EL DISCURSO MAESTRO DE JESUCRISTO
* * * * * * * * * * *
Elena G. de White
* * * * * * * * * * *
Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.
“Título de la obra: El discurso maestro de Jesucristo
Título del original: Thoughts From the Mount of Blessing , Pacific Press Publishing Association, Nampa, ID, E.U.A. 1964.
Autora: Elena G. de White
Dirección: Aldo D. Orrego
Traducción: Staff de la Pacific Press Publishing Association
Diseño del interior: Andrea Olmedo Nissen, Carlos Schefer
Diseño de la tapa: Willie Duke, Andrea Olmedo Nissen
Cuarta edición
MMXI
PUBLICADO EN LA ARGENTINA – Libro de edición argentina
Published in Argentina
Es propiedad. © 1964 Pacific Press® Publishing Association.
© 2009 Asociación Casa Editora Sudamericana.
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.
ISBN 978-987-567-778-4
* * * * * * * * * * *
G. de White, Elena
El discurso maestro de Jesucristo / Elena G. de White / Dirigido por Aldo D. Orrego. - 4ª ed. - Florida : Asociación Casa Editora Sudamericana, 2011.
E-Book.
Traducido por: Staff de la Pacific Press PA
ISBN 978-987-567-778-4
1. Bienaventuranzas. 2. Cristianismo. I. Aldo D. Orrego, dir. II. Staff de la Pacific Press PA, trad. III. Título.
CDD 226.93
Publicado el 16 de mayo de 2011 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Av. San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).
* * * * * * * * * * *
“Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes y diseño), su manipulación informática y transmisión ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo del editor.
-105325-
El Sermón del Monte es una bendición del cielo para el mundo; una voz proveniente del trono de Dios. Fue dado a la humanidad para que lo consideraran su ley del deber y luz del cielo, su esperanza y consuelo en el desaliento, su gozo y bienestar en todas las vicisitudes y ocupaciones de la vida. En ese sermón el Príncipe de los predicadores, el Maestro supremo, pronuncia las palabras que el Padre le diera para hablarnos.
Las bienaventuranzas son el saludo de Cristo, no sólo para los que creen sino también para toda la familia humana. Parece como que por un momento él ha olvidado que está en el mundo y no en el cielo, y emplea el saludo familiar del mundo de la luz. Las bendiciones brotan de sus labios como el agua cristalina de un rico manantial de vida sellado durante mucho tiempo.
Cristo no nos deja en la duda acerca de los rasgos de carácter que él siempre reconoce y bendice. Apartándose de los favorecidos ambiciosos del mundo, se dirige a los que ellos desprecian, y llama bienaventurados a quienes reciben su luz y su vida. Abre sus brazos acogedores a los pobres de espíritu, a los mansos, a los humildes, a los acongojados, a los despreciados, a los perseguidos, y les dice: “Venid a mí... y yo os haré descansar” [Mat. 11:28].
Cristo puede mirar la miseria del mundo sin una sombra de pesar por haber creado al hombre. Ve en el corazón humano más que pecado y miseria. En su sabiduría y amor infinitos, él ve las posibilidades del hombre, las alturas que puede alcanzar. Sabe que, aun cuando los seres humanos han abusado de sus misericordias y destruido la dignidad que Dios les concediera, el Creador será glorificado con su redención.
A través de los tiempos, las palabras dichas por Jesús desde el Monte de las Bienaventuranzas conservarán su poder. Cada frase es una joya del tesoro de la verdad. Los principios enunciados en ese discurso se aplican a todas las edades y a todas las clases sociales. Con energía divina, Cristo expresó su fe y esperanza al señalar como bienaventurados a un grupo tras otro por haber formado un carácter justo. Al vivir la vida del Dador de la vida, mediante la fe en él, todos los hombres pueden alcanzar la norma establecida en sus palabras.
Elena G. de White
Los versículos de la Biblia han sido transcriptos de la versión Reina-Valera, revisión de 1960. Cuando, por razones de claridad, se prefirió otra versión, se dejó constancia de ello de acuerdo con la siguiente clave:
BJ: Biblia de Jerusalén
C-I: Cantera-Iglesias
LPD: El Libro del Pueblo de Dios
NVI: Nueva Versión Internacional
RV 95: Reina-Valera 1995
RVA: Reina-Valera Antigua, 1909
TA: Torres Amat
VM: Versión Moderna
Los énfasis en negrita cursiva pertenecen a la autora.
En unos pocos lugares fue necesario agregar palabras o frases entre corchetes ([ ]). Éstas no pertenecen a la autora, pero fueron insertadas para mejorar la comprensión de las ideas expresadas.–La Redacción.
Capítulo
Más de catorce siglos antes que Jesús naciera en Belén, los hijos de Israel estaban reunidos en el hermoso valle de Siquem, y desde las montañas situadas a ambos lados se oían las voces de los sacerdotes que proclamaban las bendiciones y las maldiciones: “La bendición, si oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios... y la maldición, si no oyereis”.1 Por esto el monte desde el cual procedieron las palabras de bendición llegó a conocerse como el Monte de las Bendiciones. Pero no fue sobre Gerizim donde se pronunciaron las palabras que llegaron como bendición para un mundo pecador y entristecido. [Y como] Israel no alcanzara el alto ideal que se le había propuesto, un Ser distinto de Josué debía conducir a su pueblo al verdadero reposo de la fe. [Por tanto,] el Monte de las Bienaventuranzas –el lugar donde Jesús dirigió las palabras de bendición a sus discípulos y a la multitud– no es Gerizim, sino un monte sin nombre junto al lago de Genesaret.
Volvamos con los ojos de la imaginación a ese escenario y, sentados con los discípulos en la ladera del monte, analicemos los pensamientos y sentimientos que llenaban esos corazones. Si entendemos lo que significaban las palabras de Jesús para quienes las oyeron, podremos percibir en ellas una nueva intensidad y belleza, y también podremos aprovechar sus lecciones más profundas.
Cuando el Salvador comenzó su ministerio, el concepto popular acerca del Mesías y de su obra era tal que inhabilitaba completamente a la gente para recibirlo. El espíritu de verdadera devoción se había perdido en las tradiciones y el ceremonialismo, y las profecías eran interpretadas al antojo de corazones orgullosos y amantes del mundo. Los judíos no esperaban al Ser que vendría como el Salvador del pecado sino como un gran príncipe que sometería a todas las naciones bajo la supremacía del León de la tribu de Judá. En vano les había pedido Juan el Bautista, con la fuerza conmovedora de los profetas antiguos, que se arrepintieran. En vano, a orillas del Jordán, había señalado a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Dios trató de dirigir sus mentes a la profecía de Isaías acerca del Salvador sufriente, pero no quisieron oírla.
Читать дальше