El trasfondo de esa evaluación de las reuniones de 1888 era la desviación teológica que se había producido gradualmente en el adventismo entre 1844 y 1888. Para entender esa desviación, debemos reconocer que la teología adventista se basa en dos tipos de verdades relacionadas entre sí. La primera categoría incluye las creencias compartidas con otros cristianos, como la salvación solamente por gracia, el poder de la oración y el papel histórico de Jesús como Salvador del mundo. La segunda categoría doctrinal incluye las enseñanzas distintivas de la teología adventista, como el sábado, la muerte como un sueño inconsciente, el ministerio de Jesús en dos fases en el Santuario celestial y la creencia en la segunda venida de Cristo antes del milenio.
Siendo que los adventistas del siglo XIX se desenvolvían en una cultura predominantemente cristiana, no solían destacar las creencias que tenían en común con otros cristianos. Después de todo, ¿por qué predicar la salvación por la gracia a los bautistas siendo que ellos ya tenían esa creencia? Según su razonamiento, lo importante era presentar las creencias distintivas de los adventistas para que la gente se convenciera de verdades tales como la observancia del sábado.
Pero cuatro décadas de insistir en eso habían conducido a una especie de separación entre el adventismo y el cristianismo básico, asunto que para 1888 había alcanzado dimensiones problemáticas. Elena de White vio “el mensaje más precioso” de A. T. Jones y E. J. Waggoner como una corrección de esa falta de equilibrio. Debemos mencionar que Jones y Waggoner eran dos ministros relativamente jóvenes, procedentes de California, que hacían énfasis en Jesús y en su gracia salvadora de una forma más plena que la mayoría de los ministros adventistas de la época.
Lamentablemente, muchos líderes de la iglesia consideraron que su predicación era una traición a la teología adventista y no una corrección. Como resultado de esa perspectiva, los dirigentes de la iglesia intentaron silenciar a esos jóvenes ministros; pero al no lograrlo, los trataron con bastante dureza.
Esa injusticia dejó pasmada a Elena de White. Le parecía imposible creer que los líderes de la iglesia se comportaran con tanta falta de cristianismo en lo que ellos llamaban defensa de la doctrina cristiana. Como resultado, sostuvo que los jóvenes predicadores necesitaban ser tratados con justicia y que debían ser escuchados en Minneápolis. Debido al apoyo que ella les prestaba, tuvo que sufrir la misma hostilidad que Jones y Waggoner: “Ignoraron mi testimonio, y nunca en mi vida [...] me habían tratado tan mal como en ese congreso” ( The Ellen G. White 1888 Materials, p. 187).
Elena de White deploró la dureza de corazón que se manifestó en muchos en las reuniones de Minneápolis. Para ella, el espíritu ruin que allí se exhibió se parecía al de los fariseos. Esa hostilidad y antagonismo la convenció más todavía de que la Iglesia Adventista y sus ministros necesitaban a Jesús, su amor y su gracia suavizadora en sus vidas. Tenían la doctrina correcta, pero no tenían a Jesús.
Esa comprensión cambió el énfasis de su ministerio, tanto en Minneápolis como en los años subsiguientes. “Mi responsabilidad durante las reuniones –escribió retrospectivamente– fue presentar a Jesús y su amor delante de mis hermanos, porque veía claras evidencias de que muchos no tenían el espíritu de Cristo” ( ibíd., p. 216).
“Necesitamos la verdad tal cual es en Jesús –dijo a los delegados reunidos en Minneápolis–. He visto preciosas almas que hubieran abrazado la verdad [del adventismo] volverse atrás por la manera en que esta ha sido presentada, ya que Jesús no estaba ahí. Y esto es lo que he estado tratando de hacerles ver en todo momento: necesitamos a Jesús” ( ibíd. , p. 153).
Deberíamos considerar las reuniones de Minneápolis como “el rebautismo” del adventismo, la combinación de las doctrinas distintivas de la iglesia con los grandes énfasis del cristianismo básico. Por eso, en los años siguientes encontramos a Elena de White, Jones, Waggoner y otros exaltando el mensaje de Jesús y su gracia salvadora ante los adventistas por medio de la prensa y en reuniones públicas. A cada paso los reformadores tenían que enfrentar las carencias y la dureza de un legalismo orientado hacia la ley, que había procurado llenar la atmósfera de las reuniones de Minneápolis.
La Sra. de White dejó en claro que ella apreciaba mucho la exaltación de Jesús como Salvador hecha por Waggoner y Jones, pero también señaló que no estaba de acuerdo con todas sus enseñanzas doctrinales; ni siquiera con algunas de las que fueron expuestas en Minneápolis. Uno de los resultados desafortunados de las reuniones de Minneápolis fue la tendencia de algunos a creer que todo lo que enseñaban los dos jóvenes predicadores era cierto. La Sra. de White rechazó repetidamente tal creencia. Para ella, ellos no eran guías “infalibles” ( ibíd., p. 566). Los que seguían sus percepciones necesitaban más bien mirar lo que ellas señalaban: a Jesús y la Biblia.
Los años subsiguientes a 1888 también fueron testigos de un cambio definitivo en la obra literaria de Elena de White. Al comprender mejor que nunca la dureza y la esterilidad de una iglesia que enfatizaba en exceso las doctrinas, siguió exaltando a Jesús y su justicia. Los años posteriores a 1888 vieron fluir de su pluma libros cristocéntricos como El camino a Cristo (1892), El discurso maestro de Jesucristo (1896), El Deseado de todas las gentes (1898), Palabras de vida del gran Maestro (1900) y los primeros capítulos de El ministerio de curación (1905).
Reavivamiento de la educación y actividades de Elena de White en el Pacífico Sur
La reforma de la educación adventista, que se efectuó desde fines del siglo XIX hasta principios del siglo XX, estuvo vinculada directamente con el reavivamiento cristocéntrico estimulado por las reuniones de Minneápolis.
Los años inmediatamente posteriores a 1888 fueron testigos de un esfuerzo concertado para educar a los laicos y los ministros en el tema de la justificación por la fe, y para desarrollar una relación espiritual más estrecha con Jesús. En el verano de 1891, se produjo un gran cambio al enfocarse esta tarea en los educadores principales de la iglesia, en una intensa convención celebrada en Harbor Springs, Míchigan.
Los participantes consideraron la reunión como una fiesta espiritual. En ella, Jones predicó del libro de Romanos y Elena de White habló de temas como la necesidad de una relación personal con Cristo, la urgencia de un reavivamiento espiritual entre los educadores adventistas y la centralidad del mensaje cristiano en la enseñanza.
Además de estos temas, el papel de la Biblia en la educación adventista recibió un renovado énfasis. Percy Magan recuerda que algunos de los temas principales de estudio y discusión “fueron la eliminación de los autores paganos e infieles de nuestros programas escolares, la exclusión de largos cursos sobre los clásicos latinos y griegos, y la inclusión de la enseñanza de la Biblia y de la historia desde el punto de vista de las profecías” ( Review and Herald, 6 de agosto de 1901).
La convención celebrada en Harbor Springs representó un cambio importante en la historia de la educación adventista, y una vez más Elena de White estuvo a la vanguardia. Uno de los aspectos más importantes de su lucha en la década de 1890 fue “el bautismo” de la educación adventista.
Lo que empezó en Harbor Springs pronto se extendió al Pacífico Sur, donde Elena de White pasó nueve años. Mientras seguía adelante con su ministerio habitual de escribir y hablar en público, buena parte de su energía se concentró con el tiempo en el establecimiento del Colegio para Obreros Cristianos de Avondale, en Nueva Gales del Sur, Australia.
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