Si buscamos por encima de todo la modestia, escribiremos como Buson. Si nos creemos genios –al margen de que lo seamos o no– haremos el haiku de Bashô. Si somos complejos y valientes, llegaremos a ser Shiki. Si pensamos que somos cultos, como Sôseki. Si somos de ánimo ligero, como Kikaku. Si hemos logrado la plena conciencia de nuestros actos, seremos Santôka. Si nos consideramos espiritualmente realizados, nos veremos siendo Hôsai. Si carecemos de gracia, Ryôkan. Y si lo que piensen de nosotros nos importa un pimiento, nos transformaremos en Issa. Nuestra manera de ser, nuestras virtudes y defectos, se evidenciarán en nuestro haiku y cualquiera podrá allí fácilmente verlos.
La traducción del haiku es también una Vía espiritual. En primer lugar, te obliga a esperar. Esperar a ser invitado sin esperanzas de llegar nunca a ser aceptado. No se puede entrar en el reino de un haiku sin haber sido invitado. Sin colocarte en la explanada ante la puerta, como los aspirantes a ser monjes del mikkyô (budismo esotérico), y esperar con viento y lluvia durante semanas a que se abra –esa sola vez que se abre al año– y seas elegido para entrar en el recinto interior.
En segundo lugar, eres objeto de un desafío. A pesar de su sencillez, cada uno de los haikus nos interpela en el fondo de nuestros corazones, a veces cansados, sobreestimulados, distraídos, llenos de nada. “Resuelve mi belleza”, parece querer decirnos cada haiku. Y tantas veces como lo olvidemos, vuelve a subir a la superficie de nuestra conciencia, con un mismo imperativo: “Resuelve mi belleza”. En este libro se proponen setenta haikus como setenta enigmas dispuestos a ser descifrados. Con el convencimiento de que todo esfuerzo por desvelar un haiku tiene como resultado el desvelamiento del corazón de quien lo intenta. Así es el carácter especular del haiku. Porque nadie cuenta por sí mismo con los recursos necesarios para descifrar la perfección de un haiku, sólo se puede hacer un acto de vaciamiento y exponernos a él como ante un espejo. Somos lo que debe descifrar el enigma de la belleza del haiku. Únicamente así logramos ser un poco menos enigma para nosotros mismos. Tal como expliquemos un haiku, así seremos. Vemos nuestra alma en el haiku que tenemos delante. Éste ha sido el ejercicio que hemos querido hacer ante los lectores de estas páginas para que entre todos sigamos profundizando en esa esquiva y maravillosa naturaleza del haiku japonés. Es ésa la razón de que el estudio del haiku pueda convertirse para nosotros en un camino espiritual. Y como todo camino, requiere de una gran conciencia de tus actos y tus decisiones. Tratar de meter en el haiku más de lo que en él hay es más desgraciado que no descubrir algo de lo que contiene. Si escribir haikus es un magnífico entrenamiento de apertura al misterio, traducir y comentar haikus te enseña la difícil ciencia de ser prudente.
Hace siete años la maestra japonesa Nagamatsu Kazue nos regaló la caligrafía de este haiku de Chiyo-jo:
Amagumo ni hara no fukururu kawazu kana
La rana

infla el buche ante las nubes
que traen la lluvia
Y nos dijo: «¿Cómo podríamos explicar a los que no son japoneses lo que nosotros sentimos ante la lectura de un haiku como éste?». Estuvimos durante siete años aplazando el compromiso que suponía este interrogante. Durante este tiempo publicamos en castellano una decena de libros sobre este género. Pero no nos atrevimos a comentar haikus realmente difíciles, como éste de Chiyo. Difíciles, en algunas ocasiones –como ésta– por su aparente simplicidad. Finalmente decidimos asumir el reto. Después de estudiar con calma el haiku de Chiyo, escribimos:
«Para entender un haiku en el que se habla de una rana, hay que ser una rana. Si no, ¿cómo ver una nube con ojos de rana y desear comérsela? Se emplea la expresión hara ga fukureru (inflar la barriga), que en japonés coloquial significa lo que el castellano “comer con los ojos”. Nosotros –los seres humanos– sabemos que las ranas no comen lluvia. Pero, al menos esa rana que está observando Chiyo, no lo sabe. Y ahí está, inflando el buche mientras ve venir nubes grises de lluvia, relamiéndose como el que anticipa un festín. La confusión de esta rana ha debido resultarle cómica a la poetisa. Sin embargo estamos ante algo más que un simple haiku cómico. Bajo su sencillez inquebrantable, este haiku esconde un misterio. Un misterio que es capaz de viajar lejos, de un corazón a otro, sin mostrarse. La clave para comprenderlo no está en los tres sustantivos (nubes de lluvia, vientre, rana) ni en el único verbo (inflar), sino en una partícula:
(leída: “ni”), que en este caso puede tener una doble traducción: “ante” o “por causa de”. Es esa partícula la que está soportando toda la tensión entre los dos polos de este haiku: las nubes y la rana. El genio del haiku japonés es su habilidad para captar relaciones entre cosas. En este haiku de Chiyo, tenemos, de una parte, el “estar” de una rana –quieta en su lugar, con sólo un movimiento de vientre que pretende mágicamente atraer hacia sí las nubes que son el objeto de su deseo–; de otra parte, tenemos el suave fluir –casi también el “estar”– de esas nubes grises que han hechizado a una rana, y que van discurriendo hacia el exacto lugar donde ella detenida las espera. Dos polos claros, dos elementos en relación: unas nubes que parecen dispuestas a contener su lluvia hasta que se dicte el instante de soltarla, y una rana que cree poder alimentarse de esa lluvia. La relación como misterioso malentendido. El mundo tal como es. El misterio donde dejamos de percibirlo».
La explicación vino como una especie de permiso para seguir intentándolo con otros haikus. Desde entonces, la búsqueda de estos haikus difíciles se intensificó y la tarea fue ya imparable. Repasamos todos esos haikus que habíamos estado arrumbando durante años y decidimos presentarlos en un libro conjunto: una antología de haikus de belleza inexplicable. La colaboración de Yamada Akiko iba a resultar, como en otras ocasiones, fundamental. Su sabia opinión, su extraordinaria intuición, se iban a enriquecer con otras como la de Tsuji Hiroko, Tsujioka Mika, Iwashita Sayoko, y la de los profesores Aoki Fumio y Tsuji Mitsuhiro. A todos ellos, nuestro más profundo agradecimiento.
A pesar de nuestros denodados esfuerzos por desentrañar el misterio de cada haiku, éste permanece perpetuamente a salvo. El haiku nos ha desafiado para luego hacernos saber de nuestro fracaso. Saber que aún no somos red para el pez que pretendemos atrapar. El fracaso es parte de nuestro entrenamiento espiritual. Así reafirmamos la necesidad de seguirnos puliendo, de seguir afinando nuestros sentidos según las enseñanzas de los maestros del haiku japonés. No para lograr ningún objetivo. Los objetivos van a verse una y otra vez frustrados. Sino para que comiencen las transformaciones en nosotros mismos y llegar gracias a ellas a ubicarnos de verdad en nuestro mundo. El haiku es un modo extraordinario de entrar en la realidad que nos soporta; de vivir la existencia por dentro.
Vicente Haya
Barcelona, 17 de julio de 2006
PRIMAVERA 
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