Lázaro enfermó. Jesús se enteró por las hermanas y, tan pronto como pudo, se dirigió a verlo. Los discípulos no querían dejarlo ir, porque las autoridades de Jerusalén estaban persiguiéndolo. Pero él les dijo que Lázaro había muerto; logró llegar a las proximidades de la aldea, acompañado por sus discípulos, cuatro días después de que su amigo había sido sepultado. La casa de Marta y María se encontraba llena de judíos que habían ido a consolarlas.
Marta, mujer activa y sabia, supo que Jesús estaba cerca y fue a encontrarlo hasta las afueras del poblado. Hablando con Jesús, expresó toda su confianza en él y proclamó su fe: “¡Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios!” Enseguida llamó a su hermana y le dijo al oído, porque se hallaban presentes personas que querían matar a Jesús: “El maestro está aquí, y quiere verte”. María se levantó de prisa y fue al encuentro de Jesús.
Creyendo que María había ido a la tumba de su hermano para llorar, los judíos se dirigieron allá. Pero ella se encaminó a donde estaba Jesús y se arrojó a sus pies. “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Todos lloraban. Conmovido, Jesús pidió que lo llevaran al lugar donde descansaba Lázaro. Allí también él lloró. Y resucitó a su amigo.
Aun en aquella situación tan delicada, Marta y María se unieron al proyecto de Jesús con toda su fe y su valentía. En ese momento se convirtieron en sus discípulas, desafiando las normas impuestas por los varones del poder judío y del poder romano.

Si la gente crece con los duros golpes de la vida,
también podemos crecer con suaves toques en el alma.
(Cora Coralina).
¡Maestro Jesús, creo en ti!
Quiero ser tu discípula.
Tú me llamas: heme aquí, dispuesta
a ser una mujer nueva.
Soy Marta, laboriosa, servicial e impaciente;
soy también María, postrada a tus pies,
apasionada aprendiz.
Cargo un pesado fardo de tareas y obligaciones,
pero sé el tipo de mujer que soy y puedo florecer.
Quiero armonizar ambas personalidades:
ser Marta en contemplación,
y María, que ora a través
de la acción transformadora.
Que no me pierda en el exceso
de las cosas pasajeras.
En el horizonte de tu Reino,
¡elijo lo que vale la pena!
Amén.
María de Magdala:
Apóstola de los apóstoles
Los cuatro evangelios se refieren a María Magdalena como “María, la de Magdala”, pues era aquella una pequeña ciudad próxima al Mar de Galilea. Para conocer a esta María, consultaremos particularmente Lucas 8,1-3 y Juan 20,1-18, así como los escritos llamados apócrifos, es decir, los que quedaron fuera de la Biblia.
María fue sanada por Jesús, quien hizo que salieran de su cuerpo “siete demonios”. De acuerdo con la mentalidad de la época, se consideraba que las enfermedades eran provocadas por espíritus malignos. Cuando se trataba de un padecimiento crónico o muy grave, se responsabilizaba a “siete demonios”. Curadas, María y muchas otras mujeres siguieron a Jesús y a sus discípulos varones en su camino por Galilea, contribuyendo con sus propios bienes al sostenimiento del grupo.
María de Magdala caminó al lado de Jesús y le fue fiel hasta el mismo pie de la cruz. El domingo posterior a la muerte del maestro, salió de su casa de madrugada, cuando todavía estaba oscuro. Al llegar a la tumba, se dio cuenta de que la piedra que la cerraba había sido movida y que la sepultura estaba vacía. Corrió entonces a dar aviso a Pedro y a Juan. Ellos se dirigieron allá de inmediato, constataron el hecho y se retiraron. María, en cambio, se mantuvo a la salida del sepulcro. Ángeles y, después, un supuesto jardinero, le preguntaron: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?” Ella respondió: “Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Luego, le pidió a quien creyó que era el vigilante del huerto: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo me lo llevaré”. Pero el hombre aquel era nada menos que Jesús, y la llamó por su nombre: “María”. Inmediatamente ella se dio la vuelta y exclamó: Rabboní (maestro de maestros). Jesús replicó: “Suéltame, pues aún no he subido al Padre”, y la mandó a anunciar a los discípulos que había resucitado.
María Magdalena, fuerte y afectuosa, lideró el grupo de mujeres que testimoniaron antes que nadie los hechos que rodearon la resurrección de Jesús. Ella comprendió el mensaje del maestro mejor que los discípulos varones. En los primeros tiempos del cristianismo, fue apóstola y evangelizadora. Diversas comunidades de fe se desarrollaron en torno a su ministerio.
Lamentablemente, la memoria histórica de las muchas discípulas de Jesús fue quedando en la sombra. Y la historia de María Magdalena terminó mezclándose con las de otras mujeres con fama de pecadoras. A lo largo de muchos siglos, fue recordada como una pecadora pública, una prostituta arrepentida.
A pesar de lo anterior, los cristianos de Oriente siempre la reverenciaron como “la apóstola de los apóstoles”. El catolicismo sigue recordándola con el título de Santa María Magdalena. En 2016, por deseo expreso del papa Francisco, su celebración se elevó a nivel de gran festividad, tal como ocurre con las de los demás apóstoles.

Ya no hay diferencia entre judío y griego,
entre esclavo y hombre libre; no se hace diferencia
entre hombre y mujer, pues todos ustedes
son uno solo en Cristo Jesús.
(Gálatas 3,28).
¡Oh María Magdalena, apóstola llena de amor,
corazón en sintonía con el del Maestro Jesús,
primera mensajera de su victoria pascual!
Cuando el vacío de un sepulcro
y la incertidumbre del rumbo
me hagan llorar en la madrugada oscura y fría,
colócame bajo la mirada misericordiosa de Jesús.
En él encontraré la cura de todo lo que impide
el florecimiento de mi dignidad humana
y de mi dignidad de mujer.
Con la luz del Cristo resucitado,
iré a los hermanos para compartir con ellos
mi experiencia de fe.
Que el amor hable más alto, que nadie sea excluido,
que el Reino de Dios se realice.
Amén.
Lidia:
Trabajadora y apóstola
Como leemos en los Hechos de los Apóstoles 16,11-55, Lidia era artesana y comerciante. Había nacido en Tiatira, pero vivía en Filipos. Vendía telas que compraba en su ciudad natal, y que eran más baratas porque la púrpura utilizada para teñirlas no procedía de un molusco, sino de una planta. Previamente convertida al judaísmo, al escuchar las enseñanzas del apóstol Pablo y su compañero Silas, se convirtió en cristiana. Y, como era líder de las mujeres que frecuentaban la casa de oración, muchas siguieron su ejemplo.
Bajo el poder romano que dominaba aquella sociedad, las mujeres estaban sometidas a los hombres y carecían de voz y voto. En las comunidades cristianas, sin embargo, era distinto; allí convivían fraternalmente, sin discriminaciones.
Así, Lidia ofreció su propia casa para que se llevaran a cabo las reuniones de los cristianos. Aquella fue la primera comunidad cristiana en la región de Macedonia. Lidia la administraba, protegía a sus miembros y puso a su disposición los bienes materiales con que contaba. Muchas veces, era ella misma quien dirigía a la comunidad, aunque se apoyaba en otras personas, porque ella viajaba bastante debido a su trabajo. Además de todo lo anterior, Lidia brindaba hospitalidad y protección política a los hermanos de fe que llegaban de otros lugares.
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