Por consiguiente, su hijo señaló a los líderes de la Asociación General, cuando estaban revisando El conflicto de los siglos en 1911, lo siguiente: “Mi madre nunca pretendió ser una autoridad en historia. Las cosas que ella ha escrito son descripciones instantáneas y otras presentaciones que le fueron dadas con respecto a los hechos de estos hombres y a la influencia de estas acciones sobre la obra de Dios para la salvación de los hombres, con referencia al pasado, al presente y a la historia futura en su relación con esta obra. En la redacción de estas visiones ella ha hecho uso de buenas y claras declaraciones históricas para hacer comprensible al lector las cosas que estaba tratando de presentar”. Él siguió diciendo que su lectura en la rama de la historia eclesiástica “la ayudó a localizar y a describir muchos de los acontecimientos y movimientos que le fueron presentados en la visión” ( Mensajes selectos, t. 3, Apéndice A, pp. 498, 499). De manera que sus investigaciones la ayudaban a llenar los antecedentes y el contexto de las “descripciones instantáneas” recibidas durante la visión.
El uso que Elena de White hizo de las obras de otros autores no estuvo restringido a temas históricos. Siendo una ávida lectora, seleccionaba y adaptaba ideas y frases de otros escritores cuando sentía que ellos presentaban las cosas tan bien como se podían decir para hacer comprender su mensaje.
Así, Guillermo C. White indicó que su madre no solo era una ávida lectora de otros autores sobre la vida de Cristo, sino también “se admiraba del lenguaje en que otros escritores habían expuesto a sus lectores las escenas que Dios le había presentado a ella en visión, y encontró que era tanto un placer como una conveniencia y economía de tiempo utilizar el lenguaje de ellos, en forma total o parcial, para presentar las cosas que sabía por revelación, y que anhelaba transmitir a sus lectores” en El Deseado de todas las gentes (ibíd. , Apéndice C, pp. 525, 526). Podríamos hacer estos mismos comentarios en relación con otros escritos de Elena de White. Así como los profetas bíblicos empleaban documentos literarios e históricos en sus escritos, también lo hizo ella (ver, por ejemplo, Núm. 21:14, 15; 1 Crón. 29:29; Luc. 1:1-4; Jud. 14, 15). Por lo general, la inspiración no implica originalidad. Por otro lado, la inspiración reclama la dirección de Dios en el desarrollo profético y la selección de materiales.
Conviene notar que el uso de fuentes de parte de Elena de White no era mecánico. Por el contrario, ella seleccionaba los pensamientos y las frases que armonizaban con la verdad como ella los veía, mientras que eliminaba o adaptaba ideas y terminologías que no estuvieran en armonía con su mensaje.
Otra percepción de su obra proviene de la comprensión de que no todos sus consejos a individuos y a la iglesia se originaron específicamente como visiones para la situación determinada. Ella comparó su experiencia con la del apóstol Pablo, cuya mente había sido informada en relación con principios cristianos y peligros para la iglesia de manera general y amplia mediante las visiones anteriores que había recibido. Como resultado, el apóstol pudo juzgar situaciones en la iglesia con percepción divina aunque él no tuviera una visión específica para esa circunstancia en particular. Por eso, la Sra. de White escribió que “el Señor no da una visión para hacer frente a cada emergencia que se levante”. Más bien, el método de Dios es “dar a sus siervos escogidos impresiones referentes a las necesidades y los peligros a los que estaban expuestas su causa y las personas, y en hacer sentir a esos siervos la responsabilidad de dar consejos y amonestaciones” ( Testimonios para la iglesia , t. 5, p. 642). Buena parte de sus consejos parecen caer en esta última categoría, en la cual los principios divinos dados originalmente en una visión se aplicaban, mediante las impresiones del Espíritu Santo, a una variedad de situaciones específicas que requerían la aplicación de dichos principios.
En camino a la organización de la iglesia
Una parte importante del desarrollo de la Iglesia Adventista del Séptimo día en la década de 1850, en la cual Elena de White desempeñó un papel crucial, fue la organización de la iglesia. El movimiento millerita se había manifestado mayormente en contra de toda organización, no sin base para ello. Por un lado, creían que Cristo vendría muy pronto y que, por lo tanto, no necesitaban ninguna organización ya que el tiempo era corto.
Un segundo factor que contribuyó a que muchos de los seguidores de Miller no simpatizaran con ningún sistema de organización eran sus antecedentes en movimientos que se oponían a cualquier cosa que se inclinara hacia la más mínima forma de estructura eclesiástica. Uno de esos movimientos era la Conexión Cristiana. José Bates, Jaime White y varios otros dirigentes milleritas pertenecían a ese movimiento.
Un tercer factor que se sumó a la posición de los grupos posmilleritas de 1844 en contra de toda organización eclesiástica surgió de su experiencia de haber sido expulsados de confesiones organizadas, en 1843 y 1844. Esta experiencia condujo a la mayoría de ellos a llegar a la conclusión de que cualquier tipo de organización eclesiástica era un mal inherente. Como resultado, Jorge Storrs (un líder millerita prominente) escribió en 1844 que “ninguna iglesia puede ser organizada por invención humana porque se convertiría en Babilonia en el momento de su organización ” ( Midnight Cry , 15 de febrero de 1844).
Debido a estas circunstancias, todos los grupos posmilleritas encontraban casi imposible organizarse en un cuerpo eclesiástico. Ninguno de ellos lo hizo antes de principios de 1860 y el único grupo que formó una estructura adecuada fueron los adventistas sabáticos.
Entre los que formaron la Iglesia Adventista en la década de 1860, Elena de White y su esposo fueron las principales figuras que apoyaron el desarrollo de la organización. En su intento por trabajar con los creyentes unidos en la plataforma doctrinal sabática, los White llegaron muy pronto a la conclusión de que era esencial lo que ellos llamaban “el orden evangélico”. La alternativa sería el desorden que había caracterizado tanto al adventismo millerita a fines de 1840 como a principios de 1850.
Las primeras observaciones de Elena de White sobre el tema se produjeron en diciembre de 1850: “Vi que en el cielo todo estaba en perfecto orden. Dijo el ángel: ‘Miren, Cristo es la cabeza; sigan en orden, sigan en orden. Cada cosa tiene su significado’. Dijo el ángel: ‘Observen y vean cuán perfecto y cuán hermoso es el orden en el cielo; síganlo’ ” ( Manuscrito 11, 1850).
Entre 1850 y 1854, los adventistas observadores del sábado no solo crecieron rápidamente a medida que se agregaban a sus filas muchos creyentes en la segunda venida que estaban desorientados, sino también enfrentaron el problema de los predicadores no calificados que se reunían con adherentes, y el de la disciplina eclesiástica que se debía aplicar a los creyentes que no armonizaban con el cuerpo organizado.
Fue ante esta situación que Elena de White publicó un enérgico artículo titulado “El orden evangélico” a principios de 1854: “El Señor ha mostrado que el orden evangélico ha sido temido y descuidado en demasía. Hay que rehuir el formalismo; pero al hacerlo, no se debe descuidar el orden. Hay orden en el cielo. Había orden en la iglesia cuando Cristo estaba en la Tierra, y después de su partida el orden fue estrictamente observado entre sus apóstoles. Y ahora, en estos postreros días, mientras Dios está llevando a sus hijos a la unidad de la fe, hay una mayor necesidad de orden que nunca antes; porque, a medida que Dios une a sus hijos, Satanás y sus malos ángeles están concentrados en evitar esta unidad y en destruirla” ( Primeros escritos, cap. 22, p. 129).
Читать дальше