José Soto Chica - Imperios y bárbaros

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Edad oscura" es el nombre que tradicionalmente se ha venido dando al periodo comprendido entre las grandes invasiones germánicas y la eclosión del Imperio carolingio, un tiempo que supuso
la transformación definitiva del mundo antiguo y el alumbramiento del Medievo. Y aunque las nuevas corrientes historiográficas han cuestionado ese adjetivo, no parece baladí cuando comprobamos una característica esencial del periodo: la ubicuidad de la guerra. Los conflictos bélicos, ya fueran de carácter casi mundial porque enfrentaban a los grandes imperios, o de carácter local, fueron continuos y feroces, desde
Atila y sus hunos y la caída del Imperio romano de Occidente, al avance incontenible de l
a marea islámica, solo frenado
in extremis por
Bizancio y los francos. En 
Imperios y bárbaros. La guerra en la Edad Oscura, 
José Soto Chica, profesor de la Universidad de Granada, aúna un exhaustivo conocimiento con la veta de gran narrador ya mostrada en incursiones en la novela histórica, para trenzar un análisis de enorme calado histórico pero que se lee con la agilidad que merece un tiempo y unos hechos excitantes. En este libro asistiremos a la caída de potencias como los sasánidas o Roma, al
final del reino visigodo, a batallas cruciales en el destino del mundo como Poitiers, al nacimiento y disolución de efímeros imperios de las estepas o al alumbramiento de leyendas como el rey Arturo. Sin duda,
Imperios y bárbaros. La guerra en la Edad Oscura,
arroja luz sobre una época poco luminosa y poco iluminada por la investigación.

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Así que el ala izquierda, en su mayoría romana, era el ala más poderosa del ejército de Aecio: unos 15 000 romanos, 3000 francos salios y unos centenares de visigodos y hunos provenientes de las comitivas armadas de las casas de Turismundo y Aecio. En total, y como mucho, 19 000 hombres. Esta ala tan poderosa tenía la misión de tomar y mantener el punto decisivo del campo de batalla: la colina. Así que es probable que Aecio alineara a unos 52 000 hombres en los Campos Cataláunicos.

Por su parte, Atila formó su ala derecha con los gépidos de Ardarico a los que tuvo que reforzar con contingentes de otras tribus germánicas como los hérulos, los esciros, los bastarnos, los suevos orientales, los rugios, los francos ripuarios y salios, los burgundios orientales, los turingios, etc. Era una fuerza sobre todo de infantería ligera y que se había visto golpeada con dureza por el ataque nocturno al que la habían sometido los francos aliados de Aecio. En conjunto debía de conformar una fuerza de unos 18 000 hombres.

El centro de la línea de Atila, donde formó el propio rey, lo constituyó con los hunos propiamente dichos y a ellos sumó los jinetes provenientes de las tribus prototurcas sometidas y los de los pueblos sármatas: yaciges, alanos orientales, belonotos y neuros, congregando así en el centro de su formación una poderosa fuerza que rondaría los 18 000 efectivos.

Por último, su ala derecha la confió al rey ostrogodo Valamiro, el cual formó el flanco derecho de Atila echando mano de sus 15 000 guerreros y de algunos grupos de protoeslavos. 88

En total poco más de 50 000 hombres, pues Atila había perdido muchos guerreros durante la campaña y, sobre todo, en su descalabro ante Aurelianorum. Así que Aecio disfrutaba de una ligera superioridad numérica, 2000 hombres a lo sumo.

La batalla iba a ser una de las más grandes de la antigüedad y aunque esos poco más de 100 000 combatientes que acabamos de estimar están muy lejos de los 500 000 que señaló Jordanes, 89 constituyen una de las concentraciones de tropas más grandes del mundo antiguo.

Aecio formó a sus tropas a lo largo de la mañana, pero Atila no abandonaba la protección de su campamento fortificado mediante el expediente de situar en círculo sus carros. Su idea, ya lo hemos visto, era retrasar en lo posible la batalla y si esta le era adversa, como preveía y le vaticinaban sus chamanes, contar con el concurso de la noche para zafarse de la completa aniquilación. Pero a la hora nona, las tres de la tarde, del 20 de junio de 451, Atila ordenó a sus hombres formar conforme ya hemos señalado y dio inicio la batalla. 90

El primer movimiento de ataque lo hizo Aecio. Ordenó a su ala izquierda, la formada por romanos y francos, avanzar súbitamente y a paso de carga, hacia la colina. Como dicha colina se alzaba entre el ala izquierda romana y el ala derecha de los hunos, la comandada por Ardarico, es probable que este último tardara en percatarse del movimiento de rápido avance iniciado por Aecio. 91 En cualquier caso, este llegó a la cima de la colina antes que Ardarico y ordenó allí a sus legiones y cohortes en una formación densa, cuyo frente lo formaron sus infantes pesados que entrelazaron sus escudos en formación en testudo, tal como señala Jordanes: in ordine coeunt et acies testudineque conectunt . Sus infantes pesados rechazaron una y otra vez los salvajes asaltos lanzados por Ardarico y sus gépidos y demás germanos. 92 Ardarico tenía que pelear ahora cuesta arriba y sus infantes ligeros no eran rivales para la infantería pesada romana que, además, se veía auxiliada por eventuales cargas de la caballería y por salidas de la infantería ligera romana y de los guerreros francos. Aecio y su ala izquierda seguían el modelo que ya vimos que aconsejaba Vegecio a inicios del siglo V: situar a la infantería pesada en formación cerrada para mantener la posición y usar la caballería y la infantería ligera para hostigar a un enemigo que, una y otra vez, se estrellaba contra el muro de la inmóvil y pesada infantería romana. Esta, además, recordémoslo, estaba provista de cinco plumbatae o dardos emplomados y estaba adiestrada para lanzarlos en mortales y parabólicas andanadas que, a 50 m, eran sencillamente devastadoras. Como el frente romano estaba formado por su infantería pesada, eso quiere decir que los 5000 soldados romanos de las dos primeras líneas debieron de arrojar sobre sus enemigos unas 25 000 plumbatae y eso sin contar los 5000 veruta , venablos, que también debieron lanzarles. Así que cuando los gépidos y demás guerreros puestos por Atila bajo las órdenes del rey Ardarico llegaban al cuerpo a cuerpo, lo hacían tras el horror de avanzar sobre centenares, quizá miles, de compañeros muertos o heridos. Entonces, al chocar con las primeras filas romanas, las formadas por la infantería pesada, se golpeaban contra un muro de hierro, madera y cuero formado por hombres mucho mejor protegidos que ellos: infantes dotados de yelmo, armadura, grebas y escudo y que, como dice Vegecio, «llegaban al filo» esgrimiendo sus semispathae o espadas cortas de dos filos y pasando de ellas a sus spathae o espadas largas, cuando lo requiriera el combate. También habría macabro trabajo para sus pesados spicula o lanzas.

Ante ese muro de hierro se estrellaron los hombres de Ardarico. Retrocedieron, entonces, en desorden y ensangrentados. Acosados, además, por la infantería ligera romana y franca que, conforme a la táctica romana, salió desde detrás de las filas de la infantería pesada. También los hostigó la caballería romana, armada con pesadas lanzas, con dardos y venablos y con arcos compuestos asimétricos de estilo huno. Debió de ser un sangriento combate y los hombres de Ardarico tuvieron que ser diezmados en él, pues Atila se vio obligado a reagruparlos y a arengar a su ejército para llevarlo de nuevo al combate. 93

El fracaso de su ala derecha agobió a Atila. Acabamos de ver que reorganizó a sus huestes, las alentó con una arenga y las envió de nuevo al combate. Este se generalizó entonces. El centro huno, comandado por Atila y su cuñado Laudarico, cargó sobre el centro romano, comandado por Sangibano y en el que peleaban alanos, sajones, burgundios y veteranos romanos procedentes de los limitanei y de los laeti de origen franco y sármata. La batalla aquí fue muy diferente a como lo había sido en la colina, no solo porque aquí peleaban en un terreno básicamente llano, sino porque era la caballería y no la infantería, la que jugaba el papel decisivo. En efecto, los hunos de Atila formaban una tropa sobre todo de caballería y a ella se sumaban jinetes de las tribus sármatas orientales y de salvajes tribus prototurcas. Una masa de unos 18 000 jinetes, entre los que sin duda debía de haber unos 5000 o 6000 armados pesadamente y el resto ágiles arqueros. Estos dispararían sus arcos a pleno galope sobre la masa de alanos, sajones, burgundios y veteranos romanos que los aguardaba. Esa masa la constituían unos 4000 o 5000 jinetes alanos, 2000 de los cuales estarían armados de forma pesada y provistos de arcos asimétricos de estilo huno y una variada y aguerrida tropa de infantería en su mayoría ligera y entre la que, de tanto en tanto, se hallarían contingentes de infantes pesados. Reforzados por esa infantería ligera y pesada, bárbara, semirromana y romana, los caballeros del rey alano Sangibano aguantaron carga tras carga de los jinetes de Atila sin ceder terreno. Fue una lucha durísima y caótica. Cargas de caballería chocaban entre sí o iban a caer sobre grupos de infantería y todo ello en una despiadada confusión en la que, sin embargo, el rey lograba sostener sus filas frente a la furia de Atila. 94

Mientras, en el flanco derecho romano se llegaba también al cuerpo a cuerpo. Los ostrogodos de Valamiro se precipitaron en una brutal y desorganizada carga de infantería sobre los visigodos de Teodorico. Era una lucha fratricida y, como tal, dura e implacable. Comenzó con lluvias de bebras y venaulos, es decir, jabalinas y venablos, antes de llegar al cuerpo a cuerpo con lanza, scrama y espada. Infantería ligera contra infantería ligera, salpicadas de pequeños grupos de jinetes mejor armados. Las filas de ostrogodos y visigodos oscilaban atrás y adelante sin lograr imponerse las unas sobre las otras. Teodorico, montado en su caballo de guerra y rodeado por su comitatus , era el centro de la tormenta de hierro que se había desencadenado en aquel flanco del combate. 95

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