Llegó el quinto año de la Facultad, y las cosas comenzaron a ponerse más serias. En ese período, hasta el sexto año, entrábamos en la fase del internado: casi todas las actividades se realizaban dentro del hospital. A los alumnos se los dividía en grupos pequeños, y se los distribuía entre las diversas especialidades y las diferentes salas agrupadas por enfermedades. La competitividad aumentaba entre los estudiantes, y la mayoría ya comenzaba a definirse en cuál área querría especializarse.
–Me parece mejor que disminuyamos las fiestas aquí, en casa, pues las cosas se están poniendo más serias ahora –comenté con mis compañeras de casa.
Y ellas, rápidamente, estuvieron de acuerdo.
Todo estaba acordado. Sin embargo, un día, cuando volvía de una guardia, después de treinta horas sin dormir, llegué a la casa. Estaba loca de ganas de dormir.
–¡Hola, Tim Tim! ¡Qué bueno que llegaste! –con estas palabras me recibieron algunos amigos.
Miré hacia adentro de la casa, y vi que había muchas personas; estaban comiendo y bebiendo, al son del rock and roll .
“No lo puedo creer”, pensé. Mi cuerpo y mi mente estaban prácticamente anestesiados de tanto sueño. Y lo que yo más deseaba en ese momento era tomar un baño y dormir.
–Resolvimos hacer una cenita para conmemorar la absolución de Neguinho –intentó explicarme una amiga, señalando hacia un muchachito que venía en mi dirección.
Él era de baja estatura, tez negra, y tenía una sonrisa graciosa, pues mostraba los dientes medio arruinados en su boca.
“¡Madre mía!”, pensé. “¡De donde será este muchacho!” No me acordaba de haberlo visto antes, ni en las fiestas ni en ningún otro lugar. Estaba tan cansada y confusa que ni siquiera podía razonar coherentemente.
–Entonces, chicos, me parece que necesito dormir –dije, intentando disculparme, para no ser antipática.
Una compañera se me acercó y comenzó a contarme un hecho que había ocurrido algunos años antes de que yo ingresara en la Universidad. Un comisario había apresado a varios estudiantes por drogas, y aquel muchacho había acabado siendo el chivo expiatorio de esa confusión. Había estado preso durante dos años, y justo aquel día había recibido la absolución. Y la “conmemoración” estaba siendo hecha justamente en mi casa.
Sin entender de una manera clara lo que estaba sucediendo, me quedé medio cohibida, sin saber qué hacer, hasta el momento en que ese muchacho se acercó a mí y me dijo:
–Me gustaría mucho agradecerles por la recepción de todos ustedes aquí, en esta casa. Le agradezco mucho a Dios por lo que él ha hecho en mi vida: yo era analfabeto, y aprendí a leer la Biblia en la cárcel. Me gustaría compartir con ustedes, una vez por semana, un texto bíblico y hacer una oración en esta casa. ¿Podría hacerlo?
“¿Leer la Biblia aquí, en casa? ¡Qué cosa extraña!”, pensé.
Sin embargo, después de entender mejor la historia del muchacho, ¿cómo podría negarme a un simple pedido?
*****
El contacto con la Biblia
Todas las semanas, el muchachito venía con una pequeña Biblia debajo del brazo. Como la casa estaba siempre llena de personas, nos reuníamos todos en una gran mesa en la cocina y acompañábamos la lectura bíblica. Para leer un capítulo, Neguinho demoraba casi media hora. Al terminar una frase, yo ni me acordaba acerca de qué estaba leyendo. Sin embargo, todos respetaban la reverencia con la que él realizaba aquella lectura. Después de leer, él nos contaba acerca de su experiencia dentro del presidio. Terminábamos la reunión haciendo un círculo tomados de las manos, y realizábamos una oración.
Se sucedieron algunos encuentros de este tipo en nuestra casa. No sé cuántos. Y nadie tenía Biblias en la casa.
Me pareció que era necesario que procurásemos algunas, de modo de acompañar la lectura del muchacho.
Me acordé de una que había tenido en mi niñez. Sin embargo, a pesar de haber estudiado toda mi infancia en un colegio católico y de haber tomado el catecismo, nunca había leído la Biblia. Llamé por teléfono a mi casa, pero nadie sabía dónde estaba mi Biblia.
Una amiga consiguió el teléfono de la Sociedad Bíblica del Brasil y encargamos algunas. De esta manera, comenzamos a acompañar la lectura de aquel humilde y simpático muchachito.
Cuando las Biblias llegaron por correo, percibí que tenían algunos mapas acerca de los viajes que había realizado el apóstol Pablo por Asia Menor, con algunos datos históricos interesantes. Observé que aquellas Biblias eran diferentes; en realidad, aquellas eran Biblias de estudio, con explicaciones que yo nunca había visto o estudiado.
“¿Qué significó la muerte de Jesús?” “¿Por qué ese hombre había cambiado la historia del planeta?, y ¿por qué él quita los pecados?” Y “¿Qué es el pecado?”; todas estas preguntas me habían acompañado durante la infancia. No obstante, nunca había buscado con real interés las respuestas. Apenas aceptaba que Jesús era el Hijo del Dios, y que él había muerto por nosotros. Sin embargo, nunca había comprendido qué tenían que ver estos hechos con mi vida personal. Y tampoco jamás había mostrado mucho interés en saberlo; hasta que comencé a ver aquellos mapas y curiosidades. Surgió entonces, en mí y en el grupo, un interés por buscar un conocimiento mayor.
–¿Vamos a comenzar a estudiar la Biblia? –nos propuso un amigo, cuya madre era cristiana.
Todos aceptaron. La madre de él, que vivía a más de quinientos kilómetros de distancia de donde nosotros estábamos, tuvo la iniciativa de enviarnos estudios bíblicos por correo. Comenzamos a hacer los estudios de manera muy informal, sin entender mucho el significado de las cosas. Sin embargo, el interés en saber más acerca de la Palabra de Dios crecía dentro de mi corazón.
*****
A medida que el tiempo pasaba, el gusto por las fiestas fue disminuyendo. Y el día de la graduación se aproximaba.
–Y entonces, Tim Tim, ¿ya sabes cuál es la especialización que vas a realizar?
Yo no tenía la más mínima idea de lo que haría. Ya había pasado haciendo residencias en todas las especialidades, y ninguna me llamaba la atención. No lograba imaginarme dentro de un hospital ni dentro de un consultorio. Todos mis compañeros ya estaban encaminados, convencidos de sus decisiones, pero yo no sabía qué especialización haría.
Me había decepcionado de la Medicina. Durante la carrrera, percibí que la profesión estaba muy corrompida por el capitalismo. Los médicos se mostraban más preocupados por prescribir drogas que por resolver los problemas de los pacientes. Estábamos como esclavizados por la industria farmacéutica: para cada medicamento lanzado en el mercado, se exigía un nuevo protocolo de prescripciones y de atención. Además de esto, muchas de las investigaciones que se desarrollaban estaban patrocinadas por esas industrias farmacéuticas.
Leandro, el amigo que me había introducido en los estudios bíblicos, sabiendo de la crisis por la cual estaba pasando, me comentó acerca de una clínica de tratamientos naturales que quedaba a unos sesenta kilómetros de São Paulo.
–¿Quién sabe? Tal vez puedas identificarte con el trabajo de ellos.
Sin saber nada acerca de este tipo de tratamientos, acepté la invitación para conocer el lugar. La clínica estaba rodeada de mucho verde, y tenía un gran lago; sin embargo, parecía estar vacía. No había nadie para explicarnos acerca de los tratamientos. Aunque había una placa de madera con una inscripción tallada, que me llamó la atención: “Aire puro, luz solar, agua, reposo, temperancia, ejercicios físicos, alimentos saludables y confianza en Dios: he aquí los verdaderos remedios”. Encontré aquellas palabras muy interesantes; sin embargo, como no había nadie para darme alguna explicación, quedé desanimada.
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