En diciembre de 1871 Elena de White tuvo una visión que estimuló el creciente interés de los adventistas del séptimo día en las misiones mundiales. Ella vio que la iglesia estaba predicando “verdades de vital importancia” que eran “una prueba al mundo”. Por eso los jóvenes adventistas debían “familiarizarse con otros idiomas”, para que Dios los usara como medios de comunicar su verdad salvadora a los de otras naciones.
No solamente debía la denominación enviar publicaciones al extranjero, sino también “predicadores activos”. “Se necesitan misioneros que vayan a otros países para predicar la verdad de una manera cuidadosa”. El mensaje adventista “de advertencia” debía ir “a todas las naciones”. “No tenemos un momento que perder –escribió ella–. Si hemos sido descuidados en esta materia, es harto tiempo de que ahora con todo fervor redimamos el tiempo, no sea que la sangre de las almas se encuentre sobre nuestros vestidos” ( Notas biográficas, cap. 33, pp. 226-228).
En el verano de 1873, Jaime White insistió en que J. N. Andrews debía ir a Europa como primer misionero oficial de la iglesia. Pero todos seguían sin hacer nada.
Elena de White llegó a aceptar el amplio punto de vista de su esposo. En abril de 1874 ella tuvo un sueño “impresionante” que ayudó a vencer la oposición que quedaba entre los adventistas a las misiones extranjeras. En su sueño, “el mensajero” proporcionó la siguiente instrucción para los líderes adventistas que dilataban la acción: “Estáis concibiendo ideas demasiado limitadas de la obra para este tiempo [...] Debéis tener una visión más amplia. [...] Vuestra casa es el mundo [...] El mensaje avanzará con poder a todas partes del mundo, a Oregón, a Europa, a Australia, a las islas del mar, a todas las naciones, lenguas y pueblos”. A ella se le mostró que la misión de la iglesia era más extensa de lo que “nuestros hermanos han imaginado, o de lo que jamás han contemplado y planeado”. Como resultado, la Sra. de White abogó por una fe más grande que se expresara en acción ( ibíd., cap. 34, pp. 231, 232).
Aunque pasaron dos décadas antes de que los líderes de la iglesia empezaran a entender todo lo que implicaba el “sueño” de 1874 de Elena de White, ese verano acordaron enviar a Andrews a Suiza “tan pronto como sea posible” ( Review and Herald, 25 de agosto de 1874). Él salió a ocupar su nuevo puesto en septiembre. Desde entonces, la Iglesia Adventista del Séptimo Día ha mantenido un flujo constante de personal yendo a todos los confines del globo terráqueo. A principios de 1995, la iglesia tenía programas establecidos en 208 de las 236 naciones del mundo y estaba predicando el mensaje del advenimiento en 732 idiomas.
Elena de White no era simplemente una misionera en teoría. Ella también tuvo su participación. Su primera misión fue hasta la lejana California, donde ella y su esposo colocaron sobre una base más firme a la Iglesia Adventista de la costa oeste, que estaba todavía en pañales.
Su primera misión en el extranjero se extendió desde 1885 hasta l887, cuando ella y su hijo Guillermo White hicieron tanto para fortalecer y guiar la creciente obra adventista en Europa. Ella estableció su base en Basilea, Suiza, viajando largas distancias desde Italia hasta Escandinavia, brindando sus orientaciones tanto a miembros de iglesia como a dirigentes.
Los creyentes adventistas de Inglaterra fueron los primeros en beneficiarse con sus labores. Ella pasó varias semanas en ese país, tiempo durante el cual desarrolló un interés especial por las multitudes de las atestadas calles de Londres. De Inglaterra, pasó a Suiza, donde participó con los líderes de la iglesia en las reuniones anuales del recientemente establecido Concilio Europeo de los Adventistas del Séptimo Día.
En conjunto, se reunió con creyentes de ocho países europeos: Inglaterra, Suiza, Dinamarca, Suecia, Noruega, Francia, Alemania e Italia. Sus actividades en Europa coincidieron con un período crucial en la expansión de la iglesia en esa parte del mundo. La iglesia en Europa había alcanzado un nivel de desarrollo que demandaba planificar en forma más adecuada la ampliación de su base institucional y estructural. Elena de White tomó parte en esa planificación. Además, sus presentaciones a favor de la temperancia llegaron a tener mucha demanda en varias naciones europeas.
El último viaje de Elena de White al extranjero se extendió desde 1891 hasta 1900, tiempo durante el cual ella proporcionó orientaciones muy importantes a las nuevas misiones establecidas en Australia y Nueva Zelanda. En el próximo capítulo examinaremos algunos de los frutos de esos años.
Mientras tanto, necesitamos considerar el papel que desempeñó en el desarrollo inicial de la educación adventista. Al comienzo de la década de 1870 la educación se estaba convirtiendo en una parte importante en la iglesia. Después de todo, si la iglesia iba a enviar misioneros a otros países, tenía que educarlos en alguna parte.
Primeros consejos sobre educación
No es por accidente que los adventistas del séptimo día abrieron su primera institución educativa y enviaron a su primer misionero al extranjero el mismo año. Ya en 1874, la iglesia necesitaba empleados instruidos, tanto localmente como en el extranjero.
Pero la necesidad de la educación no había sido siempre evidente. De hecho, este fue el último aspecto que desarrolló la iglesia. El establecimiento de las publicaciones en 1849, la organización centralizada de la iglesia en 1863 y el vigoroso programa para el cuidado de la salud en 1866 la habían precedido.
Los primeros adventistas observadores del sábado eran contrarios a la educación formal. Después de todo, la lógica que predominaba entre ellos era: “¿Para qué enviar a los hijos a la escuela si el mundo se acabará pronto y ellos nunca llegarán a crecer para utilizar ese aprendizaje obtenido con tanto sacrificio?” Muchos de los primeros observadores del sábado creían que incluso permitir a sus hijos asistir a la escuela indicaba falta de fe en la proximidad del advenimiento. Por lo tanto, la educación escolar no fue un asunto prioritario en las décadas de 1850 y 1860, aunque los adventistas habían fundado algunas escuelas primarias que duraron muy poco. Otros creyentes enviaban a sus hijos a las escuelas públicas.
Debido a la falta de interés en esto, no nos sorprende demasiado descubrir que la Sra. de White no escribiera artículos sobre la educación formal durante los primeros 28 años de su ministerio profético. Pero eso cambiaría en 1872, cuando los adventistas en la sede la iglesia fundaron la escuela que dos años después llegaría a convertirse en el Colegio de Battle Creek.
En 1872, Elena de White escribió “La educación apropiada” (publicado en Testimony for the Church Nº 22; La educación cristiana , cap. 1, pp. 9-40) para la escuela que se estaba empezando a establecer en Battle Creek. Este artículo ha ejercido influencia entre los educadores adventistas porque lo han percibido correctamente como un mandato sobre la naturaleza ideal de la educación adventista. Uno de sus temas más importantes ha sido la necesidad de “la educación física, mental, moral y religiosa de los niños” ( La educación cristiana, cap. 1, p. 9). El concepto de la educación equilibrada de todo el ser llegaría a convertirse en un sello distintivo de los escritos de la Sra. de White sobre la educación durante las siguientes cuatro décadas.
“La educación apropiada” también estableció el hecho de que los adventistas debían ser “reformadores” de la educación. Esto incluía discusiones sobre la diferencia entre el adiestramiento de los animales y la educación de los seres humanos, la disciplina como dominio propio, el requisito de una comprensión completa de los conceptos de salud, la necesidad del estudio de la Biblia además del estudio de las “otras disciplinas” de la enseñanza y el fuerte mandato de desarrollar el adiestramiento manual en conexión con la labor académica, de modo que tanto el cuerpo como la mente se ejerciten y los jóvenes se preparen para la vida práctica.
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