Me engañó un tiempo, creí en él, en su cariño, en su ternura. Me dijo que era su novia. Nos íbamos a pescar y me contaba cuentos, y me cantaba canciones. Yo le creía, es mi papá. ¿Cómo voy a dudar de mi papá? ¿Cómo pudo mentirme tanto? ¿Por qué no cuenta lo que sabe? ¿Por qué no dice lo que siente? ¿Siente? ¿Por qué se calla? Me lastima. ¿No se da cuenta que me lastima? ¿No le importa? No soy más su novia, parece, no soy más la vizcachita, no me da la mano ni me dice que me quiere.
¿Dónde está mi papá, el abuelo de mis hijos? El que me abrazaba y me hacía cosquillas.
Lo busco.
Lo extraño.
Lo espero.
Lo sueño.
Lo abrazo en mis sueños y él me habla. Y cuenta lo que sabe. Él sabe y calla. ¿Por qué se calla? Todos sabemos que sabe. En mis sueños habla, y también me abraza. Y llora. Y lloramos juntos.
¿Dónde está mi papá? El que me compró “zapatillitas rosas”, el que me decía que era su “vizcachita” rememorando con ternura mis primeros dientitos. ¿Dónde lo busco? No está mi papá.
Se esconde.
Se enoja.
Odia.
Reprime. Se reprime.
¿Dónde está mi papá? En la cárcel, por torturar, por secuestrar, por desaparecer. Por represor. Sus crímenes lesionan a toda la humanidad. ¿No piensa en la humanidad, en el ser humano? ¿En las madres que buscan sus hijos, en las Abuelas que buscan nietos? ¿No piensa en sus hijas, en sus nietos? ¿En qué pensaba mi papá cuando torturaba? ¿Pensaba en serio que la patria se defendía en centros clandestinos? ¿Piensa que la patria se defiende secuestrando y torturando? ¿Ocultando la verdad se defiende la patria?
Sigue pensando que hay que eliminar al que piensa distinto. Sí, por eso me quiere eliminar de la familia. Declararme indigna… desheredarme. ¿Puede mi papá desheredarme de los recuerdos? ¿Me puede desheredar de esta historia, de la vergüenza, de la tristeza?
¡Qué infeliz! No entendió nada, no entiende nada de la vida. Entiende de la muerte. Para él todo es odio, maldad, enojo.
Tonta de mí por pensar, por haber sentido alguna vez un cariño sincero de parte suya.
Tonta de mí por seguir pensando que puede arrepentirse, contar lo que sabe (él sabe que sé que sabe).
Tonta de mí que sigo soñando con su abrazo y su mirada sincera.
Tonto él que no me encuentra, no me ve que lo estoy buscando ¿Dónde está mi papá? ¿No ve que soy su hija? ¿No se da cuenta de que lo busco?
Tonta de mí que lo espero, que lo extraño. Que lo quiero abrazar y quiero que me abrace.
Tonto él que se encierra en su silencio cobarde y criminal y que no se arrepiente de lo que hizo.
Cuánto odio.
Cuánta maldad.
Cuánta crueldad.
Duele. Duele fuerte.
Y es mi papá, y soy su hija.
PRIMERA PARTE
¿Cómo contar este cuento?
Textos 2002-2008
Esta foto es de mediados de agosto de 2005.
Dos semanas después mi papá era detenido con prisión
preventiva acusado de haber participado de secuestros,
torturas y desapariciones forzadas durante la dictadura
cívico-eclesiástica-militar de 1976. Es la última foto
que tengo de él antes de que quede detenido.
Yo tenía veinticinco años y Gino, un año y medio.
La historia (con minúsculas: mi historia) comienza en el mes de febrero del año 1999. En rigor, podría decirse que comienza en cualquier otro momento, o que no hay un comienzo. Pero esta historia mía se empezó a materializar en palabra escrita a fines del 2002, cuando, ya casada con Luis, empiezo a redactar una especie de “diario íntimo” pensando en el día en que tuviéramos hijos (y sí, lo pensaba así con el genérico masculino). Estaba preocupada y anhelaba que ellos pudieran tener registrada la historia de esta familia que comenzábamos a formar. En ese marco, ubiqué el comienzo de la historia en el día que Luis y yo nos conocimos.
22 de diciembre de 2002
Trabajaba como moza en una confitería llamada La Cautiva, ubicada en la calle Varela 999, del barrio de Flores de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Atendía las mesas desde hacía más de un año, y paralelamente por las noches estudiaba para ser maestra. Corría el año 1999.
Aquel día de verano cubría el turno de la tarde. Lo vi entrar. Se sentó en la segunda mesa y antes de hacerlo agarró un cenicero. Me resultó gracioso, porque en su mesa ya había uno. ¿Por qué agarra otro? Me acerqué a tomar el pedido y le hice notar el detalle. Me enteré entonces que mi interlocutor era daltónico y que por el color del cenicero no pudo advertir que ya había uno. Esa fue nuestra primera conversación.
Pasaban los días y el señor concurría al bar con mayor frecuencia (hasta cuatro veces por día). Me reconocía expectante de su llegada.
Religión era nuestro principal tema de conversación. Formación católica la mía e hija de policía yo; ateo, de familia anarquista y ávido lector de Página/12, él. Comenzaron luego las insinuaciones para tomar un café. En ese momento Luis tenía 39 años y yo 19. No podía evitarlo… pensaba todo el tiempo en él, esperaba su llegada. Por otro lado, me preocupaba qué les diría a mi mamá y a mi papá si comenzábamos a salir.
Un día nos encontramos hablando de películas de cine. Por aquel entonces estaba en cartelera Shakespeare apasionado, y, qué casualidad… ¡los dos teníamos ganas de verla! Me preguntó con quién iría, y le respondí que sola… Acordamos entonces nuestra primera cita para el miércoles 17 de marzo pero luego de meditar unos segundos Luis advirtió que no podría, ya que los miércoles debía estar con Florencia (su hija que en ese entonces tenía 10 años). Unos días después nos estábamos reuniendo a las 15 horas en la esquina de Rivadavia y Rivera Indarte para ir a ver la película juntos.
Ambos llegamos temprano a la cita y por casualidad pasamos frente a la iglesia San José de Flores. Vestía él camisa y pantalón clarito, yo un vestido azulceleste con florcitas blancas. Averiguamos los horarios de las funciones (a media cuadra en el cine Rivera Indarte) y nos fuimos a tomar nuestro primer café juntos a la confitería San José de Flores. Luego vimos la película y volvimos a la confitería. Ya en esta primera cita nos costó separarnos, pero debía que volver a casa y teníamos que despedirnos. Para entonces estaba algo contrariada, no lo podía negar: me gustaba estar con él. Me acompañó a la parada del colectivo en plaza Flores. Subí al 36 rumbo a Lugano. Mi cabeza no paraba de pensar y esa noche no dormí.
Al día siguiente, mientras trabajaba en La Cautiva estaba más expectante que nunca de su llegada. Quedamos en que me esperaría en mi horario de salida. Era 20 de marzo. Pasamos la tarde juntos en Flores y luego me invitó a cenar. Recuerdo que tuve que llamar a casa para avisar. Fuimos a Puerto Madero. Caminamos, charlamos, cenamos. Me anotó su teléfono en un papel. Después de cenar seguimos caminando por la costanera, y llegó el beso. Las inseguridades y los miedos desparecieron en ese preciso instante.
Érase una vez
La Historia, con mayúsculas, comienza mucho antes.
Tal vez empezó con Adán y Eva, cuando Dios creó al mundo, cuando dice “no es bueno que el hombre esté solo”. Claro, en esa parte no dice nada de la mujer… ni de que esté sola. En el Génesis Dios les dice que no tienen que comer del árbol de la sabiduría, que pueden hacer todo lo que quieran en el paraíso excepto comer de ese árbol. Pero Eva no se aguantó… alguien seguro pensará que Eva fue mala, o tonta porque fue y comió la manzana prohibida. Yo hubiera hecho lo mismo, me parece. Entonces Dios se enojó y los expulsó del paraíso. ¿Empieza ahí la Historia?
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