Uno podría preguntarse: ¿por qué esta doctrina, tan básica en el cristianismo, está apenas insinuada en el Antiguo Testamento, cuando en el Nuevo se presenta con mucha más claridad? No debemos olvidar que el Antiguo Testamento, con la excepción del libro de Génesis, tiene que ver directamente con el pueblo de Israel, su esclavitud, liberación y vida posterior. Los israelitas vivieron por varios siglos en Egipto, sin duda el pueblo más politeísta de la antigüedad. Los eruditos calculan que los egipcios tenían aproximadamente ochenta dioses. El rey mismo era considerado un dios. El título “faraón”, que significa “casa grande”, se usaba originalmente para describir la casa del faraón, pero eventualmente fue aplicado al rey mismo.
Los egipcios consideraban sagrados los siguientes animales: el león, el buey, el macho cabrío, el lobo, el perro, el gato, el ibis, el halcón, el hipopótamo, el cocodrilo, la cobra, el delfín, diferentes variedades de peces, animales pequeños incluyendo la rana, el escarabajo, la langosta y otros insectos (ver John J. Davis, Moses and the Gods of Egypt , p. 87). Dios tuvo que tener esto en cuenta al relacionarse con los ex esclavos; ellos tenían que sacar de sus mentes la idea de una multitud de dioses como los que habían conocido en Egipto. Las plagas en sí mismas fueron un juicio contra los dioses de Egipto: “Esa noche yo, el Señor, pasaré por la tierra de Egipto y heriré de muerte a todo primogénito egipcio, tanto de sus hombres como de sus animales, y también dictaré sentencia contra todos los dioses de Egipto” (Éxo. 12:12).
La Trinidad en el Nuevo Testamento
Si bien, como ya mencioné, en el Antiguo Testamento no se encuentra evidencia clara en cuanto a una trinidad en la Deidad, sí hay evidencia que insinúa una pluralidad, una unidad compuesta especialmente expresada en el uso del plural para referirse a Dios, un plural de plenitud.
En cambio, al llegar al Nuevo Testamento, la evidencia es mucho más específica y abundante, como puede notarse en lo que ocurrió en torno al bautismo del Señor Jesús. Dice el Evangelio:
“Después de ser bautizado, Jesús salió del agua. Entonces los cielos se abrieron y él vio al Espíritu de Dios, que descendía como paloma y se posaba sobre él. Desde los cielos se oyó entonces una voz, que decía: ‘Este es mi Hijo amado, en quien me complazco’ ” (Mat. 3:16, 17).
Jesús, en quien habita toda la plenitud de la Deidad, estaba siendo bautizado en el Jordán; el Espíritu descendió sobre él al tiempo que se oyó una voz del cielo que habló de Jesús como su Hijo amado. El apóstol Pedro introduce su primera carta con una mención de las tres Personas de la Deidad:
“Pedro, apóstol de Jesucristo, saludo a los que se hallan expatriados y dispersos en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, y que fueron elegidos, según el propósito de Dios Padre y mediante la santificación del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser limpiados con su sangre (1 Ped. 1:1, 2).
El apóstol Pablo concluye su segunda carta a los Corintios con una mención similar: “Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos ustedes” (2 Cor. 13:14). Se pueden mencionar, además, las palabras de Jesús al entregar la Gran Comisión a sus discípulos en momentos de su partida: “Vayan y hagan discípulos en todas las naciones, y bautícenlos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mat. 28:19). Es notable que, al mencionar a las tres Personas de la Deidad, no dice que el bautismo debe ser en “los nombres”, sino en el nombre, singular. Dios es uno en tres Personas.
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