—¡Claro que eres alguien! Eres una de las personas más importantes en mi vida, pero no debes intentar ser mi padre.
—¡Joder María, no lo intento!, ¿qué hago cuando oigo lo que me cuentas? ¿Te aplaudo porque estás batiendo un record asumiendo riesgos con la mierda que te metes?
Me desbordaba su forma de actuar ante la vida, apoyándose en el alcohol y las drogas para sentirse querida, ser alguien en la reunión de amigos, o para pasarlo bien en la fiesta en la que estuviera. Podía hablarle con esa dureza porque sabía que deseaba su bien, intentando cambiar algunos hábitos equivocados. Me lo permitía hasta un límite, a partir del cual se enfadaba conmigo, se bloqueaba, siendo imposible seguir hablando del asunto. Establecía líneas rojas que, caso de atreverme a cruzarlas, podía suponer un coste excesivo en cuanto a demostración de sentimientos, de los cuáles la mayoría saldrían heridos.
—No, es tan fácil como decirme que está mal y ya —me contempló seria.
—¿Ya está? Te informo que está mal lo que haces, que tú sabes bien que es así, ¿y seguimos hablando del último partido de fútbol, o de las últimas noticias como si tal cosa? ¿Es eso lo que debo hacer?
—No Javier, lo dices y ya está. Yo lo pensaré, sabré que te ha dolido, que buscas mi bienestar y, aunque soy débil, creeré que puedo mejorar.
Débil, sincera, buena, auténtica. Un ser maravilloso con el que era imposible acabar enfadado. Nos disculpábamos y continuaba la velada.
Eso recordaba cuando la vi marchar y quedé esperando la primera de sus cartas. Casi una por mes de los que estuvo en Uruguay. En principio su idea era estar un año de voluntaria en la asociación, si bien los acontecimientos que sucedieron fueron prolongando su estancia allí casi dos años.
La recopilación de las cartas, ordenadas tal como las recibí, fue descubriéndome una realidad que presentía, desde luego no en la forma en la que fue desarrollándose. Sabía, por su historia vital, que sería difícil que modificara su manera de entender la vida. El viaje, que intentaba ser la razón para encontrar un sentido, después de demasiados errores, esperados o no, se convirtió al final en una senda compleja, difícil de asimilar si no pertenecías al mundo de María. Un viaje de imposible retorno.
Una senda de drogas y destrucción, que se podrá apreciar leyendo y analizando el contenido de cada una de las cartas. Las he releído en multitud de ocasiones y cada vez descubro algo nuevo. No me arrepiento de haber dejado al margen mis respuestas, porque hubiesen ensuciado la esencia de algo tan puro, la vida de un ser humano. Una vida censurable, enjuiciable sin duda, en cualquier caso, la vida que pertenecía a María.
Me acordé de lo que me enseñó mi profesor de literatura cuando apenas tenía 15 años, y nos decía que los libros se han de leer conociendo el final. Nos reveló entonces, al principio de la lectura del Quijote, que el protagonista moría al final de la novela. No entendimos una condena de tamaña crueldad. Era la primera vez que afrontábamos una lectura tan extensa conociendo desde el inicio el devenir del personaje. Tenía un motivo, nunca lo olvidé, y era que si no nos lo hubiese contado habríamos estado tan pendiente de él que no hubiésemos disfrutado la demencia de una persona tan cuerdamente loca.
Yo no contaré el final.
Las cartas se presentan en orden. Por lo demás, estando de acuerdo con mi viejo profesor de literatura, considero que sirven para apreciar la belleza de una locura, que por momentos es tan difícil de considerar lúcida. Creo que es importante anticipar algunas cuestiones si se quiere llegar a entender la excepcionalidad de esa vida en Uruguay.
Las cartas son la consecuencia catártica de alguien que, intentando con ahínco limpiar su alma, volcaba en las mismas toda su ansiedad y angustia, sabiéndose incapaz de lograr esa pulcritud. No deseo ningún protagonismo, pues ni lo tengo ni lo busco, sí recordar que en alguna de mis respuestas le insistí en que su alma era limpia y no podía ensuciarla si era capaz de perdonarse. No había que rendir cuentas ante nadie, aun así, creo que nunca logró su propio perdón. A veces ella creía que sí, lo hacía bajo los efectos anestésicos de unas drogas que la mantenían menos alerta de lo que hubiese necesitado.
Todas contenían confesiones cargadas de arrepentimiento por no haber logrado lo que buscaba en determinados momentos. Tampoco fue capaz de comprender que el arrepentimiento tiene sentido cuando se hace algo mal, con la intención de dañar. En ella eso era imposible. El hecho de continuar con su descontrol en cuanto a hábitos negativos, organizando su vida mal, procurándose relaciones íntimas que no le enriquecían, es algo que estaba fuera de toda duda, si bien eso es lo menos relevante. Lo más importante fue contemplarla, porque a través de la viveza de sus cartas se puede observar cada instante de ella en esas situaciones, siendo lo más bonito que María nos regalaba. Cómo lo percibía antes de que ocurriera, cómo se sentía cuando sucedía, o cómo lo afrontaba después era su verdadera lección de vida, y creo que lo será para quien sepa apreciar su alma a través de estas cartas.
En todas ellas me solicitaba ayuda, podía ser explícita o no. Intentando comprender qué se ocultaba en cada una de las oraciones, de sus palabras, procuraba responderle, no como hubiese deseado, sino como entendía que debía hacerlo si quería ayudarle. María me contaba lo que estimaba conveniente, lo que le preocupaba, o reflexiones de alguna cuestión de su vida, y yo respondía. Así se inició nuestra nueva relación, porque a pesar de que las cartas no guardaban un ritmo de frecuencia constante, creo que nos mantenían unidos a la espera de la siguiente, al menos yo me mantuve unido a su vida, expectante, a la espera de que volviese a hablarme.
En ningún instante alteré sus tiempos, porque desde siempre necesitó surgir de su mar confuso cada vez que lo consideró conveniente. A veces podía desaparecer meses, otras veces en cambio escribía varias cartas en pocas semanas. Respetar este ritmo de entrega supuso comprender mejor qué emociones estaban gobernando su vida, cada vez que se situaba delante de un papel para expresar con palabras lo que caminaba por su mente. Eso me ayudó a ser eficaz en mis respuestas. Sincero, amistoso, eficiente, porque es lo que requería esta relación epistolar. Si lo fui o no, no lo sé, aun me quedan grandes dudas que intento solventar cuando las vuelvo a leer.
Las cartas que se reproducen a continuación, sin alteración alguna de contenido, son una realidad que encuadra la vida de María. Suponen un todo, sólido, férreo, una línea clara que enmarca la vida que decidió seguir para lograr el encuadre asumido. Hay pasajes duros, son momentos que ella vivió y no podía eliminarlos. Es cierto que en ocasiones lo llegué a valorar.
Se presentan desde mi punto de vista. Como yo las entendí. Me parecieron una senda de drogas y destrucción, por ese orden, en dos partes diferenciadas, continuas en el tiempo. Al igual que las dos caras de una misma moneda, si bien aquí se aprecia el principio y el final que, esperado o no, es el que ella decidió.
Por último, una curiosidad. Cada una de las cartas tiene un título. Al preguntarle en mi respuesta a una de las últimas acerca del porqué, me aclaró el sentido de muchas cosas…
“Cada carta tiene el título de esa palabra que me hace temblar al escribirte, la única que podía romper las reticencias a hacerlo. Cada título tiene una palabra, en la mayoría de los casos dura, fea, obscena, porque así me sentía en el momento de escribirla. Lo más importante es que cada carta tiene un título en el que encontrarás la palabra que me hacía sentir pequeña cuando te hablaba, porque en cada palabra escrita, en cada carta hablada, he intentado transmitirte sentimientos, y demostrar lo que te quería, a pesar de tener mi alma tan sucia en ocasiones”.
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