Seguramente estas buenas intenciones estaban reforzadas con la antipatía natural que sentía Estados Unidos por los principios de la Carta de los Derechos y Deberes Económicos de los Estados y el Nuevo Orden Económico Internacional que proponía Echeverría, pues temían que intentaría promoverla en la Conferencia. 14
El entonces subsecretario de Gobernación, Fernando Gutiérrez Barrios, confirmó las sospechas de que Echeverría intentaría promover la Carta en la Conferencia de la Mujer, cuando visitó al embajador Jova y le advirtió, en nombre del presidente, que si la delegación estadounidense se oponía a la Carta que proponía Echeverría, terminaría “aislada” en la Conferencia. 15
La preocupación estadounidense de que la Conferencia se usara para tratar el tema de un nuevo orden económico distrajo a su delegación y contribuyó a que el repentino ataque al sionismo los tomara por sorpresa.
Cabe agregar que las feministas de Estados Unidos compartían la opinión de su gobierno en cuanto a la introducción de temas de política económica global en la Conferencia, pues sabían por experiencia propia que el desarrollo económico en sí mismo no era suficiente. A pesar de vivir en uno de los países más prósperos, las mujeres de Estados Unidos todavía necesitaban luchar contra la discriminación de género en todos los campos de la vida. 16
Como lo anticipaba Jova, Echeverría fue uno de los oradores en la apertura de la Conferencia, y dijo que el tema principal debía ser “un nuevo orden económico mundial, más que los derechos de las mujeres en sí” y, tras anunciarlo, dedicó cuarenta y cinco minutos a atacar al capitalismo. 17
Desde el principio fue evidente que había una enorme brecha, material e histórica, entre las mujeres occidentales y las del tercer mundo. Las consecuentes diferencias entre sus actitudes hacia el movimiento por la igualdad femenina eran tanto ideológicas como psicológicas. Dicho en términos muy generales, los dos grupos diferían en la medida en que concebían a la lucha feminista como parte de una revolución económica o de una social. 18
Incluso las tres palabras que eran la consigna de la Década de la Mujer, a saber: “igualdad”, “desarrollo” y “paz”, conceptos que se esperaba unieran a las mujeres, servían para dividirlas. “Igualdad” tenía una connotación de igualdad sexual para las occidentales; mientras que para los países en desarrollo se entendía como la aspiración a la igualdad racial. “Desarrollo” desde el punto de vista occidental significaba la participación de las mujeres en la vida económica de sus países; en el tercer mundo aludía a la implementación de un Nuevo Orden Económico, aun por medio de la revolución si fuese necesario. “Paz” no parecía ser un tema conectado directamente a los asuntos de la década para las occidentales, mientras que para las delegaciones soviéticas y tercermundistas surgió como el tema central. 19
En su mayor parte, las delegadas de los países pobres veían el mundo desde el punto de vista de una ideología tercermundista que combinaba el socialismo fabiano, el marxismo y sobre todo el anticolonialismo. De manera que eran en general antioccidentales, pero, sobre todo, antiestadounidenses, y estaban determinadas a combatir la falta de equilibrio económico y cultural entre los países industrializados y los suyos. Fue por eso que “apoyaron casi automáticamente la introducción de diversas cuestiones concomitantes políticas que constituían una letanía de opresiones contra el tercer mundo”. 20
Por otro lado, para las mujeres occidentales debatir cualquier tema fuera de aquellos que afectaban directamente a las mujeres era un desperdicio y además una experiencia frustrante. Incluso se preguntaban si la posición de los países tercermundistas no reflejaba desdén por parte de esos países y de sus gobiernos dominados por hombres hacia los objetivos de la Conferencia, o si quizás tenía como objetivo distraer a las mujeres de lo mucho que tenían en común. 21
Por más que las delegadas occidentales intentaron numerosas veces confinar la Conferencia a cuestiones de mujeres, ésta fue desviada una y otra vez por asuntos políticos. La esposa del presidente de Egipto, Jehan Sadat, dijo en su discurso que los objetivos no podrían ser logrados mientras la “tierra árabe siguiera ocupada y los palestinos continuaran sin hogar”. 22 De hecho, desde el primer día de la Conferencia, los países árabes lograron cambiar una sección de la agenda, y agregaron a la lista de los temas que debían ser discutidos y erradicados “la dominación extranjera y la adquisición de territorios por la fuerza”. 23
Las mujeres de la delegación estadounidense padecieron una fuerte sacudida cuando, de pronto, un grupo de mujeres latinoamericanas les impuso una posición antagónica. Las mujeres de Estados Unidos habían trabajado en la Tribuna 24con ese grupo formado en su mayoría por mujeres mexicanas y de otros países latinos para lograr un plan de acción más sólido y pensaban que iban por muy buen camino, cuando súbitamente las latinoamericanas radicales tomaron la plataforma para protestar enérgicamente contra el “imperialismo norteamericano”, denunciando la supuesta dominación de Estados Unidos de la Conferencia. Muchas de las mujeres latinas que en los días anteriores habían estado colaborando en armonía con las estadounidenses, aplaudieron y vitorearon.
Este suceso impactó a los representantes de la delegación de Estados Unidos, y les demostró que el nacionalismo podía lograr más resonancia que el feminismo. Abatidas, se dieron cuenta de que ellas eran vistas como parte de una estructura de poder capitalista aun cuando muchas se sentían desconectadas de ella. 25
Los ánimos se exacerbaron y se salieron de control en algunas de las sesiones. En la Tribuna, Daniel Parker, el colíder de la delegación de Estados Unidos, “fue fuertemente abucheado antes de su presurosa salida para tomar un avión de vuelta a Washington. A varios de los otros delegados hombres les fue sólo un poco mejor”. 26
Varias delegadas se quejaron del ambiente que permeaba en la Conferencia. Gertrud Sigurdsen, que encabezaba la delegación de Suecia, lamentó a su regreso que el entorno había sido “muy incómodo y hostil”. 27
Cuando subió al podio Leah Rabin –esposa del primer ministro de Israel, Yitzhak Rabin, y presidenta de la delegación israelí–, “35 delegaciones abandonaron la sala”, 28con cientos de delegados de África, Asia, Latinoamérica y del bloque soviético. Leah Rabin tuvo que esperar a que “el éxodo terminase” para comenzar a hablar. 29
En una reunión con judíos estadounidenses, Echeverría habría de recordar el suceso: “Cuando comenzó su discurso, tres cuartas partes de la asamblea se salieron. Mi esposa estaba presente… y cuando la Sra. Rabin bajó de la tribuna, mi esposa se le acercó y la besó”. 30Consciente de que aquello no llegó a ser más que un gesto simbólico, Echeverría agregó: “¿Qué quiere decir esto? Tal vez no mucho”. 31
La agresividad hacia Israel era tan alta que incluso se temía que los países árabes y otras delegaciones de los países no alineados cuestionaran las credenciales de la delegación israelí. Cuando el rumor llegó a la delegación estadounidense, los representantes no sabían si se trataba de una medida simbólica o si tenía por objetivo incluso suspender la participación de Israel en la Conferencia. 32
Finalmente la impugnación no fue más que un rumor y los temores de expulsión desaparecieron; sin embargo, para el 30 de junio, el boceto de la Declaración México ya incluía en su texto una llamada a la eliminación del sionismo. 33En efecto, el punto más controvertido de la Conferencia, y el que nos ocupa en este libro, fue la condena al sionismo.
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