Pero, ¿qué entendemos exactamente por lenguaje inclusivo? ¿Es lo mismo que lenguaje no sexista? ¿Se trata de una transformación lingüística o de una denuncia social? ¿Valen por igual todas las versiones de lenguaje inclusivo? ¿Es una simple jerga urbana adolescente? ¿Debemos consultar a la Real Academia Española y a la Academia Argentina de Letras? ¿Propone o impone? ¿Es posible avalar el género gramatical “ masculino universal ” y no tener intención de discriminar a las identidades que se construyen por fuera de la masculinidad? Si una persona ya es no sexista, ¿es necesario que modifique su discurso?
La aparición del lenguaje inclusivo en la escena pública, así como su rápida propagación e institucionalización posterior en vastos sectores de nuestra comunidad lingüística, despiertan todo tipo de preguntas, dudas e inquietudes. Ojalá este trabajo contribuya a responderlas… y a generar otras nuevas. Siempre.
Si bien el lenguaje inclusivo ganó notoriedad en 2018, la estrategia de intervenir la lengua con determinada intencionalidad política2 no es un fenómeno novedoso. Ni en nuestro país ni en el mundo, tal como veremos más adelante. En Argentina, hace varias décadas que diferentes actores sociales (no casualmente, grupos subalternizados en términos de identidad sexual3) vienen ensayando diversas maneras de evitar que nuestro idioma funcione como una tecnología invisibilizadora y discriminadora de determinadas identidades.
Ya en los años ´70 y ´80, durante la Segunda Ola del Feminismo local, las activistas argentinas denunciaban el carácter sexista del plural “ masculino universal ” y expresaban su repudio ante el hecho de que el género gramatical masculino pudiera nombrar a la vez lo universal y lo particular, mientras que el género gramatical femenino sólo sirviera para designar lo específico. Si la palabra “ hombre ” podía aludir tanto al Hombre-Humanidad como al hombre-varón, ¿por qué la palabra “ mujer ” no podía ser también referencia universal? y ¿por qué las femineidades debían quedar invisibilizadas dentro de un género gramatical masculino plural que no las representaba? En 1973, por ejemplo, la profesora en Lingüística Delia Suardíaz ya destacaba el modo en que las mujeres estaban ausentes en diversos usos sexistas de la lengua (tanto en el vocabulario como en el plural “ masculino universal ”), y en 1988 la doctora en Letras Lea Fletcher publicó el artículo “El sexismo lingüístico y su uso acerca de la mujer” en la primera edición de la ahora histórica revista Feminaria. El hecho de que las activistas hayan incluido el tema en una publicación sobre teoría feminista revela que el sexismo de la lengua ya era un tema de agenda en aquel momento.
En una época en que las mujeres lograron ser casi la mitad del alumnado universitario y evidenciaron una participación exponencial en el ámbito del trabajo remunerado, hablar de “los estudiantes ” y “los trabajadores ” empezó a sonar injustamente discriminador al no reflejar el protagonismo creciente de ellas en el espacio no doméstico. Algunas feministas de la época aseguran, incluso, que la idea de flexionar palabras con epara evitar la marca de género discriminadora (decir “ todes ” en lugar del “ todos” supuestamente universal) surgió en aquel contexto, aunque la coyuntura del momento no fuera propicia para su teorización y divulgación. El terrorismo de Estado a partir de 1974, el estado de sitio durante la dictadura 1976-1983, la inestabilidad institucional ya en democracia y –por supuesto– la inexistencia de redes virtuales que facilitaran la comunicación instantánea y horizontal, todo esto impidió el desarrollo de un debate abierto sobre el tema.
Justamente porque hubo años de gran inestabilidad político-económica no sólo en el país sino en toda América Latina, los asuntos relativos al género debieron esperar hasta el nuevo milenio para disputar un lugar en la agenda pública. De manera simbólica y casi como anticipando un período de expansión de derechos populares en Latinoamérica, el 30 de diciembre de 1999 entró en vigencia una nueva Constitución en Venezuela que, por primera vez en la región, consideró a “ hijos o hijas ”, “ extranjeros o extranjeras ” y “ ciudadanos o ciudadanas ”. Sin embargo, pese a la bienvenida intención igualitaria del texto, el desdoblamiento masculino/femenino de cada palabra genéricamente marcada presentó y presenta todavía, al menos, tres inconvenientes:
a) Atenta contra la economía verbal, hace pesada la lectura y distrae del contenido a comunicar (por ejemplo, el artículo 39 dice: “ Los venezolanos y venezolanas que no estén sujetos o sujetas a inhabilitación” … );
b) Prioriza lo masculino, al nombrar siempre primero a ese género; y
c) No considera la existencia de identidades sexuales por fuera del rígido binarismo masculino/femenino.
Durante esos mismos años iniciales del milenio, los flamantes teléfonos celulares con teclado alfabético –cada vez más sofisticados y accesibles a una mayor cantidad de personas– permitieron al público usuario trabajar en la economía del lenguaje de muy diversas maneras. Desde abreviar palabras o frases ( “ke ” en lugar de “ que ”, “ tkm ” en vez de “ te quiero mucho ”) hasta simples emoticones que condensaban oraciones enteras con su expresividad ( ,), los dispositivos personales se convirtieron enseguida en mucho más que un aparato para conectarse a distancia: el carácter informal de las comunicaciones escritas tramitadas por esta vía muy pronto habilitó la creatividad popular y comenzaron así las intervenciones frecuentes en la lengua común.
La primera novedad en este sentido fue el uso de la arroba4 como estrategia sintética para referirse a grupos mixtos, integrados tanto por femineidades como por masculinidades. Porque “ todos y todas ” hubiera sido engorroso de escribir en los telefonitos, el “ tod@s ” apareció como una solución extraordinaria que no sólo era eficiente en términos de economía lingüística, sino que aparentemente evitaba la priorización de lo masculino al nombrar en un mismo espacio físico y simbólico a los dos géneros humanos hasta entonces legitimados.
Sin embargo, las críticas no tardaron en llegar. Algunos feminismos leyeron el signo @ como una pequeña asubordinada a una gran Oy repudiaron entonces su carácter todavía inequitativo, mientras que ciertas personas y colectivos (como el intersex5, que empezaba a cobrar finalmente alguna visibilidad social) denunciaron el espíritu binario de la propuesta y tampoco la aceptaron. Aun así, a estas alturas los activismos ya habían asumido el compromiso social de encontrar una manera para nombrar seres humanos sin incurrir en discriminación sexual, de modo que a partir de ese momento se idearon múltiples formas sexo-político-gramaticales destinadas a incluir/incluirse en el discurso cotidiano.
Dado que los géneros humanos no estaban dispuestos a ser mal representados por los binaristas géneros gramaticales, las propuestas superadoras que se hicieron de ahí en adelante evitaron por completo cualquier alusión a las marcas de género con ay con oque habían impuesto desde siempre la academia y las costumbres. Así, bajo este nuevo paradigma anti-binario, surgió la xcomo marca indefinida de género con el firme propósito de incluir efectivamente a todxs. Porque la equis es una letra muy poco frecuente en nuestra lengua, su estratégica presencia disruptiva dirigía la atención del público hacia las terminaciones de las palabras (las desinencias) y las marcas de género arbitrarias que se intentaba problematizar/eliminar. En palabras de SaSa Testa, la x“ señala que ahí hay una disputa ”6, pero –además– en matemática la xrepresenta una incógnita, por lo que su aparición en el discurso escrito cotidiano permitía des-naturalizar la ansiedad social por explicitar la identidad sexual de cada persona del público cuando no resultaba necesario: por ejemplo, al escribir en un cartel “ Bienvenidxs todxs ”.
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