El combate no podía ser más desigual. Los rebeldes aguantarían muy poco más. Eran como una camada de conejitos sorprendidos que trataban de escapar sin posibilidad. Todos habían reaccionado tarde. Además, en el fragor de la persecución y el miedo, ni oían a Daniel y Shim’ón gritarles que huyeran hacia el río, ni encontraban con qué repeler el ataque. En medio de una gran agitación, llenos de pánico y confusión, los yehudím solo intentaban escapar de cualquier manera.
Shim´ón y Daniel se proponían dividir a los soldados enemigos y solo el fuego podía hacerlo. De esta manera muchos enemigos morirían y algunos de los suyos podrían tener opción de de escapar de la carnicería a la que estaban abocados. Extender el fuego alrededor del campo de batalla era un suicidio, pero obligaría a los jinetes a desmontar y sus caballos huirían de las llamas. Había que impedir que pudieran mantenerse en esa posición de retaguardia matando impunemente con sus flechas a los indefensos yehudím. Una vez a pie y sin el apoyo de los arqueros, todos ellos serían enemigos más asequibles. Unos y otros terminarían rodeados de fuego sin posibilidad de salir con vida. En más de una contienda en el pasado, ambos habían sido instruidos para sacrificarse, si era necesario, por el bien de las tropas. La táctica se había utilizado en situaciones desesperadas a fin de dar algún margen de escapatoria a parte del ejército en situaciones de inferioridad manifiesta. Realizar un círculo de fuego alrededor de los combatientes garantizaba que los atacantes no pudieran vencer por superioridad. Para enfrentamientos en situación de inferioridad, el fuego se convertía en aliado de quien supiera utilizarlo en su provecho. Era una maniobra que pocos utilizaban pues requería mucha disciplina y valor para ejecutarla. Pero siempre había resultado definitiva. Al fin y al cabo, los que luchaban en desventaja iban a morir irremediablemente. Era un sacrificio útil en pos de dar una vía de huída y salvación a los demás o de rehacerse de un ataque traidor como el que estaban sufriendo.
Daniel y Shim’ón fueron derribando las sukkót incendiadas y arrastrando sus palos y telas para unirlas y así cercar el campamento con el fuego. Varias flechas estuvieron a punto de acabar con ellos, pero su movilidad y el intenso fulgor de las llamas les daban cierta protección. Los caballos enemigos comenzaron a encabritarse derribando a algunos de sus jinetes. Por fin lograron dividir a sus atacantes. Como habían previsto, los caballos no se atrevían a cruzar el fuego y solo porfiaban por alejarse de las temibles llamaradas. Ante la falta de visibilidad y el riesgo de matar a sus propios soldados, no podían seguir disparando flechas. Algunos descabalgaron y atravesaron el perímetro de fuego que aún no se había cerrado por completo. En su intención de socorrer a los suyos, se habían metido también en la trampa mortal. La sequedad de los matorrales y la aridez del terreno, alimentaron las llamas y se esparcieron rápidamente.
Luchar en el interior de aquel incendio era asfixiante. Pero, por fin, se había conseguido que el humo y el fuego impidieran el ataque franco por parte de los soldados. Daniel y Shim´ón, que se habían cubierto el rostro para no inhalar el humo directamente, fueron aún capaces de acabar con la vida de diez hombres más. Todos los que intentaron salir se abrasaron en la huida.
Los enemigos que quedaban a caballo se debatían entre perseguir a los fugitivos que habían escapado o socorrer a los que hubiera dentro. Al contemplar el panorama de destrucción, el oficial al mando pensó que ya habían cumplido con su cometido y dio la voz de alejarse del campamento. El fuego terminaría de completar el trabajo de aniquilar a los rebeldes y nada podía hacerse ya por los suyos.
Mientras tanto, las llamas prendían cada vez más el interior y todos iban a terminar calcinados. De repente, dos planchas de madera cayeron sobre las llamas en uno de los sectores ahogándolas por un instante. Una voz gritó:
—¡Rápido, por aquí antes de que arda!
—¡Vamos! —repetían varias voces.
Soldados y rebeldes con graves quemaduras, lucharon por salir de aquellas llamas por la única vía facilitada. El fuego consumió pronto los maderos. Eran dos trillos de labor que fueron empleados para servir de puente.
Entre empellones, unos pocos se las arreglaron para salir. Todos los demás quedaron atrapados gritando. De entre los que pudieron atravesar las llamas, había soldados que, de inmediato, depusieron sus armas y se rindieron. Daniel y Shim’ón habían sobrevivido. Los enemigos eran dos guardias del Templo y un soldado.
El ataque había terminado. Aún no se sabía el resultado de este desastre, pero tenían que impedir que el fuego avanzase y lo consumiera todo. Con los utensilios de labranza que aún podían tener alguna utilidad, limpiaron alrededor de las numerosas zarzas que poblaban el terreno haciendo un cortafuego. Después de mucho trabajo echando tierra, golpeando las llamas con matas y llevando agua desde el arroyuelo, terminaron de aplacar el fuego intenso y, poco a poco, lo fueron sofocando hasta acabar convertido en débiles hogueras que iban extinguiéndose.
El aire volvió a hacerse respirable. Pudieron limpiar sus rostros ennegrecidos y empezaron a reconocerse unos a otros. Algunos de los yehudím que habían logrado huir al río, se reincorporaron al grupo en ese momento. Cabizbajos y hundidos por no haber podido hacer nada, contemplaban con horror los restos de su campamento y con pena los cadáveres de sus hermanos de lucha.
Empezaba a amanecer. Los prisioneros habían sido inmovilizados a la espera de que Matityáhu decidiera qué hacer con ellos. Matityáhu, aunque herido en el hombro, había sobrevivido. También sus cinco hijos que enseguida llegaron a su encuentro y se abrazaron con él y con los demás supervivientes.
La gran nube de humo se había despejado y daba paso a la luz. Ahora podían analizar lo ocurrido. Se abrazaban constantemente en el reencuentro pues así se insuflaban ánimo unos a otros. Empezaron por identificar a los caídos y deducir quiénes habrían logrado huir.
—Matityáhu —dijo Natán—, hemos reunido los cuerpos de treinta hermanos, todos con herida de espada, incluidos los que había dentro del anillo quemado. De los enemigos hay veinte cuerpos, diez de ellos muertos por espada dentro del círculo.
Natán era también de Mod´ín y se había unido a ellos desde el primer día. Tenía una gran fe y seguía a Matityáhu con convicción ciega. Se había convertido en un hermano de la máxima valía y confianza para el grupo.
—¡Adonay! —se lamentaba Matityáhu—, no hemos podido ni defendernos… Ha sido una matanza de corderos.
Miró entonces a Daniel y Shim’ón, los dos con fuertes quemaduras y heridas abiertas, elevó sus manos al Cielo y dijo:
—Bendice, Adonay, a estos hermanos que han dado su vida por nosotros. Yo les rechacé para defender la Alianza y Tú los mantuviste a nuestro lado. Sea Tu Voluntad manifestada en tan heroica reacción suya.
Y dirigiendo su mirada a los dos, les dio las gracias, los besó y les preguntó:
—¿Aún estáis dispuestos a dar vuestra vida por la Alianza luchando junto a nosotros?
—Más que nunca, Matityáhu —dijeron los dos—. Antes de sobrevenir el ataque habíamos estado hablando de ofrecerte nuestros servicios para formar a tus hombres —dijo Shim’ón el shomroní—. Confiábamos en que Di–s te hiciera una señal durante la noche, pero no podíamos pensar en tan trágico despertar.
—Como tú dices —siguió Daniel—, han sido ovejas en manos de lobos. Así no duraréis una segunda emboscada. Daos cuenta de que tan solo eran unos sesenta o setenta. Este caos no puede darse otra vez. Tus hombres necesitan armas, formación y entrenamiento militar si queréis ser útiles al Pueblo. Nosotros hemos sido sus oficiales creciendo en el seno del ejército seléucida desde que tenemos uso de razón. Conocemos todo de ellos. Hemos luchado en cada territorio del mundo que dominan. Somos dos retirados con que sufrimos una discapacidad y aun así hemos podido acabar con trece de ellos y tú con otros tres. También tus hijos se han defendido con valor, como los demás hombres. Pero hoy hemos tenido suerte. Los que nos han atacado no eran de los mejor preparados para el combate.
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