Fabián Capdevila - Sugestión
Здесь есть возможность читать онлайн «Fabián Capdevila - Sugestión» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Sugestión
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Sugestión: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Sugestión»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Ahora, Leo se enfrenta a la oscuridad.
Dejándola entrar a su vida.
Tendrá que luchar, no por él, tampoco por ella.
Por redención.
Sugestión — читать онлайн ознакомительный отрывок
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Sugestión», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Cerré el libro, dejándolo en medio de la mesa, pero antes de hacerlo, las palabras de Milagros retumbaron en mi cabeza...
La pradera, aún recuerdo el olor a pradera... ¿Cómo...?
En la oscuridad... ella lo vio.
Reí, por ignorancia. Deje el álbum en el centro y apague la luz.
Esa noche reste de importancia, pero ella vio, revivió nuestro día.
Como dije, ojalá la tuviera aquí.
Estacione el auto, pero me rehusaba a entrar, por algún motivo, deseaba estar en mi casa, deseaba sentarme y observar la nada.
Pero me conforme con el interior de mi auto, podía ver el brillo del sol al entrar por el parabrisa, mis ojos se cerraban, muy lentamente. Su fulgor atrapaba toda mi atención, despojándome de toda fuerza, toda voluntad por hacer cualquier movimiento. Era placentero entregarme por completo a la simpleza del brillo...
—Jefe...¡¡¡ – golpearon en el vidrio.
Hoy la soledad se tomó vacaciones, me dije.
—Que sucede Tommy – pregunte mientras bajaba el vidrio.
—Necesito que apruebe este envió.
Me observaba como si mis ojos estuvieran vacíos, como si solo fuera un cascaron.
—Sé que no debo preguntar, pero se encuentra bien.
—Porque lo dices.
—Por nada, disculpe. Puede firmar el formulario de locación.
Lo tome, mientras lo observaba.
—No te disculpes... – tomé la lapicera y antes de firmar, con pavor vi la dirección –¡¡Tommy que es esto!! – dije sorprendido.
—Es la confirmación del predio donde nos envió.
Leí de nuevo la dirección y me sorprendí por segunda vez en el día.
—La dirección¡¡, quien te la envió.
—Usted jefe, esta mañana, por correo. Solo necesitaba su firma de nuevo.
—Mierda... ¡¡quien fue al lugar!!
—Medina, como siempre.
—Llámalo ya...
Tomo su teléfono y marco.
El teléfono sonó un par de veces antes de que el contestador apareciera.
—No atiende jefe.
Tiré por la ventanilla los papeles y encendí el auto.
—Sigue intentando y dile que no haga nada, que me espere.
Puse el motor en marcha y de un tirón arranco.
Usted jefe, esta mañana...
Podía escuchar la voz de Tommy traspasar el rugido del motor y llegar como una oleada de pestilencia hacia mis oídos y de ahí a mi cabeza, colisionando con el cráneo.
Mientras era un corredor de fórmula 1 por la Avenida Rivadavia, la frase rebotaba en mi cabeza.
El volante era un péndulo, pero con más velocidad que destreza, al doblar la plaza en donde San Martin se encontraba erguido con su caballo “ Blanco ” apuntando hacia el oeste, con su mirada pétrea.
La rueda trasera golpeo la acera, desestabilizándome y casi dando de lleno a otro auto, no hubo destreza en no haberle dado de lleno con la trompa, fue pura y llanamente suerte. O desesperación, quien lo sabría.
El auto rugía como un lobo y las ruedas rechinaban en el asfalto, comiéndose el caucho.
—No puede ser... no puede ser... – repetía una y otra vez.
No recordaba haber enviado semejante correo, menos esta mañana, pensaba.
De seguro lo hiciste dormido. Idiota... — respondía mis propias preguntas.
Giré a la izquierda y apreté el freno, de seguro marcando unas grandes huellas negras.
Un cartel en letras blancas y fondo azul, decían Cementerio de la ciudad y abajo con letras más chicas y borrosas – eterno descanso –
Un enjuto hombre se encontraba en la recepción.
—Bettona, como estas.
Mi frente sudaba y mis labios temblaban, sin mencionar la agitación que vomitaba acompañado de mis ojos abiertos y asustados.
—Disculpe... pero hoy vino...
El enjuto hombre que llevaba un traje gris, arrugado más que nada por el poco espacio que abarcaba su cuerpo, me alcanza una silla y con una mano en mi hombro, me sienta.
—Tranquilo, Medina está en mi oficina, está más asustado que usted, ¡qué digo hombre! Esta que se caga en los pantalones, pensando que casi comete el peor error de su vida.
—Entonces...
Dejo mostrar sus dientes y aunque prosaico con su apariencia, eran blancos y perfectos. Como si fuera su carta de presentación al vender un pedazo de tierra que a lo largo del tiempo será olvidada o desecha.
—No se preocupe, lo detuve antes de que lo hiciera, pero no es culpa de él, ya que el pobre Medina no sabe nada de su jefe, no es así...
Confirme su pregunta solo moviendo mi cabeza.
El aire caliente que salía por mis orificios, hizo que recordara esos volcanes que eructaban una gran masa ígnea que evaluaba a la tierra con su propio test de manchas de tintas, para luego caer como un vomito caliente sobre las rocas puntiagudas. Aparte de un gran dolor que se acumulaba en mi pecho, por culpa del sedentarismo como forma de vida o elección casual.
—Gracias... Don Lucero – la oración fue un desahogo y al mismo tiempo un cambio de aire que amortizaba la temperatura en mis fosas nasales y pulmones.
Pero mientras agradecía esperaba la fatal pregunta, que aún yo no podía responderme.
Pregunta que llegue a detestar, pregunta que no quería oír, ya que yo mismo la instale en el corto metraje hasta llegar aquí.
—Ahora dígame hombre, ¿porque el formulario estaba autorizado por usted?
—Debió ser algún error administrativo, completa culpa – lo observe con la convicción de un médico al declarar con pena la muerte de un ser querido.
—Si es así, tiene que calmar al asustadizo empleado suyo, ya que no lo convencí ni dando el teléfono de mi hermosa hermana – riendo y mostrando el jardín de perlas que adornaba su sombrío rostro.
Al cabo de unos minutos estrechamos manos y todo olvidado con Medina, que igual se marchó asustado y pidiendo perdón más de una vez.
Mientras más lo leía, más sorprendido estaba, sin duda era mi autorización al pie de la hoja, confirmando despojar todo lo que se encontrara en la bóveda 301-A. Bóveda en la cual se encontraba descansando Milagros Bettona.
El camino de pequeñas baldosas hasta ella, era eterna y siempre llegaba con mi rostro humedecido.
Mientras ungía mis pensamientos en ella, una reflexión surgió.
Hoy más que nunca la necesite y ahora me encuentro a escasos metros de ti...
Era una bóveda con pintorescas figuras que ella deseo, no en un papel, tampoco ante un gran escribano de mirada adusta.
Me las susurro al oído, y eso se impregno en mí, adueñándome de sus deseos póstumos, como si fueran propios.
Hacia los lados de la entrada en donde se encontraba sellada una gran puerta de granito, había dos ángeles, con miradas perdidas en el cielo, en sus manos detalladamente con exquisitez, sostenían dos arpas, que a su vez eran las columnas de la bóveda.
Y en la puerta, una frase que ella pidió al susurrarme.
“ Cree en él, cuando tu mundo oscurezca ” frase que aborrecí, no por hablar de él. Ella siempre lo amo, y eso lo entiendo ahora, pero cuando me pidió que grabara eso en su lapida, la envidia carcomió mis huesos, odiándolo más.
El hombre que todos los domingos ella adoraba, el hombre clavado en una madera, que nunca le hablo, nunca la escucho, nunca la acaricio, a ese hombre ella le dedico el último pensamiento...
Como odie esa frase, odie sus últimas palabras, sin pensar que cada una de esas palabras, cada gota de aliento que expulso al decirla, era para mí.
Mire alrededor de la bóveda y algunas se encontraban tan olvidadas, tan desechas por el olvido de las personas que juraron recordar a sus muertos, que me avergonzó.
Algunas ya solo monumentos a la omisión, solo un montón de piedra y maleza al dolor. Dedicados a los que fueron, como héroes en silencio.
—Señor Bettona se encuentra bien – a pocos metros se encontraba Don Lucero, ignorando el tiempo que estuvo, esperando que no fuera capaz de oír mis pensamientos.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Sugestión»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Sugestión» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Sugestión» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.