Fabián Capdevila - Sugestión

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Perdió todo… su humanidad… su amada.
Ahora, Leo se enfrenta a la oscuridad.
Dejándola entrar a su vida.
Tendrá que luchar, no por él, tampoco por ella.
Por redención.

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FABIÁN CAPDEVILA

SUGESTIÓN

картинка 1

Editorial Autores de Argentina

Apellido autor, Nombre

Título obra. - XXa ed. - Buenos Aires : Autores de Argentina, 2018.

XXX p. ; 20x14 cm.

ISBN XXX-XXX-XXXX-XX-X

1. Temática xxx . 2. Xxx. I. Título.

XXX XXXX

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: info@autoresdeargentina.com

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Prólogo

21 de abril.

Mes en donde las hojas opacan su color y decoran las veredas con sus relieves amarillentos. Donde el lozano de la naturaleza desaparece, quitando el color con la suficiente voracidad de no consultar sus decisiones.

Y yo aquí. Asimilando cada pensamiento que rebota en mí pecho. Mientras el frio interior de esta casa permite abrir un paréntesis en el tiempo para desmembrar mi reminiscencia.

¿Preguntándome? si yo no seré igual que una hoja, porque mi vida cambio desde su raíz, en donde el suelo frio y seco sería mi último refugio.

Recuerdo mi niñez hasta llegar a la madurez con nostalgia, muchas decisiones tomadas sin consultar que fueron dando lugar a mi incertidumbre actual.

Hoy por primera vez abrí mis ojos, por primera vez pude sentir el calor del sol, el frio de la noche, el dolor que encierra la oscuridad cuando greña el alma.

Confieso que Dios, para mí, solo fue una deidad imaginaria, un monumento en el centro de una plaza donde las palomas y turistas la usaban de escusado y deseos egoístas.

Confieso que entristecí a mi señora antes de que ella dejara este magro mundo, toque su corazón al mismo tiempo que robe su inocencia.

Confieso que antes de esta noche solo creí en mi existencia. Estaba equivocado...

El ruido al caer gotas gruesas y saladas sobre el papel, marcaba el arrepentimiento de Leo Bethona.

... cierro los ojos y recuerdo todo.

La aspereza de su voz engendrando la semilla de la muerte. Puedo olerlo, de la misma forma que un perro husmea el peligro. No solo me siento una hoja marchitándose, también un animal que no solo olfatea la amenaza, asimismo por lo que percibe acechando oculto en la oscuridad.

En este momento mi aliento es solo una expresión de que aun mi cuerpo no se pudrirá, pero no significa que esté vivo, mi alma se encuentra moribunda, pudriéndose en algún rincón, quejándose, por no alimentarla. Esperanza, es la forma de esperar lo mejor, aun sabiendo que el torbellino pueda matarte.

Nunca pensé que llegaría el día en donde mis ojos miraran al cielo y dijera su nombre con arrepentimiento en mis labios. Ohhh¡¡ Dios!!! Te pido perdón por mis pecados...

Escribe... no pienses ” es la frase por la cual volví a mi manuscrito. Y tal cual expresa la frase, me niego a pensar mientras la tinta resbala por la hoja en blanco.

Dejo que mi mano guie la pluma, que ella suprima mi historia con letras y acentos.

Antes de abrir mis ojos, lo empírico era lo que realmente existía para mí, no había Dios, ni demonio que cambiara mi forma de pensar.

Pero eso cambio. A partir de estas páginas, todo cambio para mí...

Martes de desayuno

El aroma a pradera entrando por las rendijas de mi ventana, era recibir los buenos días de una mañana majestuosa. Un comienzo que poco a poco la rutina desgastaba olvidando lo que el inicio del día me brindaba, erosionándolo hasta el anochecer.

Con pasos atontados me dirige a una gran ventana que me daba luz natural, el sol pegaba fuerte sobre el vidrio, aumentando su intensidad, como si un gigantesco niño estuviera jugando con una lupa, tratando de quemar mi casa.

Me era imposible ver el pequeño jardín del otro lado, mis ojos todavía se encontraban entumecidos y mis sentidos descolocados. Deje que la luz me alimentara por unos segundos, estire mis músculos y me relaje frotando mi adormecido rostro.

Mis piernas aun sentían el suave colchón y la tibieza de las sabanas. Pero a pesar de sentir la calidez de la luz del sol, mi espalda se contraía, erizando mi piel. Frio, sentía frio. Como si estuviera en julio o agosto. O si me encontrara en lo más alto de un edificio y el viento golpeara fríamente mi rostro.

Inmediatamente recordé que me había levantado reiteradas veces, de golpe los recuerdos de pesadillas o sueños mal vividos aparecieron, los recordaba como pequeños fragmentos que trataban de unirse en mi cabeza, solo recordaba la molestia de tenerlo.

Mientras caminaba por el pasillo hasta el baño, algunos trozos de ellos se acoplaron casi por inercia.

Me encontraba flotando, la noche era espesa al igual que el aire y alguien me perseguía, escondido en la oscuridad, no llegaba a verlo, seguía flotando a ras del suelo, planeando como un ave...

Pero hasta ahí llegaba mi memoria onírica.

Deje de lado los pensamientos y enfile a enlistarme para mi día.

Mi monotonía era precisa y sin margen de error. Desayuno de martes.

Consistía en un par de tostadas y abundante café para un sistema corporal aletargado.

Mi única compañía era la soledad, esa incansable amiga que para muchos es detestable pero necesaria algunas veces. Lleva conmigo cinco largos años, años que poco a poco hunde mi corazón en el pecho.

Cierto. La soledad.

Cada día que despierto, olvido que siempre me espera, en cada desayuno, cuando salgo ella se encuentra mirando por la ventanilla del auto, o cuando estoy trabajando, me acaricia los hombros, al regresar a casa, ella siempre entra primero.

Ven sígueme que nos espera una noche calma y melancólica... tu come algo que yo enfrío la cama...”

Podía oírla, al igual que se hace oír una tormenta con sus truenos, hasta llegue a sentirla rozando mi piel, pero la añoranza a veces, solo a veces, toma la forma que uno necesita o extraña.

Antes del ostracismo, existía ella.

Milagros. Aún recuerdo sus manos como dos extensos puentes colgantes, acariciándome mientras el sol, nos bañaba al nacer el alba.

Un hoyuelo ubicado por alguna deidad y colocada estratégicamente para sucumbir y ceder hasta mi último vestigio de humanidad, era su arma contra mi sublevación amorosa. Imposible no rendirse. Recordando una vieja frase...

No hay mejor rendición, que ante los pies de una mujer

Muchos siempre recuerdan la primera vez que se vieron a los ojos, o que coquetearon con algunos gestos corporales para llamar la atención, el primer beso o la noche en donde sus cuerpos se mezclaron con saliva y sudor.

Yo en cambio recuerdo su voz al nombrarme, su respiración al darme siempre un apasionado beso o su mal humor cuando llovía y no dejaba que saliera a respirar y llenar sus pulmones, la sencillez es lo que más extraño de ella, lo que más recuerdo, y al mismo tiempo lo que trato de olvidar, una paradoja que no muchos entenderían y si lo hiciesen me llamarían loco.

Pero la vida tiene varios matices. Uno tiene que tener presente, ante la belleza del mar azulado, bajo la superficie uno puede agonizar...

Ella murió de cáncer... esa maldita y degenerada enfermedad.

Odio esa palabra, más de lo que una persona podría odiar. Se dice que del amor al odio solo hay un paso, pues les digo que esos pasos son gigantes al pronunciar la palabra cáncer, tratare de no pronunciarla, no hare participe de este momento a la acechadora, así la llame, porque como un águila acecha y sin darte cuenta, te rasga y corta desde dentro.

Los recuerdos aún viven y se materializan por las noches, aun sudo y sollozo con la almohada entre mis dientes, apretando tan fuerte que la tela cede como miga de pan.

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