—Cualquier adiestrador lo haría mejor, de otra manera tal vez, pero mejor.
—Entonces, si no habla el Lenguaje Primero, ¿qué le dijo al ave? ¿Por qué vino sino el halcón? ¿Eh?
—Gracias a Erma-Mindylaisïr.
—¿Eh? —interrogó Radagash más confundido que nunca.
—Verás. Una vez hablamos sobre el corto trecho de viaje que mi hermana y yo compartimos con el entonces Heredero Supremo de la Gran Ermagacia. Él nos habló de los Antiguos Poderes, el Lenguaje Primero es uno de ellos. Lo recuerdas, ¿verdad?
—Sí, sí —dijo el muchacho, que siempre había sentido verdadero interés por este tema que tanto le intrigaba.
A esta altura de la conversación, el joven ya había olvidado la brillante idea que había pensado exponer cuando el Rey le pidió que se acercara a hablar con él.
—Bien —prosiguió Zarúhil—: una noche en la que me hallaba en un remolino de sueños extraños, tuvo lugar uno que los unificó a todos y tras el cual me desperté. En este sueño me encontraba solo, de pie, en unos parajes completamente desconocidos y desolados. La Hoja de Fuego estaba en mi diestra, y era su cuerpo candente lo único que iluminaba la espesa oscuridad de la noche; yo no hacía otra cosa que mirar a la espada. Más de pronto una claridad mayor se unió a la de Shuromyr, y al levantar la vista me encontré con el radiante y hermoso rostro de Erma-Mindylaisïr; él no me hablaba, solamente sonreía y me miraba con esos ojos tan bondadosos. Me sentía plenamente feliz. Pero esa sensación de bienestar no se comparaba con la que le siguió luego, cuando el Portador de la Hermosa Esperanza comenzó a cantar en el Lenguaje. Todo el conjunto era extraordinario, Mindylaisïr, su voz, sus palabras. El canto era bellísimo y breve, y el Hijo del Eclipse lo cantaba una y otra vez, pero yo solo podía comprender la primera y la última palabra del mismo. Ambas eran como un saludo universal; la primera era un llamado que daba la bienvenida, la segunda en cambio era una forma de despedida, pero una despedida en paz y sin ataduras. Mientras Mindylaisïr cantaba, surgían del suelo vástagos de lakkur , que crecían mientras duraba el canto, y cuando este cesaba, cesaba su crecimiento. ¿Te dije alguna vez qué era un lakkur ?
—Sí, un árbol. ¡Ah sí! El Árbol Dorado, uno de los símbolos de los ermagacianos, cuya hoja nunca perece. Aunque yo nunca vi uno, y Adlow me dijo una vez que ya no existen. ¿Es cierto, mi Señor?
—Hum... lo dudo. Yo vi uno siendo niño, mientras estaba en Xinär. Era un ejemplar antiquísimo, y aunque los nobles hacían lo que estaba a su alcance para preservarlo, se iba extinguiendo inexorablemente. Tal vez aún estaba cuando los Quemadores devastaron Xinär. Sea como sea, ya no existe. En la Gran Ermagacia también había uno, sobreviviente de las Primeras Edades. El Gran Hacedor hablaba desde su tronco. Y se lo conoció en toda la tierra como el Oráculo del Árbol. Mindylaisïr conocía un lugar en donde se encontraba el último bosque de lakkures y algún día nos mostraría a Koralhil y a mí, esa maravilla del mundo antiguo. Lástima que luego tuvo tan triste final, era un ser extraordinario y hoy sería un magnífico Rey.
—¿Y el sueño? ¿Terminaba ahí? —preguntó el muchacho, haciendo sonreír al Rey, quien no podía culparlo por el poco interés demostrado en la persona del Portador de la Hermosa Esperanza, porque no lo había conocido.
—No; pero luego todo se volvía oscuro de nuevo y... ¿adivinas quién aparecía?
—¿El Tamtratcuash?
—Así es. Y yo al instante me ubicaba delante de Mindylaisïr. No estaba dispuesto a perder de nuevo a mi amigo. Y ahí se hallaba el maldito demonio; con sus ojos brillantes y la negra calavera en su pecho. Las sagradas espadas parecían yertas en sus manos, y su enorme porte amenazaba que de un momento a otro saltaría sobre mí. Yo permanecía alerta, esperándolo.
—¡Ah, mi Rey! ¡El más valiente! De veras que algún día se va a enfrentar a ese Amo de los Miedos, y entonces le atravesará el estómago con Shuromyr, y se lo va a chamuscar todo, y yo lo voy a ayudar... yo le voy a cortar la cabeza con Adl y...
—¿Con «Adl»? —preguntó el Rey, divertido e intrigado.
—Es como nombré a mi espada —respondió Radagash algo avergonzado—. Verá —explicó el muchacho—, la suya se llama Shuromyr, que en la Lengua Madre sería «Espada Roja», aunque se la conoce más como la Hoja de Fuego. Y «Adl» significa «Chispa» ¿no cree usted que el nombre de la espada del Rey debe guardar relación con el nombre de la espada de su mejor guerrero?
—Oh, pues no me cabe la menor duda —respondió el Rey antes de agregar—: pero Adl es el nombre de...
—Sí, ya lo sé, fue ella quien me dijo su significado.
—Ustedes dos eran muy amigos, ¿verdad? —lo interrogó Zarúhil con una pícara sonrisa.
—Mi Señor, solo divagamos. Continúe con el sueño por favor. ¿Lo atacaba Atcuash? —Fue la desesperada salida del protegido, que odiaba reconocer que de niño había cedido su amistad a una niña.
Zarúhil hizo un momento de silencio, que torturó enormemente al jovencito, antes de continuar su relato:
—No, el muy cobarde daba un horroroso alarido que acababa con la obra de Mindylaisïr en instantes, y después, utilizando el Lenguaje, le ordenaba a una tremenda fiera que nos atacase y huía. También pude comprender esa palabra, pero era oscura y terrible, y la atadura que producía era tal que la orden no daba cabida a resistencia alguna. Al entender lo que iba a suceder, empuñé con más fuerza mi espada. La bestia era inmensa y duplicaba mi tamaño, pero no me intimidaba. Cuando solo se encontraba a tres pasos de mí, el Portador de la Hermosa Esperanza se adelantó, y por fin, dirigiéndome la palabra dijo:
«Amigo mío ¿aún no comprendes que ese no es el modo?»
—Y con la dignidad que lo caracterizara en vida, le gritó al animal el primer saludo del Lenguaje. Este se detuvo a sus pies jadeando al principio, y allí se quedó. Yo no podía salir de mi asombro, pero entonces Mindylaisïr, hablándome de nuevo dijo con la más hermosa de las sonrisas:
«Ahora ya sabes cómo termina».
—Comprendí al instante lo que debía hacer; y lo hice.
—¿Mató a la bestia? —inquirió el ansioso interlocutor
—No, Radagash. ¿Cómo se te ocurre? La despedí, en el Lenguaje Primero, entonces se fue y luego desperté. Recordé las últimas palabras que el Hijo del Eclipse me dirigió:
«Libero de sus ataduras a los Antiguos Poderes que en ti residen. Parte de tu sangre es ermagaciana, eso debe bastar».
—Creo fervientemente que Mindylaisïr liberó el Lenguaje Primero dentro de mí. Según las profecías el Hijo del Eclipse tendría ese extraordinario poder.
—¡Oh, mi Señor, qué poder enorme de atadura debe tener ese primer saludo! Porque el pajarraco no se ha movido de aquí en todo este tiempo.
—Creo que ya es hora de dejarlo ir. ¿No te parece a ti? —dijo el Rey haciendo un guiño cómplice a Radagash.
El muchacho asintió con la cabeza, y el viejo halcón, luego de que Zarúhil pronunciara el segundo saludo, regresó a su rama.
—Pero entonces cuando usted me dijo que no hablaba en el Lenguaje, solo lo hizo por modestia, porque con estas tres palabras podría dominar el mundo entero.
—No digas tonterías, Radagash; jamás utilizaría el Idioma Único tan vilmente como lo hace el Amo de los Miedos. Además, no estoy seguro de saber las tres palabras; porque a la tercera, la que aprendí de los impuros labios del bárbaro, no me he atrevido siquiera a pensarla, era un mandato terrible. No puedo comprender cómo un Lenguaje tan sublime como el Primero, tenga palabras tan oscuras como esa.
Читать дальше