Omraam Mikhaël Aïvanhov - Los esplendores del Thiferet

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"Cuando nos concentramos en el sol, que es el centro del universo, nos acercamos a nuestro propio centro, a nuestro Yo superior que es nuestro sol;nos fusionamos con él y poco a poco llegamos a ser como él. "Pero concentrarse en el sol, es también aprender a movilizar todos nuestros pensamientos,todos nuestros deseos y todas nuestras energías para la realización del más alto ideal. El que trabaja para unificar la multitud de fuerzas caóticas que tiran de él en todos los sentidos, con el fin de lanzarlas en una única dirección, una dirección luminosa y saludable, se convierte en un foco tan poderoso que es capaz de irradiar a través del espacio. Sí, el hombre que llega a controlar las tendencias de su naturaleza inferior, puede beneficiar a toda la humanidad, y se vuelve como el sol. Vive en una tal libertad, que ensancha el campo de su conciencia a todo el género humano, al que envía toda la sobreabundancia de luz y de amor que brotan de él… «Es necesario que haya cada vez más, en la tierra, seres capaces de consagrarse a este trabajo con el sol, porque sólo el amor y la luz transformarán a la humanidad».

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Todos los seres sin excepción tienen necesidad de volver hacia la fuente. Esto lo comprenden de diferentes maneras, pero en realidad, todos buscan al Señor: los que no hacen más que comer y beber, los que buscan a las mujeres sin saciarse nunca, los que desean la riqueza, el poder o la ciencia... todos buscan a Dios. Mi interpretación ofuscará quizás a los religiosos, porque a menudo son estrechos de miras y están llenos de prejuicios, y dirán. “¡Es imposible que los hombres busquen a Dios por caminos tortuosos!” Sí, no existe ninguna criatura que no busque a Dios. Sólo que cada una de ellas comprende y busca a Dios a su manera. Por supuesto, sería preferible que supiesen dónde está y cómo encontrarlo en la perfección, pero Dios está un poco en los alimentos, un poco en el dinero y también en el amor de los hombres y de las mujeres... Sí, las sensaciones de plenitud, de dilatación, de éxtasis, El es el que las procura. Y desear la autoridad, el poder, es también querer poseer un atributo de Dios. Querer ser bellos, e incluso arruinarse en los institutos de belleza con operaciones de cirugía estética o de no sé qué, también es tratar de tener una cualidad de Dios: su belleza. Y hasta los glotones, que se pasan todo el día en comilonas, si no fuese porque así saborean un poco al Señor, no sentirían el gusto del paladar, el placer en las entrañas. No existe nada bueno, hermoso o deleitable que no encierre por lo menos algunas partículas de la Divinidad. Pero para encontrar verdaderamente al Señor, nosotros no preconizamos todos esos caminos tan costosos, groseros y deplorables. Mostramos el mejor camino, el que lleva directamente a El.

Lo primero que hay que hacer, es ser conscientes de la importancia del centro y comprender cómo la búsqueda del centro provoca grandes cambios en nosotros, incluso sin que nos demos cuenta. Cuanto más nos acercamos al sol con todo nuestro espíritu, con toda nuestra alma, con todo nuestro pensamiento, con todo nuestro corazón, con toda nuestra voluntad, más nos acercamos al centro que es Dios, porque en el plano físico, el sol es el símbolo de la Divinidad, su representación tangible, visible. Y todos esos nombres abstractos y alejados de nosotros que se le dan al Señor: Fuente de vida, Creador del cielo y de la tierra, Causa primera, Dios Todopoderoso, Alma universal, Inteligencia cósmica... pueden resumirse en la imagen del sol tan concreta y próxima a nosotros. Sí, podéis considerar al sol como el resumen, la síntesis de todas estas ideas sublimes y abstractas que nos sobrepasan. En el plano físico, en la materia, el sol es la puerta, la conexión, el médium gracias al cual podemos unirnos al Señor.

Retened lo que acabo de deciros hoy, consideradlo, meditadlo... Y sobre todo, no digáis: “¡Ya lo sé, ya lo he oído, ya lo he leído!” Aunque sea verdad, haced como si no lo fuese, porque, si no, no evolucionaréis jamás. Ésta es la actitud de todo el mundo: para mostrarse superiores, todos se amparan y refugian detrás de esta reacción. Cualquier cosa que se les diga, ya lo saben siempre, ya lo han oído, ya lo han leído. ¿Por qué, entonces, no han realizado nada? ¿Por qué siguen siendo débiles, enfermizos, limitados? Si tuviesen el verdadero saber, saldrían de sus dificultades, vencerían los obstáculos. ¡El verdadero conocimiento hace triunfar en todo! Pero no han hecho nada, ni siquiera han vencido ciertas pequeñas debilidades, siempre chapotean, ¿cómo queréis entonces que crea en su superioridad?... Debéis cambiar de actitud y dejar de interpretar estos papeles. Vuestro orgullo oscurece tanto vuestra inteligencia que os impide evolucionar. Así que expulsad el orgullo, sed más humildes, haced como si acabaseis de oír lo que os digo por primera vez y decid: “¡Qué interesante!, ¡qué descubrimiento!, ¡qué revelación!”, y veréis entonces qué progresos haréis. Sí, yo sé lo que os impide evolucionar.

Considerad lo que os he dicho hoy a propósito del sol como una verdad muy importante; anotadla, meditadla y no la olvidéis jamás, porque cuanto más avancéis en este nuevo yoga, desconocido o despreciado, más descubriréis su eficacia: os dará las posibilidades de aclarar numerosas cuestiones y de actuar después en consecuencia. Empezad, pues, por comprender que al mirar el centro del sistema solar, restablecéis dentro de vosotros mismos un sistema idéntico con su propio sol en el centro: vuestro espíritu, el cual vuelve, se instala y toma el mando. De momento, dentro de vosotros hay desorden y caos, no hay centro, no hay gobierno, no hay cabeza: todos vuestros inquilinos comen, beben, gritan, saquean; los pensamientos, los sentimientos, todos los deseos, se pasean en desorden. ¿Cómo queréis resolver vuestros problemas con esta anarquía? ¡No lo conseguiréis! Lo primero que se necesita es ser interiormente como un sistema solar, poseer interiormente el sol, para que todo gravite alrededor de un centro, pero de un centro luminoso, caluroso, y no aceptar más un centro que sea apagado, débil, sucio, estúpido... ¡Vamos! ¡Limpieza! A todos aquéllos que habíais tomado como guías, ignorantes o sabios, personas de vuestro entorno o personajes históricos, debéis verificarlos uno tras otro y decir: “¿Acaso eres tan luminoso como el sol? ¿No? Entonces, ¡fuera de aquí, vete!... ¿Y tú, eres tan caluroso como el sol? ¿No? ¡Vamos, fuera!” Después de este barrido, de esta purificación, instaláis al sol. Y cuando el sol se manifieste, cuando vuelva a tomar su lugar central, cuando esté presente en vosotros, real, vivo, veréis de lo que es capaz. A su llegada, todos los habitantes que hay en vosotros sentirán a su jefe, a su amo, a su señor.

A menudo os he dado el ejemplo de los niños en una clase: riñen, se pelean... pero en cuanto llega el maestro, todos los niños vuelven a su sitio con un aire inocente y cándido y le escuchan en un silencio formidable. Tomemos también el ejemplo de los cantantes de una coral o de los soldados de un cuartel: mientras falta la cabeza, el director de la coral o el capitán, cada uno hace lo que quiere, pero cuando la cabeza llega, todos se ponen en su sitio y empieza el trabajo... De momento, en el hombre, el corazón bajó al lugar del vientre y el vientre se puso en el sitio de la cabeza... y el cerebro cayó a los pies. Esto es lo que yo veo: las piernas arriba, la cabeza abajo, ¡todo al revés!

Tomemos otro ejemplo: una familia que está discutiendo... De repente, un amigo al que todos estiman y respetan viene a hacerles una visita; entonces, cómo se esfuerzan los pobres por olvidar sus rencillas y adoptar unas formas y unas actitudes decorosas: “Pero siéntese. ¡Qué felices estamos de verle! ¿Qué tal está?”... y hasta se miran amablemente para que el amigo no se dé cuenta de que se encontraban en plena tragedia. Pues bien, ¿por qué no utilizar la misma ley e introducir dentro de uno mismo la “cabeza” más luminosa, la más calurosa, la más vivificante: el sol? Entonces, instintivamente, mágicamente, todos encontrarán su sitio, porque tendrán vergüenza de mostrarse groseros ante este amigo o este superior... Cuando estallan dentro de vosotros discusiones, tumultos, revoluciones, si os ponéis a rezar con mucho ardor, de pronto todo se serena y volvéis a encontrar la calma y la alegría: es porque un amigo vino a vuestro interior, y gracias a él, todos los habitantes se han callado. ¿Cuántas veces lo habéis verificado, verdad? Y si a este amigo le rezáis todavía con más asiduidad y fervor para que no se vaya, para que se quede y habite en vosotros para siempre, para que se instale en el centro de vuestro ser y ya no se mueva más, entonces la paz y la luz reinarán eternamente en vosotros.

Los hombres viven como si se encontrasen en una caverna iluminada solamente por una velita: ven justo lo suficiente para salir del paso, y ni siquiera saben dónde están. Y cuando el sol llega con su luz, de repente se dan cuenta de que estaban rodeados de tesoros, de riquezas, de esplendores, pero, como no los veían, nunca habían tratado de acercarse a ellos. Es como aquél que está sumergido en el agua hasta el cuello y grita: “¡Tengo sed! ¡Tengo sed!”... Toda su vida grita “tengo sed”; tiene agua y no es consciente de ello. Cuando el sol penetre en vuestra alma, en vuestro espíritu, podréis ver todas las riquezas que poseéis.

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