Con los otros yogas, sólo desarrolláis una parte de vosotros mismos, mientras que con el Surya-yoga ponéis en actividad todos los centros que hay en vosotros, porque os vinculáis con el poder que dirige y anima a todos los planetas de nuestro universo: el sol, y así obtenéis obligatoriamente resultados. Por eso puedo deciros que todos los yogas, que eran considerados en el pasado como magníficos, y que siguen siéndolo, cederán el lugar al Surya-yoga el cual los supera a todos, porque, a través del sol, trabajamos con Dios mismo. Algunos, que lo han experimentado, han tenido éxito, y no podéis imaginaros todo lo que han ganado, ¡en qué luz, en qué claridad, en qué éxtasis viven! Hasta os diré que lo que nadie ha podido enseñarme me lo ha revelado el sol, porque ningún libro puede daros lo que el sol os dará si aprendéis a entrar en relación con él.
Esto es muy fácil de comprender, os daré un ejemplo muy sencillo. Imaginaos que leéis un libro, el mejor: la Biblia, los Vedas, o el Zend-Avesta, pero es invierno, no tenéis calefacción, sentís frío y tenéis que acostaros. Sí, ¡el mejor libro no puede calentaros! Imaginad también que es de noche: la luz disminuye y pronto ya no podéis leer más; aquí también, ¡el mejor libro no puede instruiros! Y si os habéis vuelto anémicos porque habéis leído o trabajado demasiado, tampoco el libro puede volver a daros vitalidad. Mientras que el sol, en cambio, os da calor, luz y vida: es, pues, el mejor de los libros. Nadie se da cuenta aún de la importancia del sol. La ciencia se ocupa de él, por supuesto, pero para utilizarlo, para embotellarlo, para venderlo. Sólo ven el aspecto material, financiero. Del aspecto espiritual están lejos, ¡tan lejos!... Incluso los religiosos, sobre todo los religiosos... Y es justamente este aspecto espiritual el que quiero mostraros: lo que representa el sol, sus rayos... cómo desarrollarse espiritualmente gracias al conocimiento del sol, a la práctica del sol, sabiendo cómo mirarlo, cómo contemplarlo, incluso cómo penetrar en él...
El sol es el origen y el padre de todas las cosas, es la Causa primera; la tierra y los demás planetas han salido de él, él es quién los ha engendrado. Por eso la tierra contiene los mismos elementos que el sol, pero en estado sólido, condensado. Los minerales, los metales, las piedras preciosas, las plantas, los gases, los cuerpos sutiles o densos que se encuentran en el suelo, en el agua, en el aire y en el plano etérico, han salido del sol. Así pues, los productos farmacéuticos, los cuales han sido fabricados a partir de sustancias minerales o vegetales, vienen del sol... Sí, todos los medicamentos, todas las quintaesencias que los químicos han logrado extraer y preparar, vienen del sol. Dentro de un momento veréis que camino se abre ahora para el discípulo, cómo, concentrándose en el sol, puede apropiarse, puede captar en su pureza original los elementos necesarios para su equilibrio y su salud.
Actualmente, las personas se atiborran de medicamentos, se tragan farmacias enteras con la esperanza de curarse. Nunca piensan en ir a buscar más arriba, en las regiones sutiles, otros elementos mejores; se contentan con tomar en el plano físico las sustancias que necesitan. ¿Y de dónde vienen estas sustancias? Del sol. ¿No es preferible, entonces, ir a buscarlas directamente arriba, a la fuente?
Para comprender esta idea, debemos saber que el universo en el que vivimos se formó por condensaciones sucesivas.1 Al principio era el fuego. El fuego, poco a poco, emanó de sí mismo una sustancia más densa: el aire, del cual emanó, a su vez, el agua. Y el aire quiere volver hacia su padre, el fuego, pero su padre le dice: “No, no, estoy harto de ti, vete, ¡eres muy feliz allí abajo!” Y el aire se pone a llorar, a llorar, ¡y ahí está la lluvia! Diréis: “¡Vaya! ¡qué explicaciones!” Sí, son explicaciones... ¡“caseras”!... El agua, a su vez, se desembarazó de los elementos más densos y se formó la tierra. Además, ahora se tienen pruebas científicas de que la vida en la tierra salió del agua. Cada elemento es una condensación de otro elemento más sutil: el aire del fuego, el agua del aire, la tierra del agua. Pero, más allá del fuego que nosotros conocemos, existe otro fuego, la luz del sol, que es el origen de todas las cosas y en la que se puede encontrar en estado sutil, etérico, todo lo que existe en la tierra.
Diréis: “Pero, ¿qué sucedió para que todos estos elementos se condensasen?” Bastó con que saliesen del centro. El centro, es el sol. Cuando los elementos contenidos en el sol se alejaron hacia la periferia, se condensaron, se volvieron opacos, pesados... Y lo mismo sucede con nosotros, mis queridos hermanos y hermanas: al alejarnos del centro, del seno de Dios, nos volvimos apagados y pesados. Para volver a encontrar nuestra pureza y nuestra luz, debemos volver hacia el centro.
Vais a ver cómo las prescripciones de todas las religiones coinciden en la búsqueda del centro o, si lo preferís simbólicamente, del sol. Cuando el hombre decide volver hacia el centro, se producen cambios en todo su ser... A menudo os he hablado del artefacto que vi, hace años, en Luna-Park. Era una plataforma redonda, giratoria, donde se subían los jóvenes... La máquina se ponía en marcha, el movimiento se aceleraba cada vez más y, pronto, los que se encontraban en la periferia eran atrapados por el torbellino de las fuerzas centrífugas que los desequilibraban y los proyectaban hacia todos los lados, mientras que los que permanecían en el centro se quedaban en su sitio, de pie, inmóviles, sonrientes. Gracias a esta imagen os mostré que, cuanto más os alejáis del centro, tanto más os veis sometidos a una fuerza desordenada, caótica y, poco a poco, perdéis vuestro equilibrio y vuestra paz. Por el contrario, cuando os acercáis al centro, el movimiento cambia, y os sentís en calma, en el gozo y la dilatación.2
A partir de tales observaciones, los Iniciados han descubierto unos estados de conciencia extraordinarios que les permiten establecer una ciencia, una filosofía, unos métodos. Sus investigaciones, sus descubrimientos han llegado hasta nosotros, y ahora os los transmito para que os sean útiles y para vuestro perfeccionamiento. Pero hay que comprenderme: yo tengo el privilegio de disponer de un lenguaje muy claro, muy sencillo, casi infantil, mientras que todo lo que encontréis en las obras de los religiosos y de los filósofos, ¡es tan abstracto y oscuro! ¿Por qué no simplificar la expresión de las grandes verdades? ¿Por qué no aclararlas y volverlas accesibles incluso para los niños? Esta es una cualidad que Dios me dio: saber presentar las cosas clara y sencillamente.
Viniendo cada mañana con el deseo de contemplar el sol, de extraer fuerzas de él, de penetrar en él, y también de encontrarlo dentro de nosotros mismos, abandonamos la periferia para volver hacia la fuente, en la paz, la luz, la libertad, en unión con Dios. El sol es el centro del sistema solar y todos los planetas gravitan a su alrededor con un movimiento armonioso. Este movimiento armonioso de los planetas alrededor del sol, es el que debemos imprimir en nuestras células. Pero para ello, tenemos que encontrar el centro en nosotros, el sol, el espíritu, Dios. Entonces, todas las partículas de nuestro ser entran en el ritmo de la vida universal y las sensaciones y estados de conciencia que experimentamos, son tan maravillosos, que no hay palabras para expresarlos. Hoy os presento el aspecto filosófico de esta cuestión del centro; después veremos el aspecto práctico, mágico. Todavía no lo conocéis, y no hay nada más importante.
Diréis, “¿Pero es absolutamente necesario ir a ver la salida del sol? ¿No es lo mismo rezar en casa?” Desde luego, en vuestra habitación podéis rezar, uniros a Dios, encontrar el centro; podéis tener los mismos resultados, los mismos éxtasis, por supuesto. Pero si al mismo tiempo que rezáis, respiráis el aire puro, si os exponéis a los rayos del sol, realizáis la unión con Dios, no sólo intelectualmente, con el pensamiento, sino también físicamente, con el aire, con la luz, entonces vuestra oración es más completa. Aquí, a la salida del sol, sois ayudados por unos factores muy poderosos: el aire puro, la paz, todo este espacio, el calor, la luz... ¡Es la plenitud! Como veis queridos hermanos y hermanas, si sabemos situar correctamente las cosas y apreciar su valor, nos acercamos más rápidamente, más eficazmente, más maravillosamente a la fuente de la vida que todos necesitamos.
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