Agradezco a todo el equipo editorial a cargo de la coordinadora de Publicaciones, Astrid Velasco, por su especial atención a este libro. A María Cristina Hernández Escobar por su escrupuloso trabajo de lectura de pruebas, así como la gran dedicación de María Elena Álvarez, Patricia Pérez y Teresa Jiménez. También agradezco a mis dictaminadores anónimos, porque sus comentarios sin duda me sirvieron para mejorar esta obra.
No puedo terminar sin mencionar que resulta ya muy claro que la pandemia por Covid-19 está, en algunos países, permitiendo que los líderes políticos modifiquen la ley para concentrar aún más el poder, tornándose más autoritarios, pero ésa es ya otra historia.1
1En una próxima publicación de la Coordinación de Humanidades de la UNAM, el CISAN y la Universidad de las Américas aparecerá un texto propio sobre la democracia, el federalismo y la pandemia por Covid-19.
INTRODUCCIÓN
Los propósitos de este libro son descubrir si la democracia se encuentra hoy en día amenazada por el populismo; analizar cómo se ha ido transformando la concepción de la democracia a través del tiempo y, finalmente, determinar si en la práctica corre peligro o si ya está totalmente consolidada en Estados Unidos. Se trata de hacer un recorrido a través del pensamiento de diferentes autores para entender cómo y en qué sentido han contribuido los pensadores políticos estadounidenses a construir una concepción específica de democracia. Por otra parte, se incluyen también autores europeos y latinoamericanos que dedicaron su tiempo a analizar las propuestas de sus pares norteamericanos con la finalidad de detectar sus aciertos y fallas, para así reconsiderar las propias concepciones sobre el sistema democrático dadas sus muy particulares circunstancias. La intención es estudiar cuál ha sido la evolución de su pensamiento democrático, así como en qué medida se ha enriquecido o no la idea de democracia, sin duda una noción que se ha convertido en un elemento fundamental de la reflexión política del siglo XXI.
También abordaremos la dimensión empírica de la práctica democrática, así como el impacto que en los sistemas políticos democráticos tienen las percepciones sobre ellos de la población en general y de los diversos sectores poblacionales en particular. Se trata de tomar en cuenta la perspectiva de la cultura política y de los estudios de opinión pública y de cómo influyen, determinan y retroalimentan a las teorías de las democracias, en plural. El Apéndice 1 de este libro se dedica íntegramente a este último tema. Partimos del principio metodológico de que teoría y práctica se integran siempre orgánicamente en todos los campos del conocimiento científico y en todas las áreas de las prácticas humanas. Por supuesto, la política no es la excepción.
En el mundo occidental contemporáneo, la democracia es la forma de gobierno que mayor legitimidad confiere a los gobiernos actuales. El poder político y el monopolio del aparato coercitivo, como lo expuso Max Weber (1946), es decir, la legitimidad del uso de la fuerza, se justifica en la época actual sólo en términos democráticos, en tanto que es el pueblo el que transfiere este poder al gobierno y, por lo tanto, fomenta la aceptación correspondiente a la toma de decisiones por parte de las autoridades gubernamentales. En palabras de los clásicos: cada uno se obliga a sí mismo. No es el soberano absoluto legitimado por el derecho divino el que nos obliga ni son los líderes, carismáticos o tradicionales los que nos dirigen; somos nosotros mismos, como seres racionales, quienes otorgamos nuestro consentimiento al pacto político en tanto que es la mejor solución para la acción colectiva.
Sin embargo, hasta una definición mínima de democracia que se basa en el principio de mayoría conlleva muchas implicaciones, puesto que debe definir quiénes se incluyen dentro de la democracia y quiénes se excluyen. Cómo definimos a los “otros” en forma justificada, es decir, quiénes constituyen la mayoría, qué ciudadanos tienen legitimidad y cuáles no para la toma de decisiones. En el debate internacional actual sobre la democracia se cuestiona si es válido excluir a ciertos seres humanos por no ser ciudadanos de un país o si más bien debemos aspirar a concepciones democráticas mucho más ricas que incluyan a todos las personas en general. Esto es, si queremos ir más allá de nuestra concepción de democracia dentro de los parámetros del Estado-nación o preferimos dirigirnos hacia un ideal cosmopolita que se libera de la caparazón del Estado nacional y aspira a una gobernanza mundial en donde se protegen los derechos democráticos de todos, aunque no podemos ignorar el temor de que, por pretender tutelar a la totalidad de la humanidad, perdamos los avances democráticos que se han consolidado gracias al Estado moderno.
Habría que apuntar que los regímenes democráticos son muy diferentes unos de otros; se distinguen por sus características, por sus instituciones y, sin embargo, todos se autodefinen como democráticos. En 1974 había sólo treinta y seis democracias en el mundo. Para 1996, el número subió a ochenta y una, y ya para 2007 había noventa y cinco, en comparación con los sesenta y siete regímenes no democráticos existentes. Se venía, pues, mostrando una propensión a la consolidación democrática a escala global. Todo parecía apuntar a que esta tendencia era unilineal y ascendente; no obstante, desde 2015 se empezaron a manifestar nuevos movimientos populistas, impensables hasta hace muy poco, que amenazan la sobrevivencia de la democracia en varios países, algunos muy importantes, como Estados Unidos, México, Egipto, Polonia, Hungría, Turquía, Venezuela, Brasil y Filipinas, entre otros. Según Scott Mainwaring y Fernando Bizzarro, en esta tercera ola de consolidación de las democracias, treinta y cuatro de ellas han tenido fracasos (breakdowns); veintiocho se estancaron después de la transición; dos retrocedieron, y sólo veintitrés avanzaron. Pocos son los países que han logrado, de acuerdo con estos autores, crear democracias liberales robustas (Mainwaring y Bizzarro, 2019: 99-113). Con un estándar mucho más alto se considera que sólo existen veintidós democracias plenas (como la de Estados Unidos), cincuenta y cuatro defectuosas (como la de México), treinta y siete que cuentan con un régimen híbrido, así como cincuenta y cuatro países con sistemas autoritarios. América Latina fue la región con menor desempeño (según el “Índice de Democracia 2019” de la Unidad de Inteligencia de The Economist).
La meta en el pasado consistía en acercarse al tipo ideal de democracia; tratar de encarnar día con día en un mejor sistema democrático, así como consolidar y reforzar sus instituciones. Esto no significaba que todas y cada una de éstas eran perfectas. Por el contrario, indicaba que todas podían mejorarse para que realmente funcionaran en beneficio de las mayorías y protegieran los derechos de las minorías en los distintos países, con el fin de lograr una mayor inclusión para todos los miembros de la sociedad.
La democracia es sistemática y, como todo sistema, está en evolución permanente; sus instituciones no son rígidas ni están fijas, sino que cambian constantemente, a veces retroceden, como sucede por ejemplo con algunos populismos contemporáneos, pero la mayoría de las veces se perfeccionan.
Lo que nos queda claro con los recientes movimientos populistas es que las democracias, aunque no lo parezca, son frágiles. Existen diversas causas por las cuales se han venido gestando estos movimientos y muchas de ellas justifican su surgimiento; sin embargo, lo peligroso es que, en muchas ocasiones, estas inclinaciones populistas son manipuladas, no solamente para mejorar las instituciones democráticas, lo que sería algo positivo, sino para destruirlas, lo cual, sin duda, amenaza seriamente la permanencia de las democracias, que si bien en varios casos dejan mucho que desear, es obvio que son perfectibles y tal vez nunca lleguemos a alcanzar el régimen ideal imaginado para las mismas, aunque siempre debemos seguir aspirando a alcanzar esa utopía, porque se trata de un sistema que invariablemente nos aleja de la violencia.
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