una universidad que se gobernara a sí misma, no lo hace por mera cortesía sino porque, en efecto, se trataba de un acto político sin precedentes.

Sin embargo, fueron pocos los que en aquel momento entendieron la importancia de la creación de la Universidad no sólo para la vida intelectual, sino para la vida política mexicana. Tendrían que pasar décadas para que los propios universitarios y, luego, el resto de los mexicanos lo comprendieran. Pocas semanas antes del estallido de la Revolución, la comparación que hace Sierra entre la Universidad Pontificia y la Universidad Nacional suena casi como una comparación entre el decrépito régimen porfirista y el que aspiraban construir los revolucionarios. Dice Sierra:

Los fundadores de la Universidad de antes decían: “la verdad está definida, enseñadla”; nosotros decimos a los universitarios de hoy: “la verdad se va definiendo, buscadla”. Aquéllos decían: “sois un grupo selecto encargado de imponer un ideal religioso y político resumido en estas palabras: Dios y el Rey”. Nosotros decimos: “sois un grupo de perpetua selección dentro de la substancia popular, y tenéis encomendada la realización de un ideal político y social que se resume así: democracia y libertad.138

¿Cómo entender la aseveración de que la universidad tenía un ideal de democracia y libertad? ¿Mera retórica? ¿Acaso una declaración con intención política?

La defensa que hace Sierra de la libertad de pensamiento en este discurso se encuentra todavía dentro de la esfera conceptual del liberalismo del siglo XIX, que planteó la cuestión de cuál es el límite del poder de la sociedad sobre el individuo. En el caso de Sierra, lo que a él le interesaba era el límite del poder del Estado sobre el individuo en el contexto de la educación, la investigación y la creación. Su defensa de la autonomía universitaria iba en contra de la concepción de Barreda de que, para cumplir con sus fines, el Estado mexicano debía garantizar que la instrucción pública, en todos sus niveles, estuviese orientada por la doctrina positivista. El Sierra del discurso de inauguración ya no acepta que el Estado imponga en el sistema de educación superior —aunque, como vimos, no extiende su argumento al sistema de la educación básica— una doctrina, ni la positivista ni ninguna otra. En esto Sierra coincide, por ejemplo, con John Stuart Mill, quien en su célebre ensayo On Liberty se deslinda de Comte por la defensa que hace del poder que puede ejercer el Estado sobre el individuo, incluso en la esfera del pensamiento.139 Pero en lo que Sierra sigue siendo un positivista es en su convicción de que la libertad se va ganando poco a poco. Es decir, en el proceso evolutivo de la sociedad los primeros en alcanzar los mayores grados de libertad deben ser los que están más arriba en la escala del progreso social. Sólo cuando los que están en las escalas inferiores vayan progresando, podrán ir alcanzando la libertad que gozan los de las escalas superiores. Recordemos que On Liberty, Mill afirmaba que el despotismo puede ser una forma legítima de gobierno para un pueblo bárbaro, siempre y cuando sea un medio para el mejoramiento de dicho pueblo. Fue en contra de esta convicción de los positivistas que estalló la Revolución mexicana. El pueblo bárbaro al que, según Sierra y los científicos, había que civilizar mediante la educación positivista, ya no esperó la culminación de su supuesta evolución y exigió libertad, exigió democracia, y las exigió de inmediato. Pero para que ese pueblo fuese capaz de plantear esa exigencia y de actuar en concordancia hacía falta que dispusiese de los instrumentos conceptuales para ello. Es en este punto en donde hemos de examinar la obra del Ateneo de la Juventud.

1.10. La filosofía en las conferencias del Ateneo de la Juventud

El Ateneo de la Juventud organizó una serie de conferencias para celebrar el Centenario de la Independencia durante los meses de agosto y septiembre de 1910. Llama la atención que en ninguna de las conferencias se haya tocado el tema de la independencia de México. No hubo, por parte de los ateneístas, ninguna oratoria oficialista en la que se elogiara a los próceres o se recordara la gesta de la Independencia o cualquier otra de la historia de México. Todas las conferencias fueron académicas y versaron acerca de escritores o pensadores mexicanos o iberoamericanos del pasado remoto o reciente. Podría decirse que el Ateneo celebró la independencia de México dando una muestra de su independencia intelectual.

De las conferencias que impartió el Ateneo en septiembre de 1910, tres de ellas tuvieron un contenido filosófico: la de Caso, la de Henríquez Ureña y la de Vasconcelos. Aquí me ocuparé principalmente de la última, que considero la más rica e importante, pero antes diré algo acerca de las otras dos, ya que ello nos permite constatar las coincidencias filosóficas que había en el Ateneo hacia finales de 1910, y, en especial, la influencia predominante de Boutroux y de Bergson.

La conferencia inaugural de Caso se ocupa de la filosofía moral del pensador puertorriqueño Eugenio M. de Hostos, pero también puede leerse como una respuesta al texto de Barreda “Sobre la educación moral”. Hostos, como Barreda, afirmaba que las leyes de la moral pertenecen al orden natural. Pensaba que la razón humana tiene la facultad de conocer la verdad y el bien, por lo tanto el cultivo de la inteligencia debía ser el fin de la educación. En contra de esto, Caso sostiene que el alma humana es más que razón; es heroísmo, es amor. Hostos también se equivoca al intentar edificar la moral sobre bases científicas. Dice Caso:

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