George Knight - Introducción a los escritos de Elena G. de White

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Introducción a los escritos de Elena G. de White: краткое содержание, описание и аннотация

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Todos los escritos proféticos, si son acordes a la Biblia, merecen nuestra plena adhesión. Ahora bien, el profeta usa el lenguaje de su tiempo y escribe en un contexto sociocultural y espiritual determinado, a veces muy diferente del nuestro, y en ocasiones aplica principios generales a casos individuales. Para interpretar correctamente los mensajes proféticos, y aplicarlos con acierto, hemos de conocer ese contexto; esto nos permitirá poner en práctica apropiadamente los sanos principios de interpretación de los escritos inspirados. Por eso, es necesario y muy conveniente leer esta Introducción antes de adentrarse en la lectura de la vasta producción literaria de la mensajera del Señor para el tiempo del fin.

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Este consejo es de suma importancia, puesto que algunos adventistas han tenido la tendencia a los extremismos fanáticos en relación con la reforma pro salud, mientras otros la han colocado en el centro del mensaje de la iglesia. La Sra. de White tuvo que debatir contra esas perversiones de sus enseñanzas sobre este asunto el resto de su vida. Para ella, la reforma pro salud no ocupaba el centro del mensaje adventista. Su propósito era preparar al pueblo para el regreso de Cristo.

Los resultados de las enseñanzas sobre salud de Elena de White fueron tan ampliamente esparcidos como duraderos. A nivel personal, esas enseñanzas hicieron mucho para cambiar el estilo de vida adventista. Como resultado, con el tiempo, mejoró grandemente la salud de la feligresía adventista. Desa­fortunadamente, muchos que pensaron que estaban siguiendo sus consejos se fueron a los extremos en uno o más de los aspectos de la vida saludable. Pero el argumento de la Sra. de White siempre fue a favor del equilibrio en lugar de los extremismos. Como lo expresara ella, los remedios naturales son ocho: “el aire puro, el sol, la abstinencia, el descanso, el ejercicio, un régimen alimenticio conveniente, el agua y la confianza en el poder divino” ( El ministerio de curación, p. 89). La buena salud demanda un equilibrio en el uso de cada uno de esos remedios y enfatiza evitar los extremos en todos ellos.

Los frutos institucionales de la visión sobre la reforma pro salud en 1865 fueron casi inmediatos. Durante la cuarta sesión del Congreso de la Asociación General celebrado en mayo de 1866, Elena de White presentó la necesidad de tener una institución de salud adventista. La respuesta de la iglesia se manifestó con la apertura del Instituto Occidental para la Re­forma de la Salud, en Battle Creek, Míchigan, el 5 de septiembre de 1866, y ese mismo año empezó la publicación de una revista dedicada a la salud, el Health Reformer [El reformador de la salud].

En l876, John Harvey Kellogg, quien a la sazón tenía 24 años de edad, fue nombrado gerente general del instituto de salud. La orientación prestada por Kellogg lo transformó en el Sanatorio de Battle Creek. Para finales del siglo XIX, este sanatorio había alcanzado una reputación internacional. A mediados de la década de l990, esa sola institución se había multiplicado hasta alcanzar la cifra de 152 hospitales; 330 dispensarios, clínicas y lanchas médicas; y 95 asilos para jubilados y orfanatorios, con un valor total de cerca de cinco mil mi­llones de dólares. Estos han sido algunos de los resultados de largo alcance del programa de salud que las visiones de Elena de White estimularon entre los adventistas del séptimo día.

Antes de cambiar a otro tema, quisiéramos llamar la atención al hecho de que las ideas sobre salud de Elena de White no eran completamente nuevas. Ella las presentó más bien en el contexto de un destacado movimiento pro salud que tuvo lugar en los Estados Unidos en ese mismo tiempo. Las visiones que ella tuvo colocaron a los adventistas en el centro del principal movimiento de reforma sanitaria y les proporcionaron la motivación religiosa, tanto para cuidar su salud personal como para extender el evangelio de la salud por medio de sus instituciones.

El factor evidente de la falta de salud entre el liderazgo adventista a principios y a mediados de la década de 1860 aumentó esa motivación. Jaime White y varios de los otros destacados líderes se hallaban incapacitados en aquellos mo­mentos; y algunos, incluyendo a los White, habían recibido asistencia en la institución de reforma pro salud que funcionaba en Dansville, Nueva York, con anterioridad a la apertura de la propia institución adventista en Battle Creek. El mensaje de salud era verdaderamente una necesidad para los líderes adventistas. Y ellos respondieron como correspondía.

También deberíamos notar que los adventistas no carecían de información referente a las enseñanzas del principal movimiento de reforma sanitaria contemporáneo. No solamente visitaban algunas de esas instituciones, sino también con el tiempo se relacionaron con las publicaciones del movimiento. Esa relación se hizo especialmente evidente en el libro de 296 páginas titulado Health: or How to Live [Cómo vivir saludablemente], publicado por Jaime White en 1865. El libro contiene capítulos de muchos de los reformadores principales de la salud de aquella época, junto con seis artículos sobre salud de la pluma de su esposa.

De 1863 en adelante, la salud y los temas afines encontrarían un lugar significativo en los escritos de Elena de White. El libro El ministerio de curación es quizá su más importante exponente sobre el tema (1905).

Consejos sobre la misión de alcance mundial

Un tercer aspecto de importancia especial que requirió el consejo de Elena de White a los adventistas del séptimo día en el período entre 1850 y 1888 fue la misión del adventismo ante el mundo. Dada la extensión mundial que la iglesia había alcanzado en esa época, es difícil comprender el hecho de que, en sus comienzos, el adventismo se manifestara en contra de las misiones. De acuerdo con Guillermo Miller, los adventistas observadores del sábado creían, a principios de la década de 1850, que la puerta del tiempo de prueba ya se había cerrado y que, por lo tanto, la labor misionera a favor del mundo ya no tenía razón de ser. Este fue el motivo por el cual Miller escribió en diciembre de 1844: “Lo único que po­demos hacer es estimularnos unos a otros [esto es, entre adven­­­tistas] a ser pa­cientes ” hasta que llegue el advenimiento ( Advent Herald, 11 de diciembre de 1844). Sin duda, esta era la posición de Jaime White y de José Bates en el “tiempo de reunión” mientras trabajaban exclusivamente entre antiguos mi­lleritas para conducirlos al redil de los observadores del sábado.

Por un tiempo Elena de White compartió ese mismo esquema de pensamiento. Por eso escribió más tarde: “Junto con mis hermanos y hermanas, después del tiempo pasado en 1844, yo creía firmemente que no se convertirían más pecadores. Pero nunca tuve una visión de que no se convertirían más pecadores” ( Mensajes selectos, t. 1, cap. 5, p. 84).

Por el contrario, varias de sus visiones de “la puerta cerrada” durante el período en cuestión indicaban exactamente lo opuesto a lo que ella conscientemente creía. Así fue con la visión publicada en noviembre de 1848, gracias a la cual ella predijo que el “pequeño periódico” de su esposo, aunque “al principio será pequeño”, de “este pequeño comienzo brotarán raudales de luz que han de circuir el globo” ( Notas biográficas, cap. 18, p. 137). Así también, en julio de 1850 ella escribió que “aquellos que no han escuchado la doctrina adventista [de la dé­cada de 1840] y no la han rechazado abrazarían la verdad y tomarían sus lugares” con los adventistas que guardaban el sá­bado ( Manuscript Releases, t. 18, p. 13).

Ni Elena de White ni sus compañeros creyentes entendieron completamente las implicaciones misiológicas de aquellas y otras de sus visiones en esa primera parte de su ministerio. Como dijera ella, “nuestros hermanos no podían entender esto debido a nuestra fe en la inmediata aparición de Cristo. Al­gunos me acusaron de decir que el Señor se tardaba en venir, espe­cialmente los fanáticos” ( Men­sa­jes selectos, t. 1, cap. 5, p. 84). Los observadores del sábado solo empezaron a entender su misión al mundo en forma gradual, transición que em­pezó entre las dé­cadas de 1850 y 1860.

En 1863 Jaime White llegó a la conclusión de que tenían en realidad un “mensaje mundial”. Pero no tenían suficientes ministros para enviar como misioneros a otros países. Por otro lado, las publi­caciones que se enviaban por barco a Europa, y las actividades de un ministro de origen polaco (M. B. Czechowski) que fue a Europa por su cuenta, independientemente del apoyo de los adventistas observadores del sábado, habían conducido al establecimiento de varias congregaciones que guardaban el sábado al otro lado del Atlántico hacia fines de la década de 1860. A su vez, este desarrollo creó entre los líderes estadounidenses cierto entusiasmo por la obra de alcance misionero en países extranjeros en 1869 y 1870. Pero no se hizo nada concreto en ese tiempo.

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