George Knight - Introducción a los escritos de Elena G. de White

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Introducción a los escritos de Elena G. de White: краткое содержание, описание и аннотация

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Todos los escritos proféticos, si son acordes a la Biblia, merecen nuestra plena adhesión. Ahora bien, el profeta usa el lenguaje de su tiempo y escribe en un contexto sociocultural y espiritual determinado, a veces muy diferente del nuestro, y en ocasiones aplica principios generales a casos individuales. Para interpretar correctamente los mensajes proféticos, y aplicarlos con acierto, hemos de conocer ese contexto; esto nos permitirá poner en práctica apropiadamente los sanos principios de interpretación de los escritos inspirados. Por eso, es necesario y muy conveniente leer esta Introducción antes de adentrarse en la lectura de la vasta producción literaria de la mensajera del Señor para el tiempo del fin.

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“La educación apropiada” le restaba importancia a la educación teórica de la época, que habilitaba a los jóvenes para ser “tontos instruidos”. Por otro lado, se oponía a que se igualara a la ignorancia con la humildad y la espiritualidad. Elena de White sostenía que el “cristiano intelectual apreciará mejor que nadie las verdades de la Palabra divina. Cristo puede ser glorificado mejor por los que lo sirven inteligentemente” ( ibíd. , pp. 38, 39).

Su exposición de la filosofía que debería sustentar a la educación adventista pertenecía ciertamente al ámbito de la re­forma de la educación estadounidense. El consejo de la Sra. de White procuraba romper el dominio que durante siglos habían ejercido los clásicos griegos y latinos sobre la educación secundaria y superior occidental. “La educación apropiada” presentaba –al igual que sus consejos sobre la vida saludable– muchas ideas nuevas. De manera que mientras sus conceptos se adelantaban a las prácticas educativas predominantes entonces, sus sugerencias y programas sobre la educación no eran exclusivos. Más bien estaban en armonía con las ideas y los programas de otros reformadores de la educación de sus días.

Lamentablemente, mientras se daban los primeros pasos de la educación adventista, los líderes de la iglesia y del ámbito educativo de ella no captaban en realidad los problemas de la educación tradicional, ni cómo poner en práctica la reforma al respecto. Como resultado, el Colegio Adven­tista de Battle Creek se convirtió en una escuela tradicional que falló en poner en práctica el programa innovador de Elena de White.

Como si fuera poco haber llegado a ser una institución clásica de educación no reformada, el Colegio de Battle Creek dio un giro totalmente inesperado: eliminó el estudio formal de la Biblia de su plan de enseñanza. En 1881, el colegio alcanzó su nivel más bajo. Habían nombrado como director a un recién convertido. Este hombre no tenía interés en la reforma educativa, ni tampoco parecían interesarle mucho los ideales de los adventistas del séptimo día.

Estas circunstancias formaron el telón de fondo del enérgico mensaje de la Sra. de White titulado “Nuestro colegio”, que fue leído ante los miembros del personal docente y de los máximos responsables de la Asociación General en diciembre de 1881. En este documento, Elena de White presentó en términos decididos que el Colegio de Battle Creek había fracasa­do en alcanzar sus objetivos. Aseveró que el estudio de las artes y las ciencias era necesario, pero que “el estudio de las Escrituras debe ocupar el primer lugar en nuestro sistema de educación” ( Testimonios para la iglesia , t. 5, p. 21).

Si colocar la Biblia en el centro del currículo había hecho impopular al colegio, según declaró ella, los estudiantes que lo sintieran así debían “asistir a otros colegios” que se adaptaran mejor a sus gustos. Luego advirtió que “si la influencia mundana ha de reinar en nuestro colegio, entonces vendédselo a los mundanos y permitid que ellos asuman el control; y los que han invertido sus recursos en esa institución establecerán otro colegio que se rija, no según el plan de las escuelas populares ni de acuerdo con los deseos del rector y los maestros, sino conforme al plan que Dios ha especificado [...]. Es el propósito declarado de Dios tener un colegio en el país donde se le dé a la Biblia su debido lugar en la educación de la juventud” ( ibíd., pp. 24, 25).

A pesar de los esfuerzos de los dirigentes de la iglesia y de Elena de White, las cosas iban de mal en peor en el Colegio de Battle Creek a principios de 1882. Por cierto que las cosas tomaron un giro tan grave que la junta directiva de la institución tomó el acuerdo de cerrar el colegio para el curso escolar 1882-1883, en medio de un tremendo descrédito y de disensiones internas.

Antes de volver a abrir el colegio, la directiva acordó conducirlo “sobre un plan que armonice en todos los aspectos con la luz que Dios nos ha dado” según los Testimonios ( Review and Herald, 2 de enero de 1883). Una vez restablecida, la institución dio muestras de esfuerzos mayores y más sostenidos para funcionar de acuerdo con los principios dados por Elena de White. Lo mismo ocurrió en los nuevos colegios adventistas que se fundaron en 1882 en South Lancaster, Massa­chu­setts (que más tarde se convertiría en el Atlantic Union College [Colegio de la Unión del Atlántico], y en Heald­sburg, Cali­for­nia, que más tarde se convirtió en el Pacific Union College [Co­legio de la Unión del Pacífico]. Las tres instituciones harían sinceros esfuerzos para llevar adelante un programa educativo reformado. Pero las tres fracasaron de manera significativa, debido en parte a la falta de comprensión de la naturaleza radical de las reformas necesarias. Hasta la década de 1890 no se efectuaría una reforma cabal. Pero, cuando esto sucedió, Elena de White estaba en el mismo centro de la reforma. Vol­veremos a este tema en el próximo capítulo.

Asuntos familiares y muerte de Jaime White

La vida de Elena de White incluía mucho más que su ministerio público. Como sucede en todas las familias, la suya tuvo sus alegrías y sus tristezas.

Elena y Jaime tuvieron cuatro hijos: Henry Nichols (1847), James Edson (1849), William Clarence (1854) y John Herbert (1860). Edson y Willie tuvieron una larga vida y con el tiempo sirvieron como ministros adventistas, aunque Edson en sus primeros años dio a sus padres muchos disgustos y dolores de cabeza. Después de cumplir los cuarenta años, Edson dedicó finalmente su vida al ministerio cristiano, contribuyendo grandemente a la evangelización de la población afroamericana del sur de Estados Unidos. Willie se convirtió en el co­lega y ayudante principal de su madre después de la muerte de Jaime. John Herbert murió a los tres meses de edad y Henry tres años después (en 1863), a los l6 años, víctima de una neumonía.

Los registros presentan a la Sra. de White como una madre devota que disfrutaba la compañía de sus hijos. Como pudiera esperarse, ella se preocupaba muchísimo por su desarrollo espiritual. Los cantos y otros ejercicios devocionales para la edificación del carácter eran parte diaria de su vida familiar. Tam­bién les leía mucho. Además, a los hijos de los esposos White se les impartió desde temprano en su vida el amor a la naturaleza y a las bellezas naturales. Los muchachos tenían personalidades variadas, y como hermanos “normales” también ma­ni­festaban afectos, celos y las tensiones usuales en sus relaciones interpersonales. Los White no fueron padres perfectos, pero eran solícitos, y esa dedicación se hizo evidente ante sus hijos. Las cartas de su madre están llenas de interés y consejos, urgiéndolos a ser “buenos muchachos”, a amar a Jesús, etcétera.

Una de las grandes pruebas que Elena de White tuvo que soportar fue la separación de sus hijos, ocasionada por sus frecuentes y a veces largos viajes. Durante esas ausencias, ella dejaba a sus hijos al cuidado de amigos de confianza que pudieran proporcionarles el alimento cristiano que ellos necesitaban. En cierta ocasión, ella escribió “dura prueba era para mí separarme de mi hijo; pero no nos atrevimos a permitir que nuestro cariño hacia él nos apartara de la senda del deber. Jesús dio su vida para salvarnos. ¡Cuán pequeño es cualquier sacrificio que podamos hacer, comparado con el suyo!” ( Notas biográficas, cap. 15, p. 120). Expresiones como estas son comunes en sus escritos.

Pero ella no era tan estoica como podría inferirse de la cita anterior. Como nos hubiera pasado a cualquiera de nosotros, a veces tenía sus dudas en cuanto a que su sacrificio por sus hijos valiera la pena, con todos sus dolores y angustias. No la ayudaba el hecho de que el movimiento sabático fuera tan patéticamen­te pequeño, pobre y de apariencia insignificante en sus co­mienzos. En 1850, ella escribió en cuanto a las muchas lágrimas que le causaba verse separada de sus hijos. Y, además de esa so­ledad, tenía que afrontar las críticas de otros que se imaginaban que sus viajes eran paseos agradables, mientras que ellos podían quedarse en casa y cuidar de sus familias. Tales críticas no hacían más que aumentar su angustia.

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