Analogía. El presente y el pasado son análogos. El presente es la clave para entender el pasado. Nada ocurrió en el pasado que no ocurra en el presente. Este principio excluye todo lo que es único y particular, como, por ejemplo, la encarnación y la resurrección del Señor Jesús.
Crítica. Por medio de este principio se trata de descubrir lo que quiso decir el autor bíblico, pero además, si es posible, justificar su creencia. Los escritores bíblicos vivieron en un mundo precientífico, por lo que no tenían los elementos de juicio con que cuentan los eruditos de hoy. Sus escritos, por lo tanto, no deben ser aceptados sin una cuidadosa evaluación.
No hay que confundir la alta crítica con lo que se conoce como la baja crítica, o crítica textual. La baja crítica trata básicamente sobre asuntos lingüísticos, textuales, así como la historia de la transmisión de texto. Trata de rescatar el texto de los autógrafos, es decir, de los escritos originales, o acercarse lo más posible a ellos. No se posee hoy ninguno de los originales de los escritos bíblicos, y la baja crítica trata de restablecer lo más posible el texto a su condición original.
En el siglo XIX ganó popularidad en Alemania una nueva forma de explicar la encarnación, conocida como la teoría kenótica, que trata de descubrir las limitaciones que Jesús aceptó al venir a esta Tierra. Esta teoría fue desarrollada por personas cristianas que creían en la encarnación pero querían hacerla comprensible para el pensar del momento, fuertemente influenciados por la nueva ciencia de la alta crítica. Tres factores motivaron la formulación de esta teología:
Un factor bíblico. Al venir a la tierra, el logos de alguna manera tomó sobre sí limitaciones. La Escritura dice que Jesús, aun cuando era igual a Dios, “se despojó a sí mismo y tomó forma de siervo” (Fil. 2:7). La palabra “despojó” también puede traducirse como “vació”; en realidad, así lo traducen la mayoría de las versiones en inglés: “He emptied Himself” . De ahí la pregunta: ¿de qué se vació? En otro contexto, la Escritura afirma que Jesús “siendo rico se hizo pobre” (2 Cor. 8:9). ¿En qué consistió su empobrecimiento? ¿En qué sentido dejó de ser rico?
Un factor lógico. ¿Cómo pueden lo infinito y lo finito coexistir en una persona? ¿Cómo puede una persona ser omnipotente, omnipresente y estar al mismo tiempo restringida a un lugar?
Un factor crítico. Este factor surgió como resultado del uso de la metodología crítica recientemente desarrollada. Jesús citaba con frecuencia el Antiguo Testamento y atribuía citas a ciertos autores, por ejemplo a Moisés. Pero la ciencia de la crítica histórica lo estaba cuestionando. Ponía en duda no solo las afirmaciones de estos autores, sino también a los autores mismos y aun la historicidad de los eventos. Parecía haber conflicto entre las conclusiones de los eruditos bíblicos y el dogma de la omnisciencia de Cristo.
Así, Gottfried Thomasius (1802-1875), teólogo luterano, introdujo en Alemania el concepto de la cristología kenótica. Basó su teoría en un análisis de los atributos divinos, los cuales, según él, pueden ser clasificados como inmanentes y relacionales (o espirituales y naturales). Los atributos inmanentes se refieren a lo que Dios tiene y es en sí mismo, independientemente de lo que hace en relación con la creación: Dios es poder, verdad, amor, santidad, justicia. Estos atributos son los que definen a Dios; no sería Dios si no los tuviera. Los atributos relacionales tienen que ver con la relación de Dios con la creación, pero no son esenciales para lo que define a Dios. Sería lo que es aunque nunca hubiera creado nada. Estos atributos son: omnipotencia, omnipresencia, omnisapiencia. Lo que el logos hizo al encarnarse, según este autor, fue abandonar los atributos relacionales mientras que retuvo los atributos inmanentes, por lo que Jesús era poder, amor, santidad, justicia, pero no poseía omnipotencia, omnisapiencia ni omnipresencia.
Es necesario distinguir entre el motivo kenótico, que es bíblico, y la teoría kenótica, que es una explicación humana, un intento de explicar el misterio de la encarnación. Es verdad que Jesús se vació, que se anonadó, que se hizo pobre, pero no hay justificación bíblica para que no haya sido, aun en la carne, verdadero Dios. El apóstol Pablo nos amonesta: “Cuídense de que nadie los engañe mediante filosofías y huecas sutilezas, que siguen tradiciones humanas y principios de este mundo, pero que no van de acuerdo con Cristo. Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Col. 2:8, 9).
Entonces, ¿de qué se despojó Jesús en su misión redentora? Su oración intercesora nos ayuda a contestar la pregunta. “Glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo existiera” (Juan 17:5). Se vació, dejó a un lado la gloria que tenía junto al Padre, vino como un simple ser humano, vino de incógnito para poder cumplir con su misión. En armonía con el Padre, decidió no actuar como Dios; vino sin desplegar su divinidad. Su divinidad estaba velada. No se despojó de ninguno de sus atributos divinos; su vaciamiento consistió en que no los usaría, viviría como hombre entre los hombres en el cumplimiento de su misión.
Sin embargo, a pesar de las limitaciones que aceptó al venir, había muchas evidencias innegables de su divinidad. Era más que un hombre. Si no hubiera habido en él algo diferente, los judíos habrían tenido razón para rechazarlo. En el próximo capítulo exploraremos algunas de las evidencias bíblicas de su divinidad.
Capítulo 5
Jesús, divino-humano
A pesar de que la encarnación del Señor Jesús es un misterio, el más profundo de los misterios, la Biblia nos da suficiente información para tener un conocimiento seguro de quién era él. Un incidente registrado en tres de los evangelios arroja luz sobre este misterio. Según lo relata Marcos:
“Ese mismo día, al caer la noche, Jesús les dijo a sus discípulos: ‘Pasemos al otro lado’. Despidió a la multitud, y partieron con él en la barca donde estaba. También otras barcas lo acompañaron. Pero se levantó una gran tempestad con vientos, y de tal manera las olas azotaban la barca, que esta estaba por inundarse. Jesús estaba en la popa, y dormía sobre una almohada. Lo despertaron y le dijeron: ‘¡Maestro! ¿Acaso no te importa que estamos por naufragar?’ Jesús se levantó y reprendió al viento, y dijo a las aguas: ‘¡Silencio! ¡A callar!’ Y el viento se calmó, y todo quedó en completa calma. A sus discípulos les dijo: ‘¿Por qué tienen tanto miedo? ¿Cómo es que no tienen fe?’ Ellos estaban muy asustados, y se decían unos a otros: ‘¿Quién es este, que hasta el viento y las aguas lo obedecen?’ (Mar. 4:35-41).
“¿Quién es este?” Evidentemente, más que un carpintero, más que un hombre. La tormenta lo encontró durmiendo, cansado por las actividades incesantes del día: propio de la humanidad; era humano como sus hermanos. Pero de pronto, con el poder de su palabra, calmó el tempestuoso mar, al punto de que “todo quedó en completa calma”. Reveló su poder. El Creador tenía poder sobre la naturaleza; era en verdad Emanuel, Dios con nosotros.
Aunque nunca podremos entender en toda su amplitud y profundidad quién de veras era Jesús, la Escritura afirma sin lugar a dudas que era divino y humano, era Dios en carne humana, porque “la Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros” (Juan 1:14). La Escritura contiene abundante información con respecto a su divinidad. Hay una cantidad de textos que específicamente lo enseñan.
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