¿Y si os dijera que, sin daros cuenta, ya estáis en el sol? No lo sentís, pero hay una pequeña parte de vosotros, un elemento muy, muy sutil, que ya habita en el sol. La ciencia todavía no ha llegado a estudiar realmente al hombre, no sabe todo lo que éste representa de inmenso, de rico, de vasto y de profundo. Lo que vemos de él, su cuerpo físico, no es él todavía, ya lo sabéis; el hombre posee otros cuerpos que están hechos de materias cada vez más sutiles. Os decía lo mismo a propósito de la tierra: la tierra no es únicamente lo que vemos de ella. A su alrededor existe una atmósfera que se eleva hasta decenas de kilómetros y que la ciencia ha dividido en diferentes capas a las que ha dado nombres. Pero lo que no sabe la ciencia es que en esas capas se encuentran una infinidad de elementos, de entidades, y que, más allá de la atmósfera, la tierra posee aún un cuerpo etérico que va hasta el sol, que toca el sol...
El cuerpo etérico de la tierra se fusiona, pues, con el cuerpo etérico del sol, porque el sol posee también un cuerpo etérico que se extiende más allá de su propia esfera, hasta la tierra, y más lejos aún, hasta los demás planetas. Por eso el sol y la tierra se tocan, ya están fusionados. Y como el hombre está construido a imagen del universo, posee en el mundo sutil emanaciones, rayos que van hasta el sol... Y así es como el hombre, considerado en su aspecto superior, sublime, divino, ya habita en el sol, pero sin ser consciente de ello, porque sólo hace trabajar su cerebro y las posibilidades del cerebro están limitadas al mundo físico.
Lo que aquí os digo, os parece increíble porque estáis habituados a unas concepciones demasiado prosaicas y limitadas para comprenderme y aceptar una filosofía semejante. Sin embargo, mis queridos hermanos y hermanas, he ahí unas verdades que hay que conocer y estudiar. Cuando el hombre empieza a estudiar en la Escuela divina de la Fraternidad Blanca Universal, se desplaza progresivamente desde la región limitada de la conciencia únicamente sensorial y física hasta una región superior que es la de la superconciencia. Esta región de la superconciencia es inmensa, tiene miles de grados que hay que recorrer hasta sentir que ya somos habitantes del sol, que ya existimos en el sol.
Esa parte de nosotros mismos, ese ser, esa entidad que habita en el sol, es nuestro Yo superior.7 Nuestro Yo superior no habita en nuestro cuerpo físico, porque, si así fuese, realizaría prodigios; de vez en cuando solamente, viene, se manifiesta, toma contacto con nuestro cerebro. Pero, como el cerebro todavía no está preparado para soportar sus vibraciones y ponerse al unísono con él, el Yo superior se va. El Yo superior trabaja sobre el cerebro, lo prepara, y el día en que el cerebro sea capaz de albergarle el Yo superior se instalará en nosotros.
Nuestro Yo superior no es otra cosa que Dios mismo, una parte de Dios; por eso, en las regiones superiores, somos Dios mismo, porque fuera de Dios no hay nada. Dios se manifiesta a través de la creación y de las criaturas, y nosotros somos, por tanto, una parcela de Él, no existimos separadamente de Él. La verdadera ilusión es creernos separados. Cuando los sabios de la India hablan de maya, de la ilusión, no hablan del mundo material: el mundo no es maya, es nuestro yo inferior el que es maya, porque nos da la ilusión de existir como seres separados de la Divinidad. El mundo, en cambio, es una realidad, la materia también, y hasta las mentiras y el infierno son realidades; la ilusión, os lo repito, viene de nuestro yo inferior que nos incita siempre a considerarnos como seres separados. Mientras existimos demasiado abajo, al nivel de nuestro yo inferior, nos engañamos, vivimos en la ilusión, no podemos sentir esta vida única, esta vida universal, este Ser cósmico que está en todas partes; nuestro yo inferior nos impide sentirle y comprenderle. Y, justamente, el trabajo que hacemos por la mañana con el sol, mediante las oraciones y las meditaciones, tiene el objetivo de restablecer la conexión, de construir un puente entre el yo inferior y el Yo superior que está en el sol. Cuando el puente esté construido se establecerá la comunicación y volveremos hacia nuestro Yo superior que vive en la dicha, en la felicidad, en una libertad sin límites, que vive junto a Dios. Sí, una parte de nosotros habita ya en Dios en una felicidad indescriptible.
Esto es algo que debéis comprender, mis queridos hermanos y hermanas. Ya sé que habéis sido educados e instruidos en unas concepciones que no tienen ninguna relación con estas verdades y que es difícil para vosotros aceptar una idea semejante, pero si vivís únicamente con la conciencia de la separatividad, con la convicción de estar siempre desconectados, alejados de la vida colectiva, de la vida universal, entonces estaréis siempre en las ilusiones, las aberraciones y las mentiras; lucharéis, os pelearéis, sufriréis, y nunca encontraréis la paz, porque, en este estado de separatividad, la paz está absolutamente excluida. Mientras que si salís de esta filosofía, si hacéis al menos esfuerzos para salir de ella, empezaréis a sentiros penetrados por la vida universal, viviréis en el espacio infinito, en la eternidad. Se trata de algo tan extraordinario que no comprendemos al principio lo que nos sucede... Pero lo único que nos sucede es que hemos encontrado, por fin, la realidad, la vida divina.
Miles de personas han llegado a vivir este estado de conciencia, entonces ¿por qué no vosotros? Es muy sencillo, muy fácil, mis queridos hermanos y hermanas, sólo que es algo imposible de realizar mientras conservéis la idea de la separatividad, la idea de que sois seres exteriores, extraños a los demás, que los demás no están en vosotros y que podéis impunemente hacerles daño, destrozarles, perjudicarles... Entonces, sin tener conciencia de ello, os hacéis daño a vosotros mismos, porque vosotros habitáis también en los demás. Pero esto es algo que todavía no podéis comprender. Un día, cuando empecéis a acercaros a vuestro Yo superior que habita en el sol, que habita en los demás planetas, que habita en la tierra, en los árboles, en los océanos, en las montañas, y también en todos los seres, este día, los sufrimientos que inflijáis a los demás serán también vuestros sufrimientos; cuando les hagáis daño, vosotros seréis los que gritaréis, porque sentiréis que este daño os lo habéis hecho a vosotros mismos. Sí, lo sé, os hablo de cosas inhabituales, pero son absolutamente verídicas y conocidas por los Iniciados desde hace milenios. Toda esta luz me ha llegado a mí desde el fondo de los tiempos, y yo os la transmito.
Sabed, de ahora en adelante, que el sol nos ayuda enormemente a restablecer este puente entre nosotros y nuestro Yo superior. Sin esta ayuda, el hombre pasaría quizá aún miles de años en la filosofía de la separatividad, y no encontraría nunca esta plenitud que busca. Debe introducir en él esta filosofía de la unidad universal, este punto de vista que consiste en sentirse uno con el Creador, con todas las entidades luminosas, con los ángeles, los arcángeles, las divinidades…8 Gracias a esta filosofía, se acerca rápidamente, eficazmente a la fuente, quema etapas...
Os daré ahora un método que os ayudará: cuando vayáis por la mañana a ver la salida del sol, pensad que ya estáis en el sol y que desde allí arriba miráis, sobre la Roca, a ese ser que sois vosotros; os desdobláis, os separáis de vuestro cuerpo, os entretenéis mirándoos y sonriéndoos a vosotros mismos diciendo: “¡Pobre!, ¡mírale qué pequeño, qué curioso! ¡Y decir que soy yo!... Pero voy a ayudarle, ¡voy a ayudarle!” Y ya, con este ejercicio de imaginación, empezáis a restablecer el puente, cada día... Cuánto tiempo os llevará esta reconstrucción, no se sabe, porque no debe hacerse con hierro, con cemento o con acero, sino con otra materia, con la más sutil, la del plano mental. Todos vosotros estáis invitados a hacer este trabajo, pero ¿hay muchos candidatos para ir hasta allí?...
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