Juan Pablo Aparicio Campillo - Yehudáh ha-Maccabí

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Cuando una fuerza dominadora se propone acabar con la libertad, la vida y la fe de un Pueblo, solo espíritus excelsos como el de Yehudáh ha-Maccabí pueden percibir la voz de Di-s, mostrándole su misión y haciéndole ver las virtudes con las que logrará defender con éxito la Alianza. Nada hay más trascendente para un yehudí que el Pacto que ha-Shem dio a Su Pueblo, el cual implica comprometerse a cumplir con unas Sagradas Leyes que contienen las mejores enseñanzas, para que todos podamos evolucionar en este mundo y ser partícipes de la obra del Creador. Yehudáh fue un héroe cuyos valores representan la más alta dignidad que pueda predicarse de un ser humano. Su ejemplo debería inspirarnos para saber que podemos derribar nuestros muros, cualesquiera que sean, y para que nunca olvidemos que quien maltrata a un hermano escribe su sentencia y su nombre es borrado del Libro de la Vida.

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—Sus dioses nunca han movido nuestro corazón —añadió Shim’ón—, siempre sentí un gran vacío interior con sus ritos y ofrendas. No recuerdo haber dirigido plegaria alguna a sus estatuas.

—Es cierto, a mí me ocurría igual —confirmó Daniel—Pero hoy, cuando os escuchaba buscar el auxilio de ha–Shem durante el ataque mi sangre hervía al igual que cuando invocasteis Su Palabra durante el Arvít. Mi corazón estaba alterado en el fragor de la lucha. Pero puedo decirte, Matityáhu, que he sentido por primera vez que Él estaba con nosotros.

—Es hora de servirle a Él —dijo Shim’ón.

—Sed bienvenidos a nuestra familia —concluyó Matityáhu—. Os pido perdón y, de nuevo, doy gracias a ha–Shem por haberos traído hasta nosotros.

Dicho esto, los supervivientes fueron uniéndose por sus antebrazos en señal de hermandad.

Habían quedado ciento treinta y ocho de los doscientos. Con Daniel y Shim’ón completaban ciento cuarenta hombres. Se suponía que aquellos cuyos cuerpos no fueron encontrados, habían conseguido huir. Nunca se supo de ellos.

—Ahora recojamos las armas que nos sirvan y enterremos a todos —dijo Matityáhu—. Sacrificad a los caballos heridos. Hay que trabajar rápido, antes de que regresen. Querrán comprobar que estoy muerto y que su misión fue debidamente cumplida. Daos prisa en hacerlo y levantemos el campamento. Yehojanán, ve con otros dos hermanos y avisad a los demás en los asentamientos. Decidles lo que ha pasado y que nos reuniremos en las afueras de Yerijó. Voy al río, necesito retirarme a orar por todo lo sucedido. Debo pedir a ha–Shem que reciba las almas de estos hermanos. Otra vez he manchado de sangre mis manos y no podremos ni dar digna sepultura a los muertos… ¡Adonay!

Respetaron todos el momento de oración de Matityáhu y se emplearon con diligencia en cavar dos fosas, una para los suyos y otra para los enemigos. Cuando terminaron, lavaron sus manos y oraron por ellos. Después continuaron recogiendo las cosas que aún quedaban útiles para llevarse.

—¿Veis aquel árbol? —dijo Matityáhu al regresar al desolado campamento—. Grabad las letras M,C,B,´. Señalarán este lugar de dolor para que algún día sean sepultados con mayor dignidad nuestros hermanos.

Se leía «maccab´» y muchos creyeron que su significado era Matityáhu Cohén Ben Yehojanán (Matityáhu sacerdote hijo de Yehojanán), pero en realidad correspondía al acrónimo del verso quince de Shemót que él tanto amaba: «Mi Camója ba’elímYh–á», «Quién de entre los dioses puede compararse a Ti, Señor».

Afortunadamente para ellos, sus caballos no habían sufrido. Habían permanecido atados cerca del río. Aunque los animales se mostraban aún alterados por el fuego y el fragor de la lucha, estaban en buenas condiciones para la marcha.

—¿Dónde será nuestro nuevo campamento, padre? —preguntó Shim’ón, su hijo.

—Os lo revelaré por el camino —dijo mirando a los prisioneros—. Allí nos reorganizaremos y nos prepararemos. Esto ha sido mi responsabilidad, que ha–Shem se apiade de mí.

—Matityáhu, ¿qué hacemos con los cuerpos de los caballos muertos? —preguntó Natán.

—No podemos hacer nada, salgamos cuanto antes de aquí.

—¿Y los prisioneros? —preguntó Aharón el de Yerijó.

—Traedlos —dijo Matityáhu.

—Tú eres del beit–ha–Mikdásh, ¿verdad? —dijo a uno de ellos.

—Sigo las órdenes del Cohén–ha–Gadól Menelao —contestó.

—Cuando yo practicaba con vuestros padres, ellos se sentían servidores del Templo, vosotros habéis dejado que os conviertan en escoria. Sois una vergüenza para vuestro Pueblo y lo que es peor, para ha–Shem. Servir al beit–ha–Mikdásh es una labor sagrada. Servir a los hombres alejados de Di–s, por más que ejerzan o usurpen el cargo de ha–Cohén–ha–Gadól, os convierte en cómplices de su pecado y de ello responderéis a Di–s. Yo, Matityáhu ha–cohén, os lo aseguro.

—¡Dejadlos aquí! Nos vamos.

—¿No los matamos? —dijo Yitsják el de Beerót.

—No, Yitsják, que ha–Shem les juzgue desde hoy. No mancharé nuestras manos con más sangre.

Esto había ocurrido a poco más de media jornada a caballo de Yerushaláyim, así que tenían que alejarse con rapidez y situar su nuevo campamento mucho más lejos.

—Matityáhu —preguntó Shim’ón el shomroní—, ¿podemos hablar contigo?

—Claro, hagámoslo cabalgando —contesto él.

Matityáhu iba en el centro y a sus flancos estaban Daniel y Shim’ón, el cual continuó diciéndole:

—Soy shomroní, conozco bien a mi gente. Sé dónde podemos tener ayuda para organizarnos y hermanos que nos oculten. Necesitamos comida y armas. Hazme caso, vayamos a harei Efrayím, a las montañas de Gufnáh. (2) Allí podremos tener apoyo, instruir a los hombres y prepararnos para luchar.

—Sí, Matityáhu —dijo Daniel—. Aunque soy galileo, no tengo familia viva. Cuando regresamos juntos en el barco como oficiales del ejército licenciados y deshonrados, me quedé con Shim’ón en su tierra más de tres años. Pienso que sería un lugar seguro para todos. Tenemos que dejar los alrededores de Yerushaláyim o acabarán pronto con nosotros.

—Sería torpe —contestó Matityáhu—, no haceros caso. Recojamos a los demás en los asentamientos y cuando estemos reunidos en Yerijó les informaremos de los planes para el nuevo campamento al norte de Gufnáh. Las tierras de Shomrón también acogieron a nuestros padres, y ahora nos protegerán a todos.

Y espoleando al caballo dirigió a sus hermanos primero hacia Yerijó según habían acordado.

Llegaba el Shabbát tres días después de aquella noche infernal. Todos los hombres disponibles estaban en Yerijó. Fueron informados al detalle de lo sucedido y dieron gracias por el reencuentro. Allí celebraron pacíficamente su fiesta sagrada que les sirvió para descansar y rearmarse en el espíritu.

Concluido el Shabbát, Matityáhu se dirigió a sus soldados y hermanos.

—Estos son Daniel y Shim’ón, dos guerreros fuertes que nos va a ayudar mucho —comenzó diciendo.

—Han servido con honor y valentía al ejército que los cautivó desde niños y ahora quieren servir a la Alianza como yehudím piadosos. Tienen la preparación para la guerra que necesitamos y han tenido la generosidad de venir a ofrecernos su ayuda y a dar su vida desde la primera noche. Hemos hablado mucho y confío plenamente en su consejo. Nuestro campamento estará en Shomrón, en las montañas de Gufnáh. Partiremos todos enseguida. Tomadlos como hermanos que son y seguid sus indicaciones como si fueran las mías pues son por el bien de todos.

Algunos estaban extrañados porque Daniel era galileo y Shim´ón, shomroní. Pero todos miraron con admiración a aquellos hombres, pues Matityáhu no solía presentar a nadie de esa manera. Durante el camino tuvieron momentos para seguir sacando lecciones de lo ocurrido y aprender de sus errores. Aquello no podía volver a ocurrir, so pena de perder la vida.

Al final de la jornada dejaban las estribaciones de harei Yehudáh y llegaban a las de harei Efrayím. Cabalgaron y caminaron por las colinas adyacentes a Gufnáh, ciudad y área a la que los griegos llamaban Gofna. Poco después veían har–ha–Guerizím. (3) Matityáhu ordenó parar y descabalgó para hacer oraciones. Después de un largo rato, regresó al grupo y les dijo:

—Hermanos, aquél es un lugar santo para los yehudím. Cuando el Pueblo salió de Mitsráyim, Moshé Rabénu después que los israelitas cruzaran el nejar–ha–Yardén ordenó que fueran a har–Evál y har–Guerizím, y que las tribus permanecieran de pie sobre esas mismas laderas y pronunciaran las bendiciones sobre quienes guardaran la Toráh de Di–s. (4) Hagamos así nosotros en memoria de nuestros padres.

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