Jamás fui un alumno sobresaliente, de esos de 9.9 y las uñas recortadas. Mi padre nunca me ayudó en las tareas escolares y no aprendí a sumar sin el auxilio de los dedos. Es un reflejo condicionado que conservo aún ahora que estoy inscrito en la Facultad de Arquitectura. Bueno, y si mi padre no me ayudó no fue ciertamente por falta de ganas. Pablo Beristáin abandonó el hogar cuando yo tenía dos años de nacido. Así que por falta de ganas, no fue. Ya voy a comenzar otra vez con la pequeña tragedia de la familia Beristáin. ¡Ay!, mi papá nos dejó en el peor de los desamparos... ¡sob, sob!
Pero la verdad es que no. Digo, hay que reconocerle a mamá su esfuerzo, esos desvelos de siempre que le permitieron, lo que se dice, sacarnos adelante. Nada más faltaba, ¿verdad?, que alguien se deje “sacar atrás”. Mi hermana Magdalena sí se acuerda de papá. Como entre sueños, dice ella. Es la encargada de guardar los pocos recuerdos que dejó él en su intempestivo abandono. También se acuerda de mi hermanito, que era un año menor que yo, y del día en que sufrimos su pérdida y se desencadenó, obviamente, el naufragio del hogar. Por eso Magda se hizo más independiente, seria, responsable. A veces no sé si es mi hermana o una tía más. Se casó jovencita y tiene un marido de tres efes que le puso una casita en Ciudad Satélite. Tiene una sirvienta, dos coches, tres televisiones, cuatro hijos y cinco centavos en el monedero. Pero así le gusta llevar la vida.
El centro escolar Miguel de Unamuno está en la calle de Nápoles, es idéntico a la mansión de los Locos Adams, y por comodidad todos lo llamamos así, el MU. Ya te imaginarás, a la directora, Marta Huitrón, también por comodidad y porque tiene el puesto desde que don Porfirio zarpó en el Ipiranga, le decimos Doña Buitrón. No era yo, definitivamente, un niño de 9.9, ni de 8 ni de 7.5 y, si quieres saberlo, mejor ni preguntes. Me retirarías tu amistad. ¿Importa mucho en la vida sacar 10 siempre? “10 en Finanzas”, “10 en Sexo”, “10 en Chingonometría” que es la ciencia de cómo dominar el mundo cuando cumples 25 años. ¿Te imaginas?, y me faltan cuatro.
Bueno, tú lo preguntaste: en Finanzas saco, digamos, un 4. En Chingonometría un 8 y en Sexo un 11, pero más bien en el aspecto privado de la materia. Qué, ¿te mata la curiosidad?
Ahí estaba yo ante el patiecito del MU, esta mañana, mirando los festejos del Día de la Independencia. Un niño güerito la hacía de Miguel Hidalgo, el padre de la patria; otro morenito iba disfrazado del padre José María Morelos y una niña medio tiesa, con cara de sacar 10 en todo, era la Corregidora de Querétaro. Cada uno, en su turno, tenía que decir un pequeño parlamento ante el micrófono y los demás alumnos, como cuatrocientos, iracundos por esa ceremonia tan mamona, se alzaron en armas y agarraron a los tres libertarios, los encueraron, los destriparon, los colgaron de los güevos. Juar, juar. No, en serio, el festejo era bastante formal. Ya sabes, desfile de la escolta abanderada, palabras de una señora de la asociación de padres de familia, palabras del nuevo director del colegio, un tipo medio calvo y simpaticón, y luego, uno por uno, los tres insurgentitos vestidos de insurgentotes. El que la hacía de Morelos, la verdad daba pena. Créeme que jamás ganará el concurso de oratoria en las juventudes del PRI. Se dejaba vencer por el pánico escénico porque de seguro nació para cajero del Banco Nacional de Crédito Agropecuario. “¿De cuan cuan cuánto es su cheque?” porque así leía el pobre. Y estando ahí junto a la reja, mirando aquella ceremonia con más nostalgia que emoción, buscando entre la chiquillería al Vito Beristáin que alguna vez fui, de pronto alguien me nombra y me invita.
¡Era la profesora Olga! Me había reconocido desde un rincón del patio y ya me invitaba: Bienvenido, joven Beristáin, acompáñenos por favor, acompáñenos. Y abriendo la reja me condujo discretamente junto al coro de muchachos, mientras la pequeña Corregidora, con desplantes de musa de la CTM, recitaba de memoria y extendiendo uno y otro brazo: “Y si la Patria son estos horizontes... y si la Patria son estos peones... y si la Patria son su lengua hermosa y la sabiduría de sus ancianos”. Te lo juro que eso dijo: “estos peones”. Al terminar le aplaudieron más que a los otros dos, así son las feministas desde pequeñas, y te auguro que así le aplaudirán cuando sea electa senadora por Michoacán, porque de seguro nació en Maravatío. ¿Cuánto vas?
Entonces la profesora Olga anunció al tomar el micrófono: Y ahora cantaremos todos el Himno Nacional. Sírvanse entonarlo con respeto y seriedad... en el coro nos acompañará un distinguido ex alumno de este Centro Escolar Miguel de Unamuno, el tenor Vito Beristáin Téllez. ¡Atención!, y sueltan la cinta de la grabadora con el consabido MI-RE-DO-RE... del Mexicanos al grito de guerra, el acero aprestad y el bridón... Y las voces de los otros doce chamacos, ya sabes, junto a mi voz eran como balidos entrando al matadero. En un momento creí adivinar, por ahí, las sonrisas de Mario y Silvano, ¡pero cómo, si son caváderes desde hace tres meses! Ya sabes las alucinaciones que luego me vienen. Me quedé hasta el final de la ceremonia, cuando ya los cuatrocientos salvajes del MU salían del patio cual bisontes en miniatura. Me quedé porque tenía que platicar con la profesora Olguita. Pero platicar de qué si desde hacía por lo menos cuatro años que no nos veíamos.
No es que la profesora Olga se haya convertido en una anciana, pero lo que en unas personas relumbra como experiencia, en otras es simple y llanamente edad. Me pidió, si tenía tiempo, que la acompañara a tomar un refresquito. Así, en diminutivo. Qué cosas tiene la vida, como dice la canción de Alberto Cortés, uno sale en busca de su novia y termina compartiendo confidencias con la profesora que nos enseñó el uso del gerundio. Desde luego que acepté. Se veía que tenía ganas de hablar, de hacerme una gran confesión y así, después de que firmó el control de asistencias, le comenté en tono juguetón si la terrible directora de antes, doña Buitrón, no estaría ya regañando angelitos en el cielo, y ella me lo confirmó: ¿te enteraste? Habrá sido en alguno de los edificios colapsados en el terremoto, insistí por hacer plática, y ella, asombrada, quiso averiguar, ¿quién te lo contó?
Nos encaminamos a la nevería Chiandonni, donde tengo crédito y preparan unos helados de fresa que nomás contártelo ya se me hizo agua la boca. Les ponen una ruedita de crema chantilly, una cereza en la corona y le clavan tres galletas gofrenatas. Por eso tengo crédito ahí, porque no hay visita en que no coma por lo menos dos al hilo, y hubo la ocasión, cuando celebraba mi reencuentro con la Maldonalds, en que me comí cuatro. No, no me acalambré por la empalagada. Si me dieran a escoger entre un helado de fresa y una noche con Meg Ryan... ¿ya te lo expliqué, no?
La profesora Olga, tan recatada como siempre, pidió una cocacola y una nieve de limón en copa de cristal. Me preguntó por Magda, mi hermana, por mamá, por la tía Cuca y por el tío Quino. Le tuve que contar la muerte del tío Joaquín, que cayó en el cumplimiento del deber y con el sombrero que apenas si cupo dentro del ataúd. Cual debe. Luego recordamos a varios compañeros de aquel ya remoto sexto año de primaria. La flaca Santiesteban, el negro Arias, el aplicado Morales, que era medio rarito, dijo ella, “el Picapiedra”, que ya no pudimos recordar su nombre, y “la brillantitos” Olguín, que siempre llevaba una diadema como de reina de carnaval. El día que osamos escondérsela se volvió una fiera y le rompió los dientes a Oseguera, que era el que iniciaba esas travesuras.
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