Aquellos que prefieran no hacer otra cosa que abrir la boca para ingerir una píldora, son libres de hacerlo, pero deben saber que esta solución es nociva y perjudicial para ellos porque les impide desarrollar su voluntad; y además, esto sólo les procurará un alivio pasajero y superficial en lugar de una mejora profunda y duradera. Comprendedme bien, no digo que no haya que tomar medicamentos, solamente digo: no lo hagáis nunca sin haber captado primero estos elementos vivos, espirituales, que se encuentran en el prana. Porque el esfuerzo que ello os exige, psíquica y espiritualmente, refuerza vuestra voluntad, os pone en comunicación con unas regiones superiores, vivifica, estimula y pone en marcha ciertos centros que preparan el terreno, y después, cuando tomáis el remedio físico, el efecto es mucho más poderoso y duradero.3 Preconizo, pues, los dos: el remedio del farmacéutico y el remedio espiritual, pero doy la preponderancia al lado espiritual. Evidentemente, ya os lo he dicho, los medicamentos contienen sustancias vegetales y minerales que vienen del sol y si Dios ha depositado estos elementos en la naturaleza es para que los utilizamos, sin ninguna duda. Pero creer que todo está en eso y que únicamente el remedio físico puede restableceros, es ir en contra de la Ciencia esotérica. ¿De qué sirven entonces el pensamiento, el sentimiento, la voluntad?
Veis, pues, mis queridos hermanos y hermanas, que no carece de importancia mirar al sol con amor, comprensión y agradecimiento. Diréis: “Sí, pero las partículas que captamos son imponderables...” Es cierto, son imponderables, pero es la quintaesencia más viva que el sol envía al universo. Y el hecho de que la medicina homeopática haya descubierto que las dosis muy diluidas son, a menudo, mucho más eficaces que las dosis muy concentradas, prueba la veracidad de lo que os digo. ¿Por qué no absorber estas partículas muy diluidas, imponderables, esa especie de vitaminas de una naturaleza muy sutil que los rayos del sol nos aportan?
En el futuro, el sol será la primera fuente de energía. Hace ya muchos años os dije que, un día, todas las fuentes de energía como el petróleo, el carbón, se agotarán, y entonces los hombres utilizarán el agua, el aire y, sobre todo, el sol, que es una fuente inagotable de la que podemos extraerlo todo, absolutamente todo. Ya se han hecho algunos intentos en el campo de la técnica. Y nosotros, que vamos a extraer del sol la vitalidad, la salud, pero también el amor, la sabiduría, la paz, vamos varios siglos por delante de la humanidad. Algunos ya me lo han dicho: “Con sus ideas, usted lleva varios siglos de adelanto...” Es verdad, lo que nosotros pensamos hoy, el mundo entero lo pensará en el futuro.
Me gustaría ahora presentaros otro aspecto del sol. Esta mañana, al mostraros la importancia del sol como centro de nuestro universo, os decía que, al ir a verlo por la mañana, nos acercamos a nuestro centro interior de forma natural y, por así decirlo, automática. Porque, ¿sabéis lo que sucede cuando miramos un cuadro, un rostro, un pájaro, una montaña o el sol? Sí, ¿qué sucede cuando nuestros ojos se posan sobre un objeto? La mirada... Nada hay más vasto, más profundo, más significativo que el acto de mirar. Parece que sea algo sencillo, sin secretos, pero estudiad lo que es la mirada, descifradla: todo el universo está ahí, desvelado. Es la magia más elevada.4
Cuando miráis un objeto, no tenéis conciencia de que éste ya representa un peligro o algo bueno que os acecha. Sí, eso depende de la naturaleza del objeto, de su forma, de sus radiaciones, y también de vuestro estado interior, porque todo vuestro ser toma entonces la forma, las dimensiones y las cualidades del objeto. Diréis: “Pero el hombre no cambia de forma...” Exteriormente, claro, sigue siendo el mismo, pero interiormente, en el plano psíquico, se identifica con lo que mira. Se trata de una ley natural, biológica.
Observad a ciertos animales, el camaleón, por ejemplo, la mantis religiosa, las mariposas, las ranas, las serpientes, los osos, etc...
A fuerza de habitar en un determinado medio natural, se parecen a él, toman los colores y las formas de su entorno y, a veces, se confunden con él. Observad al oso polar: es blanco como la nieve en la que vive. Es la naturaleza la que a través de él logró parecerse a esta blancura del entorno... Y la mantis religiosa, está ahí, en la hierba, en donde podemos apenas distinguirla porque se parece a una ramita o a un tallo. Un día, también vi un pulpo que cambiaba de color según el color de la arena: si la arena era rosada, verde, azul o gris, cambiaba de color; ¡era formidable! Me diréis: “Es por razones estratégicas, económicas, políticas...” Es cierto, la naturaleza quiere salvaguardar las especies animales y les da la posibilidad de esconderse, de pasar desapercibidos y estar a salvo.
Sea lo que sea, el mimetismo es una ley natural que no podemos negar, y el mismo hombre no escapa a esa ley. Si habita en unos lugares sucios, apagados, oscuros, también él se volverá, poco a poco, en sus pensamientos y en sus sentimientos, triste, sombrío, pesimista. Por supuesto no es su cuerpo el que se deja influenciar, sino su alma, su psiquismo: se produce una especie de ósmosis, de penetración del medio ambiente. Pero en otro lugar lleno de flores, de verdor, de riachuelos, ahí aparecen poetas, pintores y músicos, porque son influenciados por el encanto, por la luz y los colores.
Y ahora, cuando miramos al sol, incluso sin que nosotros lo sepamos, nuestra alma toma la forma del sol: se vuelve una esfera incandescente y luminosa. Es la misma ley mágica la que entra en acción: al mirar al sol todo nuestro ser empieza a ser semejante a él. A través de la mirada el hombre se asocia con el objeto o con el ser que mira, se pone a su nivel de vibración, incluso inconscientemente le imita. Cuando vemos a alguien que se ríe, que hace muecas o gesticula, ¿no tenemos acaso tendencia a imitarle? Observad a los niños: ¡imitan todo lo que se hace delante de ellos ! Y cuando veis a una persona que sufre, ¿acaso no empezáis a sentir también los mismos dolores o penas que ella? Es algo contagioso. Esto sucede más aún con los médiums: cuando entran en estado de trance, sienten exactamente los mismos dolores que las personas enfermas o desgraciadas que se encuentran ante ellos; incluso hay que despertarles porque sufren demasiado.
Así pues, más o menos, claro está, según la sensibilidad, la mediumnidad o el desarrollo de las facultades psíquicas, al mirar a alguien tomamos sus enfermedades, sus debilidades, sus dolores, o bien sus cualidades y sus virtudes. La ley es absolutamente verídica. Y cuando miramos el sol, esta ley mágica entra también en acción y empezamos a parecernos al sol. Todos vosotros, que vais a ver la salida del sol, seréis un día como el sol... sí, ¡pero siempre que sepáis cómo mirarlo! Para parecerse al sol hay que mirarlo con mucho amor, con mucha confianza. Entonces, os volvéis más luminosos, más cálidos, más vivificantes, y cuando pasáis entre los humanos, igual que un sol, irradiáis sobre ellos luz, calor y vida. Sí, si durante años seguís yendo conscientemente hacia el sol, la ley se manifestará con un poder real y os volveréis verdaderamente un sol.
Veis, queridos hermanos y hermanas, ¿cuán importante es ir cada mañana a la salida del sol con una conciencia iluminada, sabiendo el significado y el valor de lo que hacéis? Y, sobre todo, puesto que el sol es el centro de su sistema, sabed que al mirarlo os acercáis a vuestro propio centro del que habéis perdido conciencia, pero que sigue estando ahí dentro, en vosotros. El sol va a restablecer este centro, a despertarlo mágicamente en vosotros, porque él mismo es un centro. Y cuando hayáis encontrado vuestro centro, todas las corrientes que pasan a través vuestro, aún de manera desordenada, empezarán a armonizarse a su alrededor...5
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