Sí, como si fuese que tengo catorce años.
Dejo el baño y vuelvo a hacer el camino hacia la salida, mientras tanto alzo mi cabello en una cola alta y, antes de llegar hacia la puerta, paso a colocarme mi chaqueta de lycra negra. Lo que menos quiero es terminar con un resfriado terrible. Reanudo mi paso, estoy a punto de traspasar el último pasillo que me separa de la salida, no obstante veo a Ben dejando algunas cosas en el escritorio de Beátrice y, para mi mala suerte, él también me ve, lo cual produce que se acerque a mí y se ponga justo en frente. Voy a esquivarlo, pero sigue mis pasos y lo observo desconcertada.
—Quiero pasar —espeto sin ánimos de discutir. Puedo apreciar que su rostro no muestra la misma molestia que hace horas.
Aun así eso no quita que me haya respondido mal luego de casi liarse a golpes con un profesor.
—Creo que te debo una disculpa —dice, lo cual me sorprende y paso a visualizarlo con esta sensación en el cuerpo.
—Está bien, estás disculpado. Déjeme pasar —pido nuevamente.
Frunce los labios y mira hacia abajo antes de hablar nuevamente.
—Hablo en serio. Sé que me he pasado al no querer atenderte hace rato, pero estaba enojado, yo… —resopla—. No es fácil dirigir una academia cuando la gran mayoría piensa que no soy capaz de manejarla correctamente.
Lo observo fijamente y puedo pensar que está hablando con sinceridad, muy a mi pesar.
Maldita sea, Aline. No le creas, apenas lo conoces.
—Ya te dije, estás perdonado —replico, tratando de mostrar una frialdad absoluta ante la situación—. Solo no debes tomar a un profesor, que trabaja aquí, de esa manera.
—Ya sé, pero si supieras lo que pasó… —deja los ojos en blanco. Parece molesto al recordar—. En fin, no creo que te interese mi
versión.
Algo dentro de mí dice que le permita dar su versión, que le diga que puede descargarse conmigo, sin embargo no voy a pasarme de confianza. Quizás dijo eso porque sabe que una extraña no querrá meterse en asuntos personales, de manera que no revelará la verdadera razón de la discusión.
Asiento resignada.
—Bueno. Ya que las cuentas están aclaradas, debo irme.
—Claro, yo también —responde cambiando el tono que estaba manteniendo. Me sonríe levemente—. Te acompaño a la salida.
Admito que me la frase “Te acompaño” pudo haber creado algunas falsas esperanzas en mí, es decir, pensé que se volvería a ofrecer para llevarme a casa. No quiero que las cosas se confundan, todo tiene que mantenerse claro: él es el dueño de la academia, momentáneamente, y yo soy una alumna. Nada más. Y lo repito de esta manera tan redundante para demostrarme que, si se tratase de sus padres, yo no me tomaría la libertad de estar hablando tan suelta de cuerpo con ellos como lo hago con Ben.
Empezamos a caminar hacia la puerta, lugar que al llegar trato de esquivar su mirada.
—Hasta mañana —me despido y procede a tomar la manija de la puerta para abrirla.
—Hasta mañana, Aline —responde en un tono amigable. Suspiro.
Al intentar tirar la puerta hacia dentro no hizo más que forzarla, es decir, que no se abre. Me mira desconcertado e intenta abrirla una vez más, pero su segundo intento vuelve a verse frustrado.
—¿Qué sucede? —pregunto espantada.
—Nos han encerrado —determina mirándome fijamente a los ojos.
No puede ser.
—Ay no —me lamento al mismo tiempo que paso a tomar la manija para intentar yo, pero claramente tampoco puedo abrirla—. ¿Quién cerró le puerta? —inquiero nerviosa.
—Beátrice, ella tiene una copia de las llaves —contesta mientras
revuelve algo en sus bolsillos.
—¿Y tú no tienes una copia? Eres el encargado ahora.
—Eso estoy buscando.
Mi respiración se vuelve más acelerada. No me gusta para nada la idea de estar encerrada con él, en sí no me gusta estar encerrada con nadie. Me da miedo, ansiedad, pánico.
—Maldición —dice entre dientes antes de tomarse la cabeza con ambas manos.
—¿Qué sucede?
—He olvidado las llaves en el coche —contesta con enojo. Mira hacia fuera a través del cristal de la puerta—. Recuerdo perfectamente cuando las dejé en la guantera porque pensé que no las necesitaría.
Paso las manos por mi cabello de manera exasperada. Empiezo a hiperventilar, siento que me falta el aire.
Me dan ganas de sacudirlo, es que ¿Cómo se va a olvidar de las llaves?
—¿¡A quién se le ocurre dejar las llaves del estudio que maneja en el carro!? —chillo histérica y me gano una mirada atónita de su parte—. ¿Qué se supone que haremos ahora?
Rasca su incipiente barba por unos pocos segundos, da unos pocos pasos por el sitio y me mira sin gracia alguna.
—Parece que nos quedaremos encerrados, Aline —señala y experimento la sensación de mi ánimo cayendo al séptimo suelo.
Capítulo 9
Encierro tentador
Ben
Dejo que mi semblante se presente lo más preocupado posible, teñido de un gran nerviosismo, cuando perfectamente sé que las llaves están en el escritorio de mi padre.
—No podemos quedarnos encerrados, es tarde y estoy segura de que mi madre empezará a llamarme en poco tiempo —dice mientras abre su bolso para sacar su móvil.
—No habría problema con ello, yo puedo llevarte a casa como la otra vez —respondo de manera desinteresada, cosa que provoca que su mirada me fulmine—. Digo, para restarte dificultad al asunto.
Chasquea la lengua, no me responde, solo baja la mirada hacia su celular y comienza a teclear un par de cosas.
Al ver que estaba saliendo sola, teniendo en cuenta que nadie más quedaba en el lugar, no se me ocurrió otra cosa más que entablar conversación con ella, iniciando con mis sinceras disculpas por lo que le hice pasar por la mañana. Es evidente que su forma de tratarme está un poco más distante, y no se debe a su forma de ser, es decir, ahora parece tener algún contratiempo conmigo y la entiendo, a nadie le gusta que le dejen con la palara en la boca. Por esa misma razón es que me inventé todo el melodrama de que nos quedamos encerrados, puesto que es la única manera que tengo para poder conversar con ella sin que
me evite.
—Puedo llamar a Beátrice, ella fue quien cerró la puerta y vive cerca de aquí — miento. Sé que vive como a diez minutos de aquí en carro y ella siempre llega caminando, por lo que tardará más.
—Me harías un gran favor —contesta con algo de sorna.
Sonrío de lado, aunque dentro de mí soy consciente que corro peligro. Yo mismo le he dicho a Beátrice que cierre la puerta con llave, ya que yo me quedaría un rato más y luego me encargaría de cerrar por completo el lugar. Me dará un regaño gigante, puedo presentirlo, pero tengo que hacerlo.
Marco su número y la respuesta se hace tardar unos segundos.
—Beátrice —digo antes de que pueda completar su famosa frase: “joven Dómine”—. Tienes que ayudarme, por favor.
Aline me observa de manera interesada, hasta ha dejado de lado su celular para visualizar con exactitud mis movimientos.
—¿Qué ocurre? —pregunta con fastidio.
—Me he quedado encerrado en la academia, dejé las llaves en el carro y tú fuiste la que cerró la puerta.
—¿Cómo no se dio cuenta antes? Usted me dijo que no habría problema con que cierre con llave porque tenía una copia allí —es el momento en el que agradezco no haber puesto la llamada en altavoz.
—Lo sé, pero estaba tan metido entre los papeles que no me percaté de que las olvidé en el carro.
—Está bien, ya salgo para allá.
—Muchas gracias, aquí te espero — y sin más, corta la llamada.
Guardo el móvil en el bolsillo trasero de mi jean, levanto la mirada para comprobar que Aline me sigue observando con la misma desesperación que antes. Quiero reír, pero hago mi mayor esfuerzo para ponerme serio.
Читать дальше