Omraam Mikhaël Aïvanhov - Los esplendores del Thiferet

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"Cuando nos concentramos en el sol, que es el centro del universo, nos acercamos a nuestro propio centro, a nuestro Yo superior que es nuestro sol;nos fusionamos con él y poco a poco llegamos a ser como él. "Pero concentrarse en el sol, es también aprender a movilizar todos nuestros pensamientos,todos nuestros deseos y todas nuestras energías para la realización del más alto ideal. El que trabaja para unificar la multitud de fuerzas caóticas que tiran de él en todos los sentidos, con el fin de lanzarlas en una única dirección, una dirección luminosa y saludable, se convierte en un foco tan poderoso que es capaz de irradiar a través del espacio. Sí, el hombre que llega a controlar las tendencias de su naturaleza inferior, puede beneficiar a toda la humanidad, y se vuelve como el sol. Vive en una tal libertad, que ensancha el campo de su conciencia a todo el género humano, al que envía toda la sobreabundancia de luz y de amor que brotan de él… «Es necesario que haya cada vez más, en la tierra, seres capaces de consagrarse a este trabajo con el sol, porque sólo el amor y la luz transformarán a la humanidad».

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8Del hombre a Dios: sefirot y jerarquías angélicas, Col. Izvor n° 236, cap. III: “Las jerarquías angélicas”.

9Los misterios de Iesod - Los fundamentos de la vida espiritual, Obras completas, t. 7, Parte IV, cap. V: “Cómo trabajar con los Ángeles de los 4 elementos durante los ejercicios de respiración”.

IV

El sol hace crecer las simientes depositadas en nosotros por el Creador

Cómo encontrar la Santísima Trinidad en el sol

Para empezar, volveré sobre la idea que os presenté ayer sobre la necesidad de cambiar vuestros temas de meditación para que no corráis peligro de estar saturados. Sucede como con la comida, se necesita variar. Me veo pues obligado a daros numerosos métodos, presentándoos sin cesar nuevos aspectos del sol y, cuando meditéis, en la Roca o en otra parte, encontraréis lo que os conviene para ese día. Para serviros mejor de los métodos que os doy, os aconsejo que los anotéis, que llevéis una pequeña lista, cómo hacen las cocineras con los menús. Cada día podéis consultar vuestra pequeña lista: “Veamos, esto no me dice nada... ¡Ah!, ¡esto sí que es sabroso! ¡Es lo que necesito!” Y vais a disfrutar, porque entonces vuestra meditación dará resultados. Y como no es seguro que el mismo ejercicio sea el adecuado para el día siguiente, a la mañana siguiente cambiáis de menú, escogéis un nuevo tema de meditación. Así, poco a poco, recorreréis todo el ciclo de las maravillas, y evolucionaréis mucho más rápidamente que si os obstináis en un solo método de trabajo.10

Además, si os ponéis tercos, si os obstináis, tendréis dolor de cabeza. A veces queréis concentraros en cierto tema, sin comprender que el cerebro no quiere saber nada de él y que hay que cambiar, buscar otra cosa. Algunos pensarán: “¡Ah! ¿hay que cambiar? Bien, como hasta ahora he sido sobrio y casto, voy a comer, a beber, a ir detrás de las mujeres (o de los hombres)...” Y aparece el desenfreno. No, debemos quedarnos siempre en los menús “vegetarianos”, como os decía ayer, es decir, no descender por debajo de esta línea de demarcación que representa el diafragma. Hay caminos, senderos hasta el infinito; podemos escoger, pero no debemos descender por debajo de la frontera del “diafragma”. Cuando los hombres quieren cambiar no saben cómo hacerlo sin peligro; en vez de quedarse por encima de la línea de demarcación y de seguir los radios para explorar este espacio que, de todas formas, es muy vasto, de 180°, descienden verticalmente a las regiones inferiores y lo que ahí se desencadena en ellos ya no es tan favorable para su tranquilidad y su evolución. Y, justamente, en nuestra Enseñanza se os enseña en qué dirección cambiar.

¿Qué puedo deciros aún sobre el sol? Os lo presenté como centro de nuestro sistema solar, explicándoos la importancia que tenía este centro en nuestra vida y cómo contenía, en estado etérico, todos los elementos que necesitamos. Os revelé también que nuestro Yo superior está en el sol... Hoy, si queréis, os hablaré un poco de agricultura. ¿Por qué no?

Observad a los labradores. Labran la tierra, la siembran y después la abandonan durante un tiempo: esperan el calor. Y cuando llega la primavera, el sol calienta la tierra y las semillas que estaban enterradas en ella, silenciosamente acurrucadas, sienten que el sol las acaricia, las llama, las invita, y entonces se despiertan y empiezan su trabajo. “¡Oh!, diréis, pero ¿qué nos cuenta? La germinación, el crecimiento, son unos mecanismos automáticos e inconscientes en las plantas...” Ya lo sé, hago un poco de poesía para embellecer las cosas, pero de todas formas hay en la planta una vida escondida que dormita, y esta vida se pone en movimiento. Entonces, todas estas semillas, todas estas simientes crecen, y los hombres se alegran porque saben que cosecharán los frutos y podrán subsistir.

Estáis decepcionados porque pensáis que todo eso ya lo sabéis desde hace mucho tiempo. No dudo que ya sepáis todo lo que os digo, pero os lo digo de todas formas para mostraros que no habéis comprendido bien este asunto. Lo sabéis, lo sabéis, pero no lo habéis comprendido. El saber y la comprensión son dos cosas diferentes. Lo sabéis, pero ¿qué ha dado, hasta ahora, este saber formidable? Nada. Si lo hubieseis comprendido habríais visto que vosotros también poseéis unas semillas que debéis hacer crecer.

En el alma, el espíritu, el corazón, el intelecto y el cuerpo físico de los hombres, el Creador ha depositado unas semillas, unos dones, unas virtudes, unos poderes mágicos, todos los esplendores del Cielo que únicamente el calor del sol y su luz pueden despertar y hacer crecer. El día en que el hombre comprenda esto y se decida a acercarse al sol espiritual, todas las semillas depositadas en él empezarán a crecer, a desarrollarse y a dar frutos.

Espero que estas palabras aumenten todavía más vuestro deseo de ir a ver el sol. Exponeos a estos rayos ¡y dejadles hacer su trabajo! Sentiréis entonces que nacen en vosotros pequeñas tallos, pequeños brotes... Después tenéis que regarlos, claro, porque si no los regáis pueden secarse. El sol envía su luz y su calor pero no puede regar las plantas; necesita, pues, de una colaboradora, el agua, y esta colaboradora está en nosotros. El sol hace una parte del trabajo y nosotros debemos hacer la otra; a nosotros nos corresponde regar las plantas que el sol ha calentado, con nuestro amor, nuestra confianza y nuestro entusiasmo. Debemos ayudar al sol. Si dejáis que el sol os caliente sin participar en su trabajo no habrá grandes resultados: lo que haya hecho crecer morirá reseco.

¿Y cómo participar en este trabajo?... Cuando estáis bajo los rayos del sol debéis ser activos como él, es decir, meditar, contemplar, rezar, dar gracias al señor o pronunciar algunas palabras. Así regaréis estos pequeños brotes con vuestro corazón, con vuestro amor, y todo estará bien encaminado. Mis queridos hermanos y hermanas, ¡aprended a ser los cultivadores de vuestra propia tierra! sin el sol nada crece; por eso es preciso que todas las mañanas, cada uno se presente conscientemente ante él y se exponga a sus rayos para que despierte los gérmenes, las simientes que Dios ha depositado en su alma. Está muy claro, muy sencillo, el sol puede despertar en vosotros todas las cualidades, todas las virtudes.

Cuando os dije que en el sol hay ciudades, palacios, ríos, montañas, estabais escandalizados porque nunca habíais oído una cosa así. Como la ciencia afirma que el sol es una bola incandescente, un mundo en fusión en el que no puede haber vida, lo que os cuento no es científico... Pero ¿qué dice Hermes Trismegisto?: “Abajo es como arriba”, es decir, que todo lo que vemos aquí (ríos, montañas, lagos, rocas, árboles, animales, etc.) no podría existir si no hubiese arriba un modelo según el cual nuestro mundo ha sido creado. Quería decir que arriba existe un mundo, modelo de nuestro mundo, con montañas, ríos, animales, hombres... pero hecho de otra materia, con otras formas...

Hermes Trismegisto no dijo que lo de abajo es absolutamente idéntico a lo de arriba, sino que es “como”. Todo lo que vemos aquí, pues, no es más que un reflejo, una repetición, una imitación de otro mundo; es, si queréis, como la sombra, que se parece al árbol pero que no es el árbol mismo, o como el reflejo en un espejo, que es la imagen del hombre pero que tampoco es el hombre mismo. Todos los Iniciados han presentado el mundo terrestre como una sombra, una imagen, una ilusión, como el reflejo de un mundo superior, del mundo divino, un reflejo que puede indicar el camino a seguir para volver a encontrar esta realidad, arriba, que es semejante a él, pero de un esplendor indescriptible. El sol es el “arriba” y la tierra el “abajo”.

El sol representa el cielo, y en el cielo (o más bien los cielos) hay toda una vida, unos habitantes que tienen, como nosotros, viviendas, que se alimentan, que nacen, que hacen intercambios y se aman, pero divinamente. En el sol también hay ciudades, montañas, ríos, plantas, toda una vegetación, pero de otra materia diferente a las nuestras

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