Al contrario, la idea de que la agresión y la agresividad son reacciones que pueden ser controladas tiende a respaldar: i) la creencia de que hay mucho que podemos hacer para aprender a evitar o a mitigar nuestras actitudes y nuestros comportamientos agresivos, y ii) la creencia de que sí debemos asumir la responsabilidad moral por los daños a otras personas que pudiesen causar nuestros actos de agresión.
La manera en que Usted comprenda el escalamiento y sus causas será sustancialmente influenciado por el juicio de valor al que llegue sobre esta muy importante cuestión de si los seres humanos cometemos actos de agresión por un impulso innato o, al contrario, si estos constituyen una respuesta a estímulos externos que puede ser traída bajo un creciente control consciente a base de la reflexión y del esfuerzo.
Muchos investigadores que han dedicado sus vidas al estudio de la violencia han llegado a la conclusión de que ésta constituye un claro potencial, pero no una necesidad en la naturaleza humana. Preocupados porque este consenso científico no está adecuadamente diseminado o comprendido, 20 de los más destacados expertos en las ciencias biológicas y sociales, emitieron la Declaración de Sevilla en 1986, 6que recibió el posterior respaldo de la American Psychological Association y de la American Anthropological Association, y fue adoptada por el Consejo Económico y Social de la ONU, UNESCO, en 1989. El siguiente es el texto completo de dicha declaración:
En el convencimiento de que es nuestra responsabilidad referirnos, desde nuestras respectivas disciplinas particulares, a las actividades más peligrosas y destructivas de nuestra especie, que son la violencia y la guerra; con el reconocimiento de que la ciencia es un producto cultural humano que no puede ser definitivo ni totalmente incluyente; y con agradecido reconocimiento por el apoyo recibido de las autoridades de Sevilla y de los representantes de UNESCO en España; nosotros, los académicos que suscribimos, provenientes de todas partes del mundo y de varios campos científicos relevantes, nos hemos reunido y hemos llegado a la siguiente Declaración sobre la Violencia. En ella, desafiamos varios de los descubrimientos supuestamente biológicos que han sido utilizados, aun al interior de algunas de nuestras disciplinas, para justificar la violencia y la guerra. Porque esos supuestos descubrimientos han contribuido a generar un ambiente de pesimismo en nuestros tiempos, planteamos que el abierto y meditado rechazo de esos conceptos errados puede contribuir de manera significativa al Año Internacional de la Paz.
El uso inapropiado de teorías o de datos científicos para justificar la violencia y la guerra no es algo nuevo; se ha hecho desde el advenimiento de la ciencia moderna. Por ejemplo, la teoría de la evolución ha sido utilizada para justificar no solo la guerra, sino también el genocidio, el colonialismo y la supresión de los débiles.
Fijamos nuestra posición a base de cinco proposiciones. Estamos conscientes de que hay muchos otros temas en relación con la violencia y la guerra que podrían ser provechosamente enfocados desde el punto de vista de nuestras disciplinas, pero nos restringimos acá a lo que consideramos ser un importante primer paso.
“La guerra es producto de la cultura. La guerra es biológicamente posible, pero no es inevitable”.
Es científicamente incorrecto decir que hemos heredado una tendencia a hacer la guerra de nuestros ancestros animales. Aunque luchar es un comportamiento muy común entre especies animales, se han reportado solo unos pocos casos, entre las especies actualmente vivientes, de luchas destructivas al interior de una misma especie, y ninguno de esos casos involucra el uso de herramientas diseñadas para ser usadas como armas. La normal alimentación de una especie con base en la depredación de otra no puede ser considerada el equivalente de la violencia al interior de una misma especie. La guerra es un fenómeno peculiarmente humano y no ocurre entre otros animales.
El hecho que la guerra ha cambiado tan radicalmente a través del tiempo indica que es un producto cultural. Su conexión biológica es principalmente a través del lenguaje, que hace posible la coordinación de los grupos, la transmisión de la tecnología y el uso de herramientas. La guerra es biológicamente posible, pero no es inevitable, como lo evidencia la variación de su ocurrencia y naturaleza en el tiempo y en el espacio. Existen culturas en las que no han ocurrido guerras desde hace varios siglos, y existen otras que han participado en guerras, a veces con frecuencia, y otras que no lo han hecho.
Es científicamente incorrecto decir que la guerra o cualquier otra manifestación de la violencia está genéticamente programada en nuestra naturaleza humana. Aunque es cierto que los genes están involucrados en todo tipo de función del sistema nervioso, proporcionan un potencial de desarrollo que solo puede ser actualizado en conjunción con el ambiente ecológico y social. Aunque los individuos varían en su predisposición a que les afecten sus experiencias, es la interacción entre su herencia genética y las condiciones de crianza y desarrollo que determina sus personalidades. Salvo raros casos patológicos, los genes no producen individuos necesariamente predispuestos a la violencia. Tampoco determinan lo opuesto. Siendo los genes copartícipes en el establecimiento de nuestras capacidades de comportamiento, no determinan los desenlaces por sí solos.
Es científicamente incorrecto decir que en el transcurso de la evolución humana ha ocurrido una selección a favor de comportamientos agresivos por sobre otros tipos de comportamientos. En toda especie que ha sido bien estudiada, el estatus al interior del grupo se logra a base de la habilidad para cooperar y para desempeñar funciones sociales relevantes para la estructura de ese grupo. La ‘dominación’ involucra enlaces y afiliaciones sociales; no es simplemente función de la posesión y el uso de un poder físico superior, aunque sí involucra comportamientos agresivos. En los casos en que se ha instituido una selección genética a favor de la agresión en ciertos animales, por medios artificiales, ha resultado rápidamente en la producción de individuos híperagresivos; esto indica que la agresión no fue seleccionada en niveles máximos bajo condiciones normales.
Cuando tales animales híperagresivos, creados en contextos experimentales, están presentes en un grupo, perturban el orden social o son expulsados del grupo. La violencia no está ni en nuestro legado evolutivo ni en nuestros genes.
Es científicamente incorrecto decir que los humanos tenemos un ‘cerebro violento’. Aunque sí tenemos los mecanismos neurales para actuar de manera violenta, estos no son activados automáticamente por estímulos internos o externos. Como los primates superiores, y a diferencia de otros animales, nuestros procesos neurales superiores filtran tales estímulos antes de que podamos actuar con base en ellos. Cómo actuamos es moldeado por cómo hemos sido condicionados y socializados. No existe nada en nuestra neurofisiología que nos impulse a reaccionar con violencia.
Es científicamente incorrecto decir que la guerra es causada por ‘instintos’ o por cualquier motivación única. El desarrollo de la guerra moderna ha sido un largo viaje desde el dominio de factores emocionales y motivacionales llamados ‘instintos’ hacia el dominio de factores cognitivos. La guerra moderna involucra el uso institucional de características personales tales como la obediencia, la posibilidad de la sugestión y el idealismo; habilidades sociales como el lenguaje; y consideraciones racionales tales como el cálculo de costos, la planificación y el procesamiento de la información. La tecnología de la guerra moderna ha exagerado rasgos asociados con la violencia tanto en el entrenamiento de combatientes como en la preparación para la guerra de las poblaciones en general. Como consecuencia, tales rasgos con frecuencia se consideran, equivocadamente, las causas y no las consecuencias del proceso.
Читать дальше