Me hace cosquillas mi papá. Me cuenta el cuento de Colita de Algodón, el conejo que no hace caso y se lastima. Hay que hacer caso, hay que obedecer. Soy su vizcachita, cuando llega voy gateando a colgarme de su pantalón, me levanta en brazos, me abraza, me da besos y se ríe de mis dientitos. Es bueno mi papá. No quiero que se enoje, hago caso.
En la escuela me enseñan a rezar. Creo en Dios padre todopoderoso creador del Cielo y de la Tierra.
Vamos a pescar, y juntamos almejas en la playa. Mi papá me da la mano y vamos a saltar las olas. Me dan miedo las olas, son grandes y me arrastran. Pero estoy con mi papá, él me da la mano y me cuida. Me hace cosquillas.
Nos mudamos, no quiero cambiarme de escuela. A la escuela “Sagrada Familia” tengo que ir. ¿Sagrada Familia? No quiero. Quiero quedarme en San Ramón Nonato, me gusta la historia de San Ramón que pudo nacer igual, cuando su mamá ya se había muerto y entonces la Virgen María fue su mamá… y que después fue santo, es el patrono de niños y embarazadas. Pero no, a Sagrada Familia, hay que obedecer. Lo dice papá, lo dice mamá. Yo no digo nada. Sagrada Familia. Un papá policía, años de impunidad. Creo en el Espíritu Santo y en la Santa Iglesia Católica.
No hay que tener faltas de ortografía, mi mamá me reta porque escribo mal las palabras, escribí “virjen” con minúscula y con j. Hay que escribir bien, dentro de las normas convencionales. No puedo escribir como quiero o como me sale. Mejor hacer caso, las palabras son como son, no se pueden cambiar. Tampoco hay que meterse, por algo será. No quiero que se enoje mi papá, él me dice que me quiere. Yo nací en dictadura, pero ni sabía. Me enseñan los mandamientos. Tengo que amar a Dios sobre todas las cosas. Honrarás a tu padre y a tu madre. No matarás.
Me voy a casar y voy a tener hijos, igual que mi mamá, igual que la nona. Voy a ser maestra también. Y psicóloga, pero todavía ni lo pienso. Pasan los años, son años de impunidad, mi papá me dice que me quiere.
Soy maestra, soy mamá. Estudio Psicología. ¿Cómo que hay gente que no cree en Dios?... pobres, nadie les contó. Me gusta Freud, me encanta. Freud es subversivo, pero no sabía. No sabía que pensar distinto podía ser algo malo, que querer cambiar las cosas es peligroso. Por eso no tengo que tener faltas de ortografía. Me casé y tuve un hijo: lo que había que hacer. Un hijo varón, Gino. Lindo Gino. No tiene mi apellido. Se acaba la impunidad, corre el año 2004.
Papá está preso, no te asustes. Es 31 de agosto de 2005, el día de San Ramón Nonato, patrono de niños y embarazadas. Y papá está preso. No entiendo, lloro.
No saber. Otra vez no entender. No poder. No querer. Me quiero quedar en Sagrada Familia. Una pregunta, miedo a formularla. Miedo a la respuesta. Creo en Dios padre todopoderoso, creador del Cielo y de la Tierra.
Un papá preso acusado por crímenes de lesa humanidad. La verdad latente, potente, en pugna. Los ojos cerrados, apretados. No poder. No querer poder.
¿Qué tienen que ver la tortura, los secuestros, los desaparecidos con mi papá? Nada. ¿Quiénes son estas personas? ¿Qué dicen? No entiendo. Mi papá es bueno, es mi papá. La verdad insiste. Duele saber. Es mi papá, yo lo quiero a mi papá. Él no. Hay un error, se equivocan, es mi papá. No entienden. Yo entiendo, mi papá me explica. Yo creo, y me enseñaron a rezar. Y me enseñaron los mandamientos. Honrarás a tu padre…
La verdad se impone. Duele, mucho, fuerte… para siempre.
Y nace Bruno. Casarme y tener hijos. Dos hijos, los dos varones. No llevan mi apellido. ¿Qué va a pasar con el apellido? Ya me di cuenta de que nací en dictadura, y que hubo una dictadura en Argentina. Tengo 28 años. Y nació Bruno. Y Gino tiene 4 años. Soy mamá, soy maestra y estudio psicología. Y mi papá está preso, y estoy empezando a entender. No sé si quiero entender. Se eleva la causa a juicio oral, junio de 2008.
Centros clandestinos, tortura, muerte, vejaciones, robos, secuestros, tabicamientos, violaciones, tubos, violencia, amenazas, tormentos, vuelos de la muerte, desaparecidos. Un alias, un Dr. K. Un torturador con la cara de papá. No puedo más. Nadie me abraza, hay silencio y hace frío. Y duele.
Duele la verdad, más duele la injusticia. Y mucho más la impunidad. Y es mi papá. ¿Qué le voy a decir a mis hijos? Me dice Gino que lo extraña… yo también lo extraño. Ya no me hace cosquillas ni me dice que me quiere.
¿Dónde está mi papá?... El que era bueno, el que me hacía cosquillas… el que me cantaba canciones y me contaba cuentos. El que me llevaba a pescar y me decía que yo era su novia. ¿Dónde está?
¿Dónde están?
Me dice que fue una guerra, que no son treinta mil. Me habla de subversivos, de montoneros y de guerra sucia. Habla de defender a la patria. No es mi papá. No entiendo. Pregunto. No tenía que preguntar. Ya no creo. Lloro. No quiero rezar.
¿Qué hiciste, pa? ¿Cómo pudiste? ¿Por qué?
¿Dónde están?
No hay respuesta, solo pregunta. Silencio atroz y testimonio desgarrador. Un juicio.
Un papá condenado a cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad. Año 2010. Justicia.
Soy mamá, soy maestra, soy psicóloga, soy su hija, es mi papá. No me habló más. No tenía que preguntar. Tenía que quedarme callada, no pensar, no sentir, no saber. Obedecer. No pude. No me sale. No soy una digna hija suya parece. No soy una digna hija de un padre genocida. No.
He pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa… no rezo más, se va a la mierda Dios. Y todo. Tendría que honrar a mi papá, y él no tendría que haber matado. Y voy a tener faltas de ortografía, y voy a escribir como quiero.
¿Dónde está mi papá? El que tenía aroma a perfume importado los días de semana y olía a asado y vino tinto los domingos… ¿Dónde está?... ¿Por qué piensa que fui detectada por grupos activistas en la Facultad de Psicología? ¿Por qué no me mira a los ojos y me cuenta lo que hizo? ¿Por qué no dice dónde están? ¿Dónde está mi papá? ¿Existe? El que era bueno, el que me decía que me quería.
¿Por qué no pude quedarme callada? ¿Por qué insistí en preguntar, en saber? ¿Por qué no pude cerrar los ojos, cerrar la boca, cerrar el alma? ¿Por qué me duele tanto? ¿Por qué mi papá se hizo policía? ¿Cómo pudo?
Duele, duele fuerte. No quiero que me duela. No quiero quererlo, hace mal. Duele.
¿Qué le pasa que se enoja? No entiende de desobediencia.
¿No le explicaron que hay que ser desobediente frente a lo que lastima y hace mal? No entendió.
Desobedecer ordenes criminales.
¿No supo?
¿No quiso?
¿No pudo?
¿No pensaba en sus hijas cuando secuestraba, cuando torturaba? ¿No pensó en sus nietos? En la vergüenza, en el estigma. ¿En qué pensaba? ¿Cómo pudo permanecer inconmovible frente al dolor humano? ¿Cómo puede un torturador tener la cara de mi papá? ¿Por qué? ¿Qué le digo a mis hijos? ¿Qué va a pasar con el apellido?
¿Dónde están?
¿Y mamá? ¿Dónde estaba? Silencio sepulcral ahora que está muerta, y antes también. Silencio que envenenó su sangre. Nunca habló, no preguntó, no lloró. Solo se enfermó y se murió. Se murió en vida mi mamá. Y ahora se murió también en muerte, pobre. Nunca habló.
¿Y ahora?… Más de cuarenta años pasaron. Más que toda mi vida. Más de veinticinco años impune. Casi quince años preso. ¿Por qué no habla? ¿Dónde están? Que cuente lo que sabe, yo sé que sabe. Él sabe que yo sé que sabe. Se esconde en su enojo, en su odio. No me dice más que soy su novia, ni me hace cosquillas. Me dice que soy indigna, una subversiva. Él sabe que sé, que no me engaña, que no pudo engañar a la justicia, ni a la sociedad que lo condenó. Por represor, por genocida. Es mi papá, soy su hija.
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