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–Dani, tienes que volver a practicar la medicina –me dijo una clienta del restaurante.
Mary Ann era una mujer pelirroja, muy simpática y bonita. Siendo médica, trabajaba en el área en que yo misma me había especializado; y ese día estaba en el restaurante conmemorando su compromiso con un italiano.
–Cuando te decidas a dejar el restaurante, llámame por teléfono –me dijo ella, escribiendo su número de teléfono en una agenda rosada que estaba en la caja.
Cuando me mudé a Floripa, no había pensado en dejar la medicina; había ido con un buen currículum y ya había recibido dos propuestas para trabajar. Pensaba que podría conciliar las dos cosas, trabajando media jornada como médica y la otra media como dueña del restaurante. Sin embargo, con el paso del tiempo pude percibir que el restaurante me absorbía por completo. Y quedé totalmente alejada de la profesión.
Para volver a ejercer como médica, en primer lugar debía deshacer la sociedad. Sin embargo, con todas las tentativas frustradas, no sabía qué más hacer. Mi familia rápidamente comenzó a notar la situación.
–Dani, ¿qué estás haciendo allí? ¿Por qué no regresas a casa? –me decía mi madre por teléfono, sintiéndose disconforme.
–¿Está todo bien contigo? –me preguntaba mi hermana.
–Quédense tranquilos: está todo bien. –les respondía yo, con un aire de tristeza estampada en la voz.
Realmente, mi voluntad era regresar. Sin embargo, no podía abandonar todo y salir corriendo. Además de tener una empresa en funcionamiento, me sentía responsable por los empleados que había contratado. Y era eso lo que me impedía realizar cualquier acción precipitada.
¿Has sentido alguna vez la sensación de estar en un camino donde no puedes encontrar la salida?
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Mientras no encontraba la salida...
–¡Por favor, una caipirinha de sakê !
–¡Mozo, más whisky , por favor!
Pasé muchas noches en vela atendiendo clientes que bebían whisky, sakê , vinos y espumantes. Los mozos hasta recibían un entrenamiento para servir el sakê . El ritual fascinaba a los clientes, y los empleados estaban felices porque ganaban más propinas. Sin embargo, soportar las bromas de mal gusto, las conversaciones sin sentido y hasta las peleas de quienes se embriagaban no era nada fácil.
Después de cuatro años de servir bebidas, ya no aguantaba más. La idea de ganar dinero con algo que perjudicaba a las personas no me agradaba; y ahora sabía que tampoco agradaba a Dios.
“El vino lleva a la insolencia, y la bebida embriagante al escándalo; ¡nadie bajo sus efectos se comporta sabiamente!” (Prov. 20:1). “Ni tú ni tus hijos deben beber vino ni licor” (Lev. 10:9).
–Creo que no quiero vender más bebidas alcohólicas –le confesé a un amigo.
–Pero las bebidas alcohólicas ¿no son lo que más ganancias te da?
Realmente, las mayores ganancias del restaurante provenían de la comercialización de las bebidas alcohólicas. Sin embargo, como médica, ya tenía el conocimiento de los perjuicios del uso del alcohol; y, como cristiana, tenía el entendimiento de cómo el alcohol afectaba la espiritualidad de las personas.
–Me parece que sería bueno para ti que oraras al respecto, ya que a tu socio no le va a gustar nada esto –me aconsejó mi amigo.
Como la comunicación con Marcos estaba cada vez más difícil, lo único que me quedaba era orar. Poco a poco, fui desarrollando una relación más íntima con Dios. Lo hice mi confidente, mi consejero, mi consolador. Oraba todo el tiempo, sin parar. Recuerdo haberme despertado muchas veces de rodillas, con las piernas dormidas, durante las madrugadas. Para cada decisión que tenía que tomar, la última palabra era de Dios.
Comprendiendo que, justamente, Dios no aprobaba el uso del alcohol, resolví dejar de vender bebidas alcohólicas. Sabía que enfrentaría oposición; sin embargo, mi sentido del deber para con el prójimo era más fuerte.
Después de la decisión, mi socio ya no aparecía más, ni los compañeros que tomaban cerveza y whisky toda la noche. Los clientes fueron desapareciendo... y las cuentas, aumentando. Solamente me restaba pedir ayuda a Dios y saber qué era lo que él quería de mí.
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“Toc, toc”, alguien golpeaba en la puerta de vidrio.
–¿Sí? –abrí la puerta del frente del restaurante.
–¿Tú eres Daniela? –me preguntó un hombre de mediana edad, muy simpático.
–Soy yo –respondí, intrigada–. ¿En qué puedo ayudarlo?
–Te traje unos libros para que estudies –e inmediatamente fue entrando y abriendo sobre la mesa del escritorio los libros sobre salud.
Pude notar que eran libros usados, al ver las páginas amarillentas, y también porque estaban todos marcados. Él había separado con clips de colores los capítulos que yo debía leer.
–¡Adiós! Después me devuelves los libros –dijo, despidiéndose rápidamente.
“¿Qué está sucediendo aquí? ¿De dónde vino esa persona?”, pensaba yo, mientras miraba cómo aquel extraño daba la vuelta en la esquina de la cuadra.
Todavía confundida, y entendiendo que aquel podría ser un mensajero del Señor, regresé a los libros, a fin de verificarlos: La ciencia del buen vivir [El ministerio de curación]; Medicina y salvación; Consejos sobre salud; Consejos sobre el régimen alimenticio... Los títulos llamaban mucho mi atención, pues trataban acerca de salud, y de la medicina.2
Como alguien que está con mucho hambre, comencé a leer aquellos libros, devorando su información. En menos de un mes, me leí casi todo. Por intermedio de aquella lectura, entendí la verdadera misión de un médico. Yo debía cuidar del ser humano de una manera integral, relacionando el cuerpo, la mente y el espíritu.
Además, comencé a comprender mejor la importancia del estilo de vida en la salud: alimentación natural, agua, aire puro, ejercicio físico, luz solar, confianza en Dios, reposo y abstinencia de las cosas perjudiciales. “Muy interesante”, pensé. Y decidí poner en práctica todo aquello que acababa de leer. Ya había dejado de lado el hábito de fumar; entonces, a partir de ese momento cambiaría mis hábitos en el comer y el beber.
Ya había evitado las carnes rojas a partir de las clases de anatomía. Progresivamente, también fui abandonando el uso de carnes blancas. Dejé de usar azúcar, y la leche y sus derivados los suspendí después de eso. En poco tiempo, percibí un gran cambio en mi salud: no sentía más dolores en el estómago ni tenía hinchazón de barriga. Mi piel, que antes estaba llena de acné, se puso mucho mejor. Mi disposición aumentaba día a día, principalmente con la práctica de ejercicios físicos. Y, reflexionando acerca de mi historia, acerca de todas las tentativas de huir de la Medicina, noté que era Dios quien había estado dirigiendo todo para que me convirtiera en una médica. Y el deseo de actuar como médica misionera fue creciendo en mi corazón.
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–Por favor, una caipirinha de sakê .
–Tenemos cocteles de frutas naturales, sin alcohol –respondía el entrenado mozo, con el nuevo menú en la mano.
Después de verificar los resultados positivos en mi salud, resolví cambiar toda la propuesta del restaurante. Además de dejar de vender bebidas alcohólicas, el restaurante comenzó a tener un menú más natural.
–¿Qué? ¿Ustedes no sirven más bebidas alcohólicas aquí? –dijo el cliente, levantándose bruscamente para irse.
Cuanto más intentaba yo explicarles mis motivaciones para hacer todo eso, más indignadas se ponían las personas.
–¿Te estás volviendo loca? –me preguntó un fiel cliente, desaprobando los cambios.
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