—No lo ocultes, no deberías por qué. Ya te dije, es muy linda y, ojalá, la respetes como debe merecer.
—Es que no oculto nada, ella es mi amiga desde el jardín de infantes. Ella, Aitor y yo somos mejores amigos desde hace años y no me veo en la necesidad de ocultar nada. Sin embargo, si te interesa saber si estoy de novio o no, la realidad es que estoy más solo que perro malo.
No sé si es debido a mi tono mezclado entre sorpresa y broma es lo que le hace reír o lo que le digo. En fin, lo que importa es
que Aline está riendo por mis palabras, produciendo el mismo efecto en mí.
Por alguna razón que, claramente, desconozco Aline ya no dice nada. Simplemente se deja caer por completo en el respaldar de la silla y toma una gran bocanada de aire. No quiero volver a hablar, tuve buen efecto con lo último que dije, así que no quiero cagarla con cualquier cosa.
—Se está tardando bastante Beátrice ¿Seguro que vive cerca? —hace tronar sus dedos como si así desquitara el nerviosismo que porta.
Me empiezo a impacientar. Puedo ver que la pone mal estar encerrada, supongo que el efecto es mayor conmigo, por lo cual maldigo el hecho de que la persona encargada de abrirnos esté tardando.
Empiezo a replantearme si no sería correcto que vaya en búsqueda de las llaves en la oficina, pero, al hacer eso, es obvio que Aline me echará en cara qué tan osado soy.
—Sí, sé dónde vive y estoy seguro que pronto llegará —respondo antes de imitar su posición—Pero, mientras tanto, podría contarte un cuento.
Me gano una mirada desconcertada, mas creo que al tratar de ser gracioso la tensión puede reducir.
—Ni loca pienso escuchar una historia contada por alguien que, bajo mi apreciación, está desvariando un poco.
Poco me importa su respuesta y comienzo con el dichoso cuento.
—Había una vez una princesa muy hermosa, pero muy malhumorada —en ese instante me observa de una manera desafiante, arqueando una de sus cejas a la espera de lo que pueda decir—. Aun así, tenía unas piernas…
—Bueno, ya está, no hace falta que sigas describiéndome —suelta y no me contengo, suelto la toalla y me desternillo.
Es egocéntrica la chica.
—Nadie dijo que hablaba de ti —le guiño el ojo para darle un toque al asunto. Mentí, es obvio que sí se trata de ella.
Va a responderme, seguramente va a desafiarme, pero oímos
cómo alguien posa las llaves en la puerta y nos ponemos de pie al instante. Beátrice abre la dichosa puerta y trago en seco cuando nos visualiza horrorizada.
—¿Qué hacen ustedes dos solos aquí? —pregunta y considero que he olvidado ese detalle.
Ver a dos personas encerradas, claramente, trae consigo pensamientos impuros en los demás.
Capítulo 10
Pensamientos dominados
Aline
Suspiro tras llegar a la puerta de casa. Estoy más que cansada, es tan obvio que lo único que necesito es una ducha y mi cama. Ni siquiera tengo ganas de cenar.
El encierro con Ben fue una experiencia sumamente extraña. No es que haya sido una odisea, sino que pasamos unos cuantos minutos encerrados que permitieron que él intente ser amable conmigo. Tras haber intercambiado unas palabras accidentadas en el mediodía, y escuchar la versión que me dio Clément sobre los hechos, sentí que me quedé encerrada con el tipo de chico al que siempre escapé: altanero, egocéntrico y sarcástico. Sin embargo, durante ese corto tiempo, él no hizo más que intentar caerme bien; me pidió disculpas por lo sucedido anteriormente, me aclaró que esa academia es lo más importante tanto para él como para sus padres y, sobre todo, procuró acercarse.
Y yo, siendo una maldita perra reacia, frustré todos sus intentos.
Sacudo mi cabeza, como si de esa manera pudiera apartar los pensamientos sobre Ben de mi cabeza, y me encamino hacia el interior de mi casa. Sé que Jackie no está, puesto que me envió un mensaje avisándome que se quedaría en lo de una amiga a realizar un trabajo de la universidad. Así que, básicamente, mi rutina de esta noche será tan breve que ni siquiera con mi hermana podré compartir lo sucedido en el día.
Voy a dirigirme directamente hasta la cocina para poder apropiarme de la caja de jugo que compré hace un par de días, no obstante me detengo cuando en la sala veo a dos personas que no me apetecía cruzarme. Mamá y Charlie están sentados en el sofá muy a gusto, ambos estaban riendo al momento que ingresé, pero fueron cesando las risas al centrar sus miradas en mí. Los visualizo con descontento y ruedo los ojos antes de darme la vuelta e ir a mi habitación, cosa que no logro concretar porque mamá emite mi nombre con énfasis y no me queda otro remedio más que volver a mirarla.
Sé que mamá me adora, pero últimamente ha estado comportándose tan mal conmigo y Jaqueline que no tengo ganas de cruzar palabras con ella. En algún punto todavía duelen las palabras que nos dice con el correr de los días, porque éstas se guardan en la memoria de una para recalcar que está teniendo reacciones muy feas. Claro que la adoro con la misma intensidad que ella lo hace, pero en estos momentos no estamos compartiendo sintonía, por lo que estar frente a ella me incomoda.
—Hija, Charlie ha venido porque le prometí que cenaríamos juntos —dice así sin más. Arrugo la frente para demostrar mi desentendimiento.
—Buenas noches, Aline —agrega el mencionado.
La mujer que me trajo al mundo es bastante atractiva, entiendo que los hombres se sientan atraídos por ella. Cabello color miel, el cual le llega hasta los hombros, ojos grises que parecen iluminados cada vez que los miras y un físico que se conserva bastante bien. Vamos, cuarenta años y parece nuestra hermana bajo la mirada de algunos. No entiendo cómo es que ha terminado con alguien como Charlie, quien es la viva imagen de los hombres más perversos de las películas de drama.
Me da mala espina.
—¿Quién te confirmó que yo quería estar en esta cena? —espeto, haciendo caso omiso al saludo de su pareja.
—Aline, no seas así. Estoy preparando le gratin dauphinois1,
1
Plato de patatas gratinadas típico de la cocina francesa.
el plato que más te gusta.
—Pues, pueden disfrutarlo ustedes. Yo me iré a mi habitación, con permiso —me doy la vuelta para dirigirme hacia las escaleras, pero pronto una mano toma mi brazo y al girarme encuentro el rostro molesto de mamá—. ¿Qué pasa?
—No seas maleducada, ve a dejar tus cosas y baja a cenar con nosotros.
No fueron sus palabras, sino el tono que empleó para decirlas lo que provoca que comience a ver todo rojo. Mis ganas de mandar todo a la mierda aumentan hasta que dejo que, finalmente, exploten.
—¡No me apetece cenar con ustedes como si no ocurriera nada por detrás! —bramo, sobresaltando así al supuesto invitado—. He tenido un día de mierda, mamá, cosa que de seguro no te interesa, pero a mí me afecta, por ende, no bajaré a cenar ni aunque me ruegues de rodillas ¿Entiendes?
Nunca le había hablado así a mi madre, nunca le he gritado y, mucho menos, regañado. Sin embargo, está claro que todo ha sobrepasado mis límites y es un milagro que no haya estallado hecho antes.
No le doy tiempo a que responde y subo corriendo a mi habitación. Para cerciorarme que estaré tranquila, sin que ella entre, pongo el seguro y enciendo la radio a todo volumen. Tiro mi bolso sobre la cama y, sin poder más, me dejo caer al suelo. Estoy temblando, no sé si se debe a los nervios, a la tristeza o a la impotencia, pero lo hago y mis manos pasan por mis piernas de manera violenta. Es como si necesitara descargar mi furia conmigo misma. Las lágrimas bañan mi rostro y muerdo fuertemente mi labio superior para no emitir sollozos, mas alguno que otro se escapa.
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