Fabián Capdevila - Sugestión
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Ahora, Leo se enfrenta a la oscuridad.
Dejándola entrar a su vida.
Tendrá que luchar, no por él, tampoco por ella.
Por redención.
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En fin... hoy martes es día de festejo. No son cinco años sin mi esposa, no son cinco años de su aniversario póstumo, son cinco años en donde la soledad me golpea y rasga mis venas, cinco años de encontrar una compañera intangible, delirante y traumática, donde por las noches me acorrala, sacándome el aire y humedeciendo mis mejillas, despertando por las noches con sudor en mi garganta, cuarteando la fina piel de mis labios. Ella es la soledad.
Esa mañana coloque las tostadas en un plato floreado y pintoresco.
“ Esos platos que tildan de antiguo porque ya no se usan. ¡¡ Una total burrada, ya que ahora para usarlos de una forma moderna le dicen vintage, como si fuera novedoso !!
Serví el café nostálgicamente en la taza que me había regalado Milagros en uno de mis cumpleaños.
Ese día ella entra a nuestra habitación con una bandeja mediana, pan tostado y mermelada, y la taza envuelta en un pañuelo de seda, con una nota en su interior .
Úsala cada mañana, como yo te amo cada día...
La taza era de boca ancha y casi de la misma altura que mi puño, la oreja erguida se asemeja a la de un elefante cuando embiste todo a su paso, una de las cualidades que aprecio son sus relieves curvilíneos que acapara la superficie de cerámica. El afecto al tocarla emerge al instante, junto con un sentimiento de impunidad avasalladora.
Serví todo en una mesa de madera que se encuentra en la cocina, como era costumbre. Observe detenidamente como cada utensilio, la cuchara, el pote de azúcar y las servilletas, ocupan un espacio inservible en un mundo caótico y superficial. Dándome cuenta que el día comenzaba como la soledad deseaba.
Pensé que era demasiada filosofía existencial para una mañana de martes, así que dejé los pensamientos profundos y me dispuse a desayunar.
Tome el pan tostado del vértice con solemnidad, dejando el triángulo de pan a centímetro de mi boca, pero antes de hincar mis dientes en la arenosa textura, una suave briza recorrió mi nuca, deslizándose por mi espalda, erizando mi piel y contrayendo mis músculos, era como el susurro gélido de una noche fría y oscura. Era el mismo sentimiento al recordar fragmentos de la pesadilla que me tuvo molesto por la noche.
Voltee de inmediato, sorprendido y confundido, la tostada seguía en mi mano, inmóvil.
La sensación era bizarra. Dude un segundo más y le reste importancia. Pero el recuerdo de flotar y ser perseguido se instaló por unos segundos más.
Baje la tostada despacio, tome la taza por la oreja, dando un buen sorbo. Cerrando los ojos para sentir el capricho de un sabor único recorrer por mi garganta.
Mis ojos se abrieron como dos lunas llenas, inmediatamente empujé la silla con mi cuerpo y escupí al suelo el café.
Era una sustancia gélida y negruzca.
Saboree tocando la lengua con mis labios, pero no hacía falta, el gusto que había dejado la sustancia era horrible, penetrante y podrida.
Mire la mesa y después la cocina donde todavía estaba el frasco de café molido, por un segundo pensé en el error que cometí, pero no llego a ser un pensamiento, me corregí al momento, instintivamente relacione todos los pasos. Como una maquina programada.
Hasta me pregunté si había sido la soledad, jugándome una mala pasada, al instante negué con la cabeza, el aislamiento a veces me toma por sorpresa, pensé.
“ Estoy seguro que coloque dos cucharadas de café ”. Susurraba en mi interior.
Mi boca seguía rancia, seca. El brebaje partió en dos mi lengua, dejando un sabor del infierno, podía sentir como pequeñas partículas de azufre rebotaban en mi boca.
Observe de nuevo el frasco de café inquisitivamente. Escupí una vez más, para tratar de sacar el gusto a muerte, tome un trapo de cocina y la tire al suelo, dejando que absorbiera la sustancia, mientras tiraba a la bacha de la cocina todo el desayuno...
— Perdí el apetito – murmuré.
Alce el trapo y lo arroje a la basura, con asco e incertidumbre.
“ Hoy llegare más cabrón al trabajo ”... pensé.
Cuando el sabor en mi boca amaino, surgió, inconscientemente el recuerdo casi imperceptible de mi niñez, recuerdos que son olvidados, pero surgen por circunstancias presentes y en esos momentos destacan y se impregnan de añoranzas.
Me sumergí en el recuerdo, de golpe y sin previo aviso, esas palabras rebotaron como un cachetazo en mi mejilla...
— Come mierda –
Vestía un guardapolvo casi blanco, las mangas y el pecho se encontraban escritos por escudos de bandas ya extintas y nombres de los cuales ya no recuerdo detalladamente, el timbre de salida sonó, lo que era para mí una de las más finas melodías, una oleada blanca de murmullos y gritos se abalanzaban por unas grandes puertas verdes de chapas, sostenidas siempre por dos maestras, una de ellas nos miraba con decepción, o eso pensábamos, su rostro sostenía unos gigantescos anteojos, de los cuales agrandaban aún más las cuenca de sus ojos, Y las arrugas que adornaban sus parpados.
Mientras la otra maestra, mucho más joven, coqueteaba con el portero, enmarcando una sonrisa sardónica que cubría casi la totalidad de su rostro. Con unos dientes blancos perlas.
Mis pasos eran apresurados, por dos razones: en mi regreso tenía que adentrarme en un extenso campo de pasto que me llegaba casi a la cintura, para cruzarlo se encontraba un estrecho camino serpenteante. Y la segunda era Oscar, el medieval, nombre puesto por uno de sus víctimas, le encantaba torturar a cualquiera que encontrara en su camino. Tal, como la edad media.
Ese día fue mi turno, siempre era el primero en salir del colegio, a paso veloz, adelantándome. Pero después de lo sucedido supe que no importa cuánto quiera esquivar el destino, ella siempre me encontraría, tarde o temprano.
Estando a la mitad del camino, la silueta de Oscar, el medieval me encontró, mis ojos buscaban una salida, un camino alterno, una escapatoria, pero era inútil, cuando decidí escapar por la maleza, sus manos ya me tenían.
No recuerdo su rostro, tampoco sus palabras, pero su sonrisa, recuerdo el miedo que provoco ver esa sonrisa.
Sus dedos eran como tenazas de carne y hueso, de su bolsillo saco una bolsa, al abrirla supe cuál sería mi tortura, el olor llego de golpe y con, mi desesperación.
Tomo la bolsa de la base, dejando la abertura hacia arriba, quede estático, con terror en mis ojos, el solo reía.
Con el movimiento justo y eficaz, embadurno mi rostro.
Sentía sus dedos cubrir cada parte de mi rostro, cerré la boca y mis ojos fuertemente.
Pero, podía sentir la mierda en mis dientes, en mi nariz.
Al soltarme me arrodille y vomite, dejando mi garganta en el suelo.
Tome mi guardapolvo y limpie desesperadamente cada parte, poro y cabellos arriba de mis hombros.
Sus pies seguían observándome, llegué a escuchar una frase, que pensé la había olvidado.
— Come mierda –
Como uno esconde el pasado... lo oculta cuando es dañino, pero el pasado es y será, no se borra, tampoco se esfuma, aunque rindas cada suspiro o niegues tan fuerte que te llegue a doler la cabeza. El aparecerá junto con los sentimientos que dejaste olvidados.
Come mierda... esa frase apareció, no solo por el mal sabor que dejo en mi boca el café. También por el miedo que me envolvió ese día, hoy lo sentí nuevamente.
Oscar el medieval, hoy no se encontraba aquí, pero mi corazón latió nerviosamente y no sabría por qué.
Me aliste para salir, cruce el extenso pasillo que dividía la salida con el resto de la casa.
Un pasillo que me enamoro al momento de entrar por primera vez a la casa, recuerdo ser adusto cuando Milagros me trajo a ver la casa, los defectos se acumulaban en mi cabeza como arena en una playa, pero al entrar y ver el extenso pasillo, todas las carencias, se transformaron en meras opiniones que se desvanecían a medida que lo recorría.
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