Fabián Capdevila - Sugestión
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Ahora, Leo se enfrenta a la oscuridad.
Dejándola entrar a su vida.
Tendrá que luchar, no por él, tampoco por ella.
Por redención.
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No sabría decir, si por necedad o locura, me era imposible sacar mis ojos de aquello tan extraño que me observaba, todo dejo de tener sentido, para mí, solo existía eso y yo.
Lo observe como si fuera un sueño, sentía como si todo flotara, pero la realidad llego cuando mi cuello cedió y no tuve más remedio que romper esa extraña sensación al observarlo. Todo volvió, la sensación de existencia golpeo mi cráneo, y mi cuerpo recupero su habitual movimiento fofo de solo vivir por vivir.
Instintivamente apreté el pedal del freno hasta hundirlo en el suelo del auto.
Fue una sorpresa ver dos figuras delante de mí, tarde un segundo en darme cuenta lo que decía una de ellas.
—¡¡qué te pasa hijoeputa¡¡... casi nos matas, pedazo de mierda!!
La mujer que gritaba levantaba la mano con el puño cerrado, golpeando varias veces el capó, estático por la situación solo observaba como la chapa cedía ante los contundentes golpes de la joven mujer, a su lado una anciana con su mirada triste y vacía.
Percibí en sus ojos, que deseaba la muerte, deseaba que mis reflejos no fueran tan buenos, o que fuera un automovilista desalmado y que la atropelle, huyendo con su amarillenta y vieja sonrisa, desparramaba en el pavimento, mientras su gastada sangre manchara sus recuerdos antes de morir.
Instintivamente gire mi cuello, por sobre mi hombro, con temor y curiosidad mórbida. Solo se encontraba el espacio vació, pero por un instante, dibuje su silueta, con ojos brillosos y su sádica sonrisa.
Tome mi rostro como si fuera una máscara quebrada y desecha por el tiempo, cayendo a pedazos, fundiéndose con el miedo que emanaba mi alma.
La joven y la anciana, retomaron su rumbo. Vociferaba aberraciones sobre mi persona y vidas pasadas, pero la anciana seguía con su mirada profunda, con estigma de aflicción esparcida en mi parabrisas. Mientras era arrastrada gentilmente por la mujer más joven.
No servía de nada levantar mi mano en señal de perdón, ambas se marcharon, y sin darme cuenta coloque mi mano en alto, inconscientemente necesitaba ser salvado en ese momento. No importaba como, tampoco quien, solo necesitaba la extensión de un brazo, que me ayudara a salir del abismo que me encontraba, fuera en la orilla o en el fondo oscuro y visceral del agujero en el cual podría encontrarme.
Sin más y con movimientos pausados, puse a rodar el auto, con una extraña sensación de ser golpeado en el pecho, sacándome el aire.
Di una cuántas vueltas más, mis manos aún seguían húmedas, el volante rechinaba por el sudor, cada vez que decidía entrar al edificio donde trabajaba, cambiaba de parecer y volvía a apretar el acelerador, no pensaba en mucho, solo en ella.
Por alguna razón Milagros abarco toda mi atención. Preguntándome que me diría, ahora, para calmar mis nervios, para opacar el miedo...
¡¡Ohh!! deseaba besarla y tenerla en mis brazos, deseaba traspasar la muerte y traerla de vuelta, pero eso era imposible. Trate de escuchar su voz, de sentirla a mi lado, de percibir su calor y su aroma.
Trate de pensar en ella, sentada en la cocina, con sus manos ocupada en álbumes, acomodando siempre nuestras fotos, especulando la fecha y hora en las que fueron tomadas, para armarla cronológicamente, siempre se rendía después de media hora buscando una fecha o una foto que solo estaba en su cabeza.
Así empezó todo, olvidos, olores extraños que solo ella percibía, sombras que veía pasar cerca de ella o de mí.
Recuerdo una noche, días después de saber que el cáncer la había alcanzado. Ella dormía en mi regazo, mientras yo la observaba reposando angelicalmente sobre mí. Mis ojos casi se cerraban, me negaba a dormir, contenía el sueño, forzando mis parpados para mantenerse abiertos, no por capricho, a mi entender, pensaba, si dormía, ella podría necesitarme de una forma u otra. Como cuando tu hijo tiene fiebre por varias noches, o tu esposa estaría a días de dar a luz, sentimientos asustadizos que no lo puedes repeler, o quitar de tu sistema.
Las luces de los faroles eran más fuertes esa noche, no había luna, y si la hubiese seria cubierta por algunas nubes negras, amenazando con lluvias por la mañana.
Mis parpados cedieron al cansancio, pero los abrí asustado y perdido. La oscuridad penetraba aún más la habitación. Pronto me di cuenta que Milagros no se encontraba.
Estire el brazo para encender la luz, pero esta no encendía.
—Milagros, amor...estas bien – espere unos segundos su respuesta.
Esperando la respuesta noté, a través de la ventana, que los faroles se encontraban apagados, que todo estaba a oscuras, el mundo estaba en penumbras – pensé.
—Milagros... – mi voz trepaba por las paredes, buscando respuesta. Mi corazón empezó a latir mucho más rápido, mi vientre se contrajo y mis ojos se cristalizaron casi de inmediato.
Baje de la cama como si mi vida dependiera de ello, y así era, ella era mi vida.
Rápidamente llegue hasta la puerta con las manos en alto, golpeándome la pantorrilla con la mesa de luz.
El golpe recorrió toda la casa.
—Amor estas bien, ¡¡Milagros!!
Tenía en mi memoria cada pared y mueble de la casa, solo escuchaba la fricción de mis pies con el suelo.
Me encontraba casi a la mitad de la casa, cuando creí haber escuchado ruido. Estático, sin otro movimiento que el de mi corazón golpeando mi pecho, escuche, me concentre en la oscuridad y busque.
Por mi mente la imaginación dejaba estragos, la veía a ella tirada por el pasillo con su boca abierta, pidiendo ayuda sin lograrlo.
Cómo el ser humano ve lo negativo en la desesperación, agravando aún más la situación, es por naturaleza contestaba otra voz en mi interior, debió quedarse dormida , nada más . Seguía contestándome. Y sin darme cuenta, mantenía una conversación conmigo mismo. Locura, desesperación, miedo.
¡¡Encuéntrala... encuéntrala...!!ya¡¡
Llegue hasta la puerta del baño, toque varias veces...
—Estas dentro...Milagros.
No hubo respuestas.
Tome el pomo de la puerta y lo gire. Pero antes de abrir la puerta, una de las sillas de la cocina rechino.
—Milagros – casi susurre su nombre.
Di un par de pasos y pude sentir su respiración, era suave y calma.
Llegue hasta su brazo, estaba más delgado, frio y esquelético. O eso pensé.
—Milagros que haces acá, vamos a la cama.
—Las fotos son hermosas, aún recuerdo el olor a pradera de ese día – me dijo con voz suave.
Estaba delirando, su mente ya no le pertenecía.
La luz golpeo mi rostro como si fuera un martillo, mis ojos tardaron en abrirse, y al hacerlo ella se encontraba sentada, con un álbum sobre la mesa.
Una de sus manos reposaba sobre una fotografía.
—Vamos a la cama, necesitas descansar, vamos...
La tome de la cintura y por primera vez note sus huesos, note que se consumía por dentro, preguntándome donde estaba su Dios, al que tanto tiempo ella le dedicaba, al que tanto le debía, al que tanto pronunciaba. Donde estaba, de seguro esa noche, se encontraba lejos, sin poder salir de su iglesia, oculto por la vergüenza. Demostrando que solo es un hombre de carne y hueso que vivió hace muchos años.
Su cabeza reposo en la almohada y sus, ya, casi extintos bucles, adornaban las sabanas.
—La pradera... recuerdo ese día – balbuceaba entre sueño – la pradera.
Bese su frente.
Las luces se encontraban prendidas, todas y cada una de ellas, comencé apagando las de la habitación, seguí con la del living y después la del baño.
La cocina seguía encendida, tome el álbum, pero antes de cerrarlo, observe la foto en donde ella posaba su mano.
Era llamativo el frondoso color verde que emanaba la fotografía, ella reía y yo la observaba, árboles y praderas, fue sacada en el campo donde vacacionamos para nuestro aniversario.
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